Siempre pongo mi primer día en la facultad como ejemplo de lo
que yo creí que era el periodismo. Es, probablemente,
el recuerdo más bonito que queda sobre lo que yo entendí como un sueño y
posteriormente se convirtió en el despertar de una triste realidad.
En aquella primera jornada en la UCM uno de los profesores encargados de abrir el discurso inicial a un centenar de estudiantes que comenzaba su andadura universitaria, nos avisó con tiempo de lo que venía: “Habéis elegido probablemente la profesión más bonita del mundo, eso sí, tengo el deber de avisaros: si queréis haceros ricos, tener vacaciones o trabajar poco y en un horario definido, habéis elegido mal”. Aquel catedrático anónimo consiguió mantener la atención de todos nosotros con un discurso embriagador, motivador como pocos. “El periodista” –continuó – “tiene el deber de, además de decir siempre la verdad, no venderse a intereses empresariales y, sobre todo, no publicar nada que no haya sido confirmado. No debe prevalecer la primicia sobre la realidad. No caigáis en ese fallo y sed siempre prudentes”. Uno recuerda ahora esas palabras, mira el panorama actual y claro, se echa a reír.
En aquella primera jornada en la UCM uno de los profesores encargados de abrir el discurso inicial a un centenar de estudiantes que comenzaba su andadura universitaria, nos avisó con tiempo de lo que venía: “Habéis elegido probablemente la profesión más bonita del mundo, eso sí, tengo el deber de avisaros: si queréis haceros ricos, tener vacaciones o trabajar poco y en un horario definido, habéis elegido mal”. Aquel catedrático anónimo consiguió mantener la atención de todos nosotros con un discurso embriagador, motivador como pocos. “El periodista” –continuó – “tiene el deber de, además de decir siempre la verdad, no venderse a intereses empresariales y, sobre todo, no publicar nada que no haya sido confirmado. No debe prevalecer la primicia sobre la realidad. No caigáis en ese fallo y sed siempre prudentes”. Uno recuerda ahora esas palabras, mira el panorama actual y claro, se echa a reír.
Bajamos a la cafetería, aquel
lugar que coparía horas y horas de debate y charlas con los primeros compañeros
que habíamos conocido y que se convirtieron, en muchos casos, en amigos que
durarán eternamente. Se empapaba el optimismo en todo nosotros, creo que fuimos
la última generación (siempre hay excepciones) que mayoritariamente había
llegado voluntariamente a ‘pasar hambre’, a descartar una vida de acomodo
económico más que por seguir el paso de aquellos mitos mediáticos que nos
narraban goles, contaban historias o trasmitían cualquier escena de un mundo
que no habíamos visto pero del que estábamos dispuestos a ser parte.
La licenciatura académica más rápida
de la historia. Duró un día, después vino la realidad.
A la mañana siguiente uno va despertando
de un sueño efímero y realmente inexistente. Poco a poco ve lo que de verdad es
el periodismo y en lo que se ha convertido en los últimos diez años. No fuimos
siquiera la última generación decente, nosotros fuimos parte del fracaso y
ni nos dimos cuenta de que ya habíamos llegado tarde, de que el noventa por
ciento ni siquiera trabajaría en esto más que por alguna práctica mal pagada.
Ya no había lugar para nosotros en esta profesión.