martes, 3 de septiembre de 2013

Tic, tac

Tic, tac... hace el reloj.

Os lo habrán dicho diez millones de veces los más sabios del lugar: "No pierdas el tiempo, disfruta cada segundo". Desde que Horacio acuñara ese 'Carpe diem' que los más románticos se apropiaron siglos después, todos los ancianos de la historia de este mundo en que nos ha tocado vivir lo han ido trasmitiendo a los más jóvenes. Ellos, que han visto cómo las arrugas pobablan la que una vez fue una piel tersa y firme, han sido los encargados de avisarnos de que la inmortalidad es el único sueño que el ser humano no puede conseguir, que el tiempo es el más voraz de los depredadores, que nunca se detiene y que ninguna presa puede esconderse eternamente de él. Ellos, que una vez vivieron en la despreocupación absoluta de una infancia y posterior juventud que parecía eterna, son los que nos repiten en tantas ocasiones la importancia de aprovechar cada maldito minuto de esta, nuestra única existencia corpórea; para que después, cuando las canas comiencen a reinar en lo más alto de la cabellera, no debamos echar la vista atrás y pensar que debimos hacer esto o aquello, lo otro o lo de más allá.

El tiempo pasa y no se detiene a esperar a nadie. Los días van quedando atrás y de ti depende que los recuerdos se aglutinen en tu mente en forma de aventuras, sonrisas, caricias o besos. No habrá mejor vejez que la que te permita saber que hiciste todo lo que quisiste cuando quisiste y como lo deseaste. Que cada noche de amor de las que no has tenido no te suponga el día de mañana un quebradero de cabeza, que cada sonrisa que robaste o te robaron no se quede dibujada en el tintero de una expresión mustia y triste, que cada caricia que tu piel pudo obtener no suponga una fantasía sin cumplir o una noche en vela al calor de una botella de whisky escuchando tus penas. Que ninguna boca que ansiaste besar se quede sin saberlo o las gotas de sudor de tu cuerpo junto a ella en una noche de pasión febril quede sin salir por los poros de tu piel.

Sal y respira, despierta del letargo de la monotonía y cómete un mundo que por derecho te pertenece. Que nadie te diga que no es posible, que nada te impida ser feliz y disfrutar cada instante como si fuera el último. Disfruta de una vida que pasa sin que te des cuenta y que se va consumiendo como una hoja de papel en llamas. La arena va partiendo de tu reloj hacia el infinito y tú sigues aquí, leyendo un texto que te roba minutos de un tiempo dedicado a vivir. Olvídate de todo esto, deja de devorar las letras de una historia ajena y comienza a escribir la tuya propia. Y recuerda... 'tic, tac', el reloj no se para. Nunca.


viernes, 30 de agosto de 2013

Septiembre

El noveno mes del año va apareciendo en el horizonte más cercano y estará inmerso en nuestras existencias cuando tenga a bien a regresara a éste, mi querido espacio cibernético, dentro de unos días. Un fin de semana siempre es la mejor manera de despedir a un mes y darle la bienvenida al otro. Brindaremos por agosto con congoja y morriña ante el verano que hemos dejado atrás, mucho menos ajetreado, loco, voraz y ambicioso que los anteriores. Cosas de los años, del pasar del tiempo.

El estivo dará paso al otoño, el calor al frío y el sol a la lluvia como tantas veces antes ocurrió y tantas veces pasará después. Los días se acortarán y la luz dejará paso a las tinieblas en una expresión que alcanza su sentido más realista en esta época que nos toca vivir. Volveremos a ver los informativos y con ellos el rubor retornará a enrojecer nuestras mejillas, acompañado por un odio que se acrecienta como el nivel del mar por las noches. Volveremos a la rabia inconsciente ante la gestión de este país que una vez se llamó España y regresarán las preguntas existenciales y los debates acalorados en los bares, locales o terrazas de cualquier punto de la nación. 


Y el futuro se antojará duro, como siempre pero como nunca. Volveremos a ver cómo se rompen las ilusiones de millones de jóvenes al chocar con el rostro de los políticos que nos gobiernan a razón de un buen salario mensual y alguna que otra comisión que ellos, por cuenta propia, se agencian sin atisbo de vergüenza alguna. Pero bueno, pedirle sonrojo a un político es como exigirle corrección ortográfica a un futbolista, tarea más que complicada.

Seguirán los besos y las caricias, las guerras de almohadas y los combates bajo edredones recién salidos de las fundas. No se detendrán las sonrisas ni desaparecerán las lágrimas, tan necesarias unas como las otras. La desolación de un mundo que se ahoga resonará como el eco mudo en las copas de champagne de ese diez por ciento inconsciente y sin conciencia. El grito de los débiles será apaciguado por las risas de los poderosos y a ese Dios que tan mal le caemos parecerá seguir sin importarle nada. Los cuerpos se cubrirán y las piernas morenas de las mujeres se taparán con medias de seda o trozos de tela. El invierno irá llegando poco a poco y la necesidad de encontrar calor se hará pecaminosamente creciente. Los amantes seguirán amándose y los solitarios volverán a buscar un corazón que estrujar al menos un par de horas cada noche. Las copas retornarán a llenarse y a vaciarse una y otra vez, ahogando las penas de alguna vida vacua y sinsentido. El ron, el whisky, el vodka o la ginebra serán los cuatro amigos a los que recurrir una vez más y los más fieles consejeros con los pasar el rato. Volveremos a levantarnos cada domingo hundidos en la desesperanza y la resaca de una botella en mal estado y comenzaremos cada lunes animándonos a sonreír, autoimpulsándonos a salir a la calle a comernos un mundo que se nos atraganta, a bebernos una vida que se nos fue por el otro lado, que se escondió tras la esquina sin darnos cuenta. Y después, casi sin  enterarnos, llegarán noviembre...

lunes, 26 de agosto de 2013

Malviviendo, el regreso

Llega una de las mejores series de la historia de Youtube, Malviviendo. La tercera temporada comienza para los que estabais tan ansiosos como yo, si hay alguno que todavía no la conoce... le pueden dar por saco.


viernes, 23 de agosto de 2013

El día del 7 y la noche del Espartano

La historia comenzó a fraguarse hace unos días y el recuerdo, bien lo sabe Dios, perdurará eternamente. No me cabe duda.

Aunque sabía casi con total seguridad que iba a viajar a Madrid ayer, no fue hasta el lunes por la mañana cuando se me confirmó oficialmente. Sí, iba a volver a ver a don Raúl González Blanco sobre el Santiago Bernabeu una vez más. La emoción de alguien que creció con sus goles y comenzó a sentir el pálpito del madridismo sobre la fina piel de su corazón junto al siete de España se acrecentaba como la de un niño en la noche anterior a la llegada de los reyes magos. Volvía a Madrid, volvía al Bernabeu… volvía a casa.
El lunes por la noche me armé de valor e intenté que el viaje desde el pequeño pueblo albaceteño de donde partían los dos autobuses rumbo Madrid fuera lo más completo posible. Probablemente demasiado presuntuoso por mi parte imaginar que la jugada podría redondearse tanto como finalmente ocurrió. Me armé de valor y desterré la poca dosis de vergüenza que Dios me otorgó para enviarle un mensaje privado vía Twitter a uno de los jugadores que más estima, cariño, aprecio y admiración tengo de toda la plantilla del mejor equipo de la historia: Álvaro Arbeloa. 

Poco podía imaginar mi mente cuando, al día siguiente, la llamada de mi amigo del alma, Manuel Guillamón, a intempestivas horas de la mañana me traía de nuevo al mundo de los vivos de más mala gana que otra cosa. Con los ojos aún entrecerrados, comencé a abrir una a una las notificaciones que mi teléfono móvil había ido recopilando durante aquella noche. Cual fue mi sorpresa cuando encontré este mensaje que, espero, no le moleste que publique.


Imagínense ustedes mi alegría, pónganse si pueden en el cuerpo de un madridista de pro que de se ha de frotar los ojos una y otra vez para darse cuenta de que sí, que uno de sus ídolos, un campeón del mundo y de Europa lo invita a conocerlo en el Bernabeu. Si pueden acercarse en una millonésima parte a esa sensación, podrán imaginar levemente la alegría tan inmensa que sentí aquella bendita mañana.
Se lo agradecí y aguardé nervioso el paso de las horas hasta el tan ansiado momento. La espera se hizo larga, no saben ustedes cuánto.

martes, 20 de agosto de 2013

El boli Bic

El examen comenzaba en diez minutos y él, a diferencia de sus compañeras de clase, no estaba para nada nervioso. La preocupación por el test existía, pero nunca tuvo esa sensación de inquietud que sí tuvieron aquellas chicas con carpetas forradas y apuntes coloreados que habían estudiado mucho más. Siempre pasaría lo mismo durante el resto de su vida académica y él jamás llegaría a entender porqué.
El timbre anunciaba que ya era el momento, el estridente sonido del repiquetear del martillo contra la chapa puso en alerta a un alumnado que enmudecía ante la que se avecinaba. La profesora entró en clase y advirtió: “no quiero nada encima ni debajo de la mesa, sólo un bolígrafo y el DNI”. Todos obedecieron exceptuando, por supuesto, aquellos enamorados de la adrenalina y de las tardes en el parque que se negaban a memorizar todos los elementos de la tabla periódica y se ayudaban de un trozo de papel escondido en uno de los bolsillos del pantalón. Pocas cosas más españolas que las chuletas, qué pesar más grande surca mi cuerpo cada vez que pienso que hay un día mundial para casi todo y menos para ellas. Injusticia, que diría Cristiano Ronaldo.
 
El protagonista cayó en la cuenta de que su desordenada cabeza había olvidado, una vez más, algo tan fundamental para la realización de la prueba como el bolígrafo. Con decisión, una pizca de temor y una gran dosis de desfachatez, levantó la mano y comentó en voz alta: “Profesora, me he dejado el bolígrafo en casa”. Nadie pareció extrañarse de que así fuese, ni siquiera la maestra que, más por cansancio psicológico que otra cosa, contesto desganada: “pues pídeselo a alguien, que ya me tienes muy harta”. 

El alumno comenzó a demandar entre los más allegados un arma con la que defenderse frente a aquel combate que iba a librarse en pocos segundos. Nadie podía ayudarlo, ninguno de sus compañeros tenía un bolígrafo de sobra para él y, si lo tenían, la experiencia les había enseñado que dejarle algo a ese chico implicada casi con total seguridad perder el objeto para siempre. El chaval se impacientó y por un momento pareció incomodarse con la situación y preocuparse con la posible expulsión del aula si no encontraba la solución a su problema. Nadie lo ayudaba, nadie se interesaba por su pesar y todos parecían omitir de sus mentes que un compañero necesitaba ayuda. El egoísmo de la especie humana plasmado en un aula de secundaria de un instituto cualquiera.