viernes, 27 de diciembre de 2013

Mi carta al 2014

Querido 2014:

Ya casi te veo asomar por la esquina, queda poco para que estés aquí con nosotros, para que comience tu reinado de 365 días, de 8760 horas, 525600 minutos y no sé cuántos segundos más. Nos encontraremos en una noche de uvas y cava y nos despediremos meses después comiendo y bebiendo lo mismo. Entre medias vendrán días de tristeza y alegría, de lágrimas y sonrisas, de frío y calor, de noches en vela y sueños profundos... Todo eso lo viviremos tú y yo junto con tantas personas que seguramente también querrán pedirte mil y una cosas. Hoy, si me permites, tomo la palabra yo y ahí va mi lista de deseos.

Lo primero que me gustaría es que mejoraras el reinado de tu predecesor, que recordemos tu legado como el del año que la crisis comenzó a quedar atrás, el del que todos encontramos trabajo y de nuevo el país comenzó a ver la luz al final del túnel. Que los que peor lo pasan por una vez sean los que más sonrían, que nadie vuelva a tener necesidad y el hambre sólo sea una palabra que se utilice en las frases que acaben en ‘de ti’ o ‘de tus besos’, nunca en otra cosa. Te pido, en un acto de egoísmo patente, por mí y, sobre todo, por los míos. Que no les falten besos y caricias, días de esos en los que te duele la barriga de tanto reír; salud, muchísima salud, jornadas de libros y buen cine, conversaciones con amigos y alguna que otra lágrima de emoción y ternura. Que haya momentos malos, por supuesto, porque sin ellos los buenos que has de traer no serán tan memorables como te pido que sean. Que el 2014 sea recordado dentro de medio siglo por todos nosotros como el año en que cumplimos ese sueño o encontramos al amor de nuestra vida, que te recuerden más por lo bueno que por lo malo, aunque traigas en tu zurrón ambas cosas.

Te pido por los que no están, por los que se fueron y nos dejaron con el recuerdo y, sobre todo, te imploro fuerzas para sus familiares y amigos que tanto los echamos de menos.  Te pido la décima por todos nosotros y sobre todo por Juanan, ese chico que jamás conocí pero que tanto creía conocer y que te llevaste en aquel terrible accidente de Santiago que tanto daño hizo a España y a Galicia. Y si puede ser que la levanten entre Xabi y Arbeloa abrazados en la capital de Portugal. Eso sería, con perdón de la expresión, la sacada del año.


Me gustaría que nos trajeras a todos un beso más de los que hemos dado en este 2013 y diez mil más de los que nos dieron. Un país que no se avergüence de serlo, una clase política alejada de la inmundicia y un mundo un poco menos indecoroso. Sí, lo sé, a veces pido demasiado… pero oye, es de lo poco gratis que queda, que no digan que no lo intenté.

Quiero la felicidad máxima para ella, que no le falte jamás de nada aunque yo no se lo pueda dar, el mayor de los éxitos para todos mis amigos, que el mundo sea sólo una palabra y no una distancia insalvable. Que se casen en bodas bajo cielos azules como el mar, que bebamos por su salud y por ese amor verdadero de cuento de hadas que parece haber desaparecido pero que yo sé que existe, porque no me imagino una vida sin querer tanto que duela y que te duela tanto querer que no puedas anhelar otra cosa en tu vida. Que amemos mucho más cada día y que nos amen aquellos que nosotros amamos… y los que no, también.
Te pido más veces de migas y de amigos, de paella y de ella, de partidos en abierto y de viajes, de kilómetros de distancia y que la distancia nunca me separe de tantos que se tuvieron que ir y que extraño cada día. Te pido botellas de champagne descorchándose y serpentina de colores zigzagueando por el cielo, vestidos blancos y faldas largas, días de sol y calor y de lluvia y manta, de cuerpos desnudos y jerséis de cuello vuelto, de viajes a Madrid y partidos del Madrí, de música en los oídos y gemidos en la oreja, de tanto bueno por vivir que queramos que el siguiente día comience ya, y también que las noches no terminen nunca.

Sé que es mucho, pero lo que te decía antes, por pedir que no quede. A ti y a tu buena voluntad os dejo la potestad de elegir qué vais a traernos, cuándo y cómo lo vais a hacer. Yo te dejo mi carta y te agradezco por anticipado lo bueno y lo malo que vaya a venir, sólo me gustaría que lo que sea, sea con los míos, juntos a ellos siempre todo se verá más blanco, de eso no me cabe duda. Feliz año, querido, nos vemos pronto.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Once del doce del trece

Un día cualquiera, dos ojos abiertos, tres besos que van de mi boca a la tuya antes de que te consiga despertar. Cuatro caricias con mis cinco sentidos aguardando el poder disfrutar de esos seis minutos que tardas en volver al mundo de los vivos cada uno de los siete días de la semana. Sea lunes o martes, sábado o domingo.
Ocho grados en la calle y los nueve planetas del sistema solar alineados para que hoy, a las diez de la mañana, caiga en la cuenta de que estamos a once del doce del trece, un día muy especial. Ni catorce de febrero ni quince de agosto, un nuevo amanecer que nada tiene que envidiar a los demás y que se despierta con frío en el aire y cielo nublado. Dieciséis onzas de mi acuario para tu libra, diecisiete números primos repletos de pasión; la película que comienza sólo está autorizada para mayores de dieciocho años y alguno con diecinueve debería taparse los ojos en más de una escena. Luego dicen que no aviso.
Veinte los tuyos, veintiuno los míos, veintidós los patitos del estanque que hoy no visitaremos, ni mañana, Dios mediante, tampoco. El veintitrés me lo salto y me voy al veinticuatro que son las horas del día que está por empezar. Que siga el reloj contando minutos, el calendario pasando los días, los mayas vacilando con promesas que nunca cumplieron y el mundo no pare de rotar. Yo me quedo aquí perdiendo la cuenta de los millones de besos que me quedan por dar. Y sí, todos y cada uno de ellos, no te quepa duda que son para ti.

lunes, 9 de diciembre de 2013

El otro Bond

Hay otro James Bond más allá del de los coches de lujo y las peleas constantes. Aquí vemos la situación, Eva lo intenta, pero se ve sobrepasada por el bueno de Daniel.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Aquí está la Navidad

Un año más, y ya van dos mil y pico... ya está aquí la Navidad. 

Con el frío que acostumbra y la ilusión que desprende, viene a nuestra España querida a evadirnos por unos días del miedo, la vergüenza y la crisis; o por lo menos a intentarlo.
Llega con sus cenas en familia donde siempre sobra comida aunque no se tenga para comer. De nuevo mesas repletas de agasajos especialmente guardados para estas fechas, para compartir con el prójimo aunque no haya para uno mismo. La Navidad es eso: dar a los demás quitándose lo propio.
Y que dure muchos años más.

Otra vez se ven asomar por la esquina esos días de calles aglomeradas y programaciones televisivas especiales, de discursos de reyes y carrillones que caen, de racimos y turrones, bombones y sobrevaloradísimos mazapanes. Días de amigos y alcohol, de kilos de más y dinero de menos, de desprender cariño y regalar amor a los que nos lo devuelven y también a los que no. Una época donde hay que dejar de lado el desprecio que se tienen más que merecido aquellos que nos gobiernan pues no valen tanto como para que nos acordemos de ellos durante estos días. Háganme caso.

Ya están aquí los días de loterías y suertes, de castañas y brasero, de sayas y jerséis de cuello vuelto, de frío corporal y calor sentimental. La Navidad trae eso, y mucho más.

También nos trae anuncios indecorosos con cantantes que se enfundan varios miles de euros de nuestro bolsillo. Tantas manifestaciones por tantas causas distintas y aún no ha habido ninguna para que vuelva el calvo de la lotería. Vaya país tenemos, la madre que nos parió.
Sin calvo pero con los cansinos de turno que vuelven a recordar una vez más que todo esto es "un periodo consumista, lleno de falsedad y bla bla bla". Lo hacen, eso sí, con su bolsa de El Corte Inglés en la mano y su bufanda de marca tapando esas sensibles gargantas, no vaya y se les acabe la voz y no podamos oír sus gilipolleces repetitivas.

Puerta del Sol de Madrid

De nuevo, compromisos que no se cumplen y promesas que se evaporan, pero me gusta pensar que por cada nueve de los primeros siempre hay uno que sí, que deja de fumar, planta un árbol o da la vuelta al mundo, y ese, bien lo sabe Dios, vale cien veces más que los otros. 
Es la época de la generosidad, de las San Silvestres y los maratones televisivos, esos que se superan una y otra vez para conseguir fondos para las grandes causas, para los pequeños que no tienen nada. Eso sí enorgullece a cualquiera, la solidaridad española, porque si algo tiene bueno este país es que somos los más generosos del mundo. 

Vuelve el repaso al año que se va y la carta de amor al que está a punto de llegar. Epístolas a Papá Noel y a los Reyes Magos (hay que ver qué educados nos ponemos cuando tenemos que pedir). 
Y después, niños sonriendo en los parques con sus juguetes nuevos, ataviados hasta las orejas con ropajes más típicos de Siberia que del Mediterráneo ibérico. Mientras, a lo lejos, sin quitarles el ojo de encima, un padre amenazado de muerte con que "no se te constipe el nene" aguarda a que caiga rendido y pueda volver a casa a ver el fútbol de una vez.

Ya están aquí las luces en las calles, la alegría en la gente, la buena voluntad y el abrazo del que se tuvo que ir y regresa a su hogar. Ese beso materno en el umbral de la puerta o en la terminal de llegadas de cualquier aeropuerto es un poema en potencia, un milagro digno de plasmar en papel. Únicamente por eso ya valen la pena estas fechas. Pero hay más, mucho más. 
El cava y el anuncio de Freixenet, la capa de Ramontxu en la Puerta del Sol que tanto se extraña junto con el programa de Cruz y Raya previo. Las nueces de Macadamia, los gorros de papá Noel y los copos de nieve; las partidas de trivial, los abetos, sus bolas y los belenes repletos de figuritas destrozadas por los años (y por los niños). El aura especial de una época sin igual, los abrazos con la boca llena de uva y los besos de amor, porque si algo sobra en esta época es eso, mucho mucho amor.

Y seguramente lleven razón aquellos que tachan de efímeras y demagogas estas fiestas y sus propósitos. "Eso hay que hacerlo todos los días, y no sólo en Navidad" se hartan de comentar. Sí, de acuerdo, pero prefiero reír, comer, beber y besar durante estas fechas a no hacerlo jamás, así que dejad de tocar las narices y de joder la marrana.

Salgan a la calle y díganle a todo el mundo que van a ser felices, que la Navidad ha conseguido que olvidemos esa afrenta pasada o ese pequeño enfado; que lo sentimos y que nos morimos por tenerlos otra vez a nuestro lado. Digan mucho 'te quiero', siempre que sea verdad, claro; y no olviden que yo, desde la lejanía de unas líneas en el ciberespacio, también los quiero... mucho.

Feliz Navidad a todos.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La princesa que nos merecemos

Mi escrito de hoy no versa sobre doña Letizia o Leonor aunque muchos puedan pensarlo así leyendo el título que lo encabeza. La princesa de la que hablo en esta ocasión no cumple los cánones habituales, no tiene corona o cetro y tampoco corre por sus venas sangre azul. Ella ha sido elegida en el cargo por la población de éste, nuestro querido país, y llevada en volandas hasta su trono de oro y mediocridad, de rubíes y piedras preciosas, de marfil y un tufillo a pueblo bananero que echar para atrás. La princesa de mi cuento tiene nombres y apellidos y me ha venido hoy a la memoria a raíz de esta noticia que pueden ustedes leer en los medios más importantes del país. En efecto, Belén Esteban me ha suscitado este relato en el que trataré de poner en evidencia una vez más todo lo que ya he dicho hasta la saciedad pero que, sin embargo, no deja de sorprenderme con cada nuevo amanecer. 

 Colas en Sol para la firma de ejemplares de Belén Esteban

En ocasiones tendemos a culpar de las desgracias al ajeno y no miramos en nuestro ojo la viga de hormigón que lo atraviesa. Eso es algo muy español, muy nuestro. Decía Ortega y Gasset que "no se puede hablar de decadencia española en sentido estricto, porque para decaer hay que caer desde algún sitio" y en días como hoy, no podemos más que darle la razón.
Cuando uno se despierta con una Puerta del Sol abarrotada de efusivos fans esperando la firma de un libro de Belén Esteban, le quedan pocas fuerzas para seguir luchando. Partiendo de la base de que no puedo, por mucho que lo intento, encontrar algo más incoherente que un libro firmado por La Princesa del pueblo, me llena de pesar y resquemor ver a compatriotas míos, gente que luce el escudo de mi nación en su carné de identidad, elevando a los altares al culmen de la indecencia, al bastión de la vulgaridad, la adalid de la decadencia de un país lánguido y ramplón, triste y en coma profundo. 

Cada mañana, los bares y las cafeterías de España vuelven a llenarse de caóticos y quejicas que encuentran en los estamentos más altos el punto de mira donde señalizar la causa de la situación que vivimos. Políticos, banqueros, abogados, periodistas y un largo etcétera de sabandijas pusilánimes que nos han desangradado durante lustros y que ahora, con seis millones de parados y una crisis como nunca antes se vio en la democracia, siguen haciéndolo ante el lamento del español medio, ante la estúpida manía de llorar sin hacer absolutamente nada. Pero ellos, amigos, no tienen la culpa.

No seré yo el que defienda a esa gente, probablemente los habré criticado tanto como ustedes, pero no son los culpables, dejémonos de engañifas. En un país que va tan mal como el nuestro no podemos caer en la simpleza de culpar a los demás sin mirarnos el ombligo. Una nación con catorce ediciones de Gran hermano y con una cola que da la vuelta a la esquina para que Belén Esteban te firme su libro no puede ir bien de ninguna de las maneras. La clase media, usted y yo, nuestros primos y amigos, nuestros padres e hijos, son los culpables finales de vivir en el país de la ignorancia y la ignominia, de Telecinco y Sálvame, del odio al libro y amor a la televisión pueril y burda; la España que está a la cola en educación y que se enorgullece de ello. Nosotros somos los culpables, usted y yo. Y podremos caer en la tentación de refugiarnos en que "no nos educan en el colegio y nos ponen abono en la televisión" con toda la razón del mundo, pero eso es lo que anhelan, reinar sobre una población de incultos y atrasados, porque un país instruido no permite que se le vapulee mientras que un país comandado por la reina de lo burdo no puede más que acatar lo que desde arriba se le ordena.

España vive regida por una señora cuyo mérito principal ha sido dar el braguetazo del siglo y cuyo ejército de mezquindad y bajeza la ha catapultado a la gloria a razón de más de un millón de euros anuales. Esa mujer de modales de trapo y educación de plastilina es nuestra tercera fuerza política y de ahí en adelante cualquier atisbo de sollozo debe desaparecer.
Vuelvo a hacer hincapié en la frase que repito en cada tertulia de café o cerveza, en cada sábado de lamento y discusión, ese "nos merecemos todo lo malo que nos pase" que ya se me atribuye casi sin yo quererlo. Y cuando digo ‘todo’, me refiero a ‘todo’, sin exclusión alguna, sin más que agachar la cabeza y saber que la culpa de que estemos gobernados por una clase política corrupta es nuestra, porque el reflejo de una sociedad se ve en su gente y si tenemos unos políticos de mierda, unos abogados de mierda, unos jueces de mierda, una educación de mierda y unos medios de comunicación de mierda, habrá que ir asimilando que sí, que por desgracia, nosotros también somos una sociedad de mierda.