Queridos reyes magos:
Este año no he sido el más bueno
del mundo, ni el más aplicado, ni tan siquiera el mejor amigo, hermano, hijo,
sobrino o nieto que uno podría desear. No he salvado vidas, ni he colaborado
con grandes causas. Aún así, y apelando a la generosidad de esta época que ya
toca a su fin, os escribo para pediros una serie de cosas en relación a este
2018 que acaba de nacer.
Me gustaría tener salud, pero no
para gastarla en interminables tardes en casa ni en otras tantas noches en el
sofá viendo la televisión. Salud para salir a la calle y correr cuando llueva,
para subir a cimas donde nunca antes he subido y otear paisajes
que todavía no he visto. Salud para nadar desnudo en el mar, para tirarme sobre
la arena y ver cómo el sol sale, poco a poco, por el firmamento; para bajar como
una bala por cualquier puerto montado en una bicicleta o para saltar de un
puente, si es necesario, atado a una cuerda. Salud para mí y para los míos,
salud física y mental y la capacidad, que es igual de importante, de ser
agradecidos a Dios por esa misma salud.
Querría también, a poder ser,
dinero. Para gastarlo en los bares, en grandes montañas de migas en invierno y
en cerveza bien fresquita en verano. Y gastarlo junto a la gente que más
quiero, claro. Dinero para viajar por ese mundo que tantísimo me tiene que
enseñar aún. Para tomarme una paella en la orilla de la playa o para comprar
una botella de buen vino que pueda disfrutar junto a una bonita mujer al lado
de una chimenea. No quiero fortunas, palacios, joyas o cuentas corrientes
repletas de ceros, sólo el suficiente para poder perderme junto a una mochila
por algún paraje desangelado donde no haya estado aún y, puede, nunca vuelva
de nuevo.
Apuntad en la lista también el
tiempo, que es importante. Tiempo para mí y para mi gente, para poder
quedar a tomar un café o para una tarde de cubatas en el pub. Tiempo para leer
y ver buen cine, para quedar con esa persona a la que llevas sin ver años y con
la que siempre terminas aplazando porque está muy liada con todo lo demás.
Quiero tiempo de vida, no solamente minutos de un reloj de marca y, sobre todo,
quiero perder mucho tiempo en hacer las cosas que realmente me gustan. Como
escribiros esta carta, por ejemplo.
También quiero ganas… muchas
ganas. Ganas de saltar, reír, llorar, gritar, correr, bailar, beber y de
despertarme tarde y acostarme aún más tarde. Ganas de abrazar y de que me abracen,
de besar y de (muy importante) que me besen. Ganas de ayudar a la gente que me
necesita y necesitar a la gente que siempre está ahí para ayudarme; y también muchas
ganas para hacer todo lo que no me gusta aunque precisamente no tenga muchas
ganas de hacerlo.
Y por último, queridos míos, os
pido que no os llevéis lejos a todos los que llevan aquí toda la vida conmigo,
que no me falte nunca la facilidad para piropear a una chica o el calor de un
jersey de cuello alto. Os pido el aire rompiendo en mi cara mientras desciendo
en moto por una carretera o el click de un sujetador resonando por la
habitación. Os pido noches de luna llena, días de sol y piscina, faldas
ondeando a mi alrededor y gafas de sol. Os pido cuerpos tostados y tangas azul
marino, sonrisas cuidadas y pelos dorados, el achinar de unos ojos al reírse y
vestidos amarillos. Os pido cruces de piernas y de miradas, perfumes en el
cuello y besos que nacen de allí para recorrer, como un tren sin rumbo fijo, la
anatomía más maravillosa que la naturaleza ha creado. Os pido paz en la calle y
guerra en la cama, tacones altos y poco maquillaje. Os pido balones de cuero
rodando y porterías, sonido de motor y pedales, amor por los cuatro costados
del globo, tormentas y frutas tropicales. Os pido, al fin y al cabo, que cada
uno del resto de los días que me quedan, viva tan intensamente que, al llegar a
la cama, no tarde ni cinco minutos en dormirme. Os pido, majestades,
simplemente vivir con tanta fuerza que el día en que me marche, lo haga con
una sonrisa y sabiendo a ciencia cierta que viví de verdad y no sólo de
boquilla como muchos han hecho.
Muchas gracias por la atención.