Recopilación de todo lo que veo, escribo, escucho, hago, siento y quiero... o simplemente me invento.
lunes, 7 de marzo de 2011
Shakiro
viernes, 4 de marzo de 2011
Calidad Segunda

Aceitunas rellenas de anchoas 'Calidad segunda'
Algunos me dicen que es el nombre del producto, yo me niego a pensar que haya gente que sea capaz de ponerle ese nombre a algo y después no sea automáticamente despedida y condenada a cincuenta años de cárcel. Creo que es un cartel que le han obligado a poner por precaución al consumidor de la mierda que te estás tomando, mierda que se puede ver fácilmente en las manos de Joselu (@borrellamas) el cual sostiene una aceituna con pinceladas moradas, indicando la literalidad del aviso del bote.
Calidad segunda, es lo que tiene ser pobre (me mola el slogan)
miércoles, 2 de marzo de 2011
Un libro y un café
Aunque finalmente no quedé entre los diez vencedores, creo que debía ponerlo por aquí para quien quiera disfrutarlo. Espero que so guste:
"Ella todavía dormía y, todo hay que decirlo, estaba preciosa. La ventana del hostal donde nos hospedábamos estaba abierta, y por ella ululaba una suave brisa matinal que consiguió erizar su piel. Ante tal ataque, respondió atrincherándose en busca de protección bajo las sábanas.
Yo la miraba, sentado en la silla de madera de roble que había justo al lado de la cama. En mis manos, un café muy caliente del cual brotaba un aroma opiáceo que me transportaba a la más absoluta calma, secundado, por supuesto, por la extraordinaria visión que tenía ante mis ojos.
Estábamos en la montaña, lejos de todo el mundo civilizado, y habíamos venido única y exclusivamente para comernos a besos durante un fin de semana. Solo para eso.
Era todavía temprano, pero no podía dormir. Me había despertado con los primeros rayos de sol y había ido a la cocina a calentar un poco de café. Ahora, repito, me hallaba en esa silla, columpiándome sobre las dos patas traseras y con mis ojos puestos en su cuerpo desnudo, solamente cubierto en parte por aquella traslúcida sábana. Estaba preciosa.
Sus cabellos rubios caían sobre los hombros y escondían, ante los ojos de los curiosos, la belleza de su espalda. Sus ojos azules permanecían cerrados, impidiendo al espectador ahogarse ante la profundidad de aquel par de gemas. El lienzo de seda dejaba al descubierto la curva maravillosa de su cadera, donde su piel pecaminosa era capaz de llevar a cualquier hombre al más prohibido de los pensamientos.
Le di un sorbo al café. Su sabor invadió mi boca e hizo que me relamiera: estaba delicioso.
Un nuevo soplo de aire irrumpió en el lugar, y ella se encogió otra vez en el colchón, intentando escapar de aquel intruso que se colaba en nuestra habitación sin permiso. En ese instante, me dieron ganas de desnudarme y meterme en la cama para hacerla entrar en calor. Milagrosamente, aguanté la embestida y superé la tentación.
Permanecí allí quince o quizás treinta minutos, asombrándome con la perfección de la escena. La inmaculada acuarela del norte de España, verde y floreciente en un amanecer de verano, nos rodeaba. Hacía frío —no eran más de las siete de la mañana— y el sol aún no calentaba tanto como lo haría horas más tarde. Pero el cuadro inconmensurable que aquel ventanal me servía en bandeja jamás habría podido compararse con lo que esa habitación escondía.
Las paredes blancas y el marrón de los muebles servían para adornar aún más aquella magnífica postal, donde una mujer desprovista de ropa guerreaba con el frío matinal. Tomé otro sorbo y volví a mirarla. Estaba preciosa.
En ese momento, como en un gesto mágico, casi celestial, se giró y acarició nuestro lecho, cerciorándose de que no estaba, lo que la hizo despertar.
Aún ahora, años después, nombro a aquel instante como el más asombroso de mi vida: sus ojos se abrieron lenta, muy lentamente, y se clavaron en los míos. Al ver que la observaba, sonrió, sacando a relucir ante el mundo la expresión más fascinante que se pueda imaginar. Con un gesto tierno pero firme, me invitó a unirme a ella bajo las sábanas. Me instigó a jugar a que el universo no nos importaba, a deleitarnos con el arte del amor y olvidar, por unas horas más, los problemas que este loco mundo nos presenta a diario.
“Bendita invitación”, pensé. Y, sin dudarlo, me desquité la sudadera gris y los pantalones cortos que tenía puestos, y me acosté junto a ella, besándola con todo el amor que el corazón de un hombre puede albergar.
Acaricié cada centímetro de su cuerpo, que memoricé como si del mapa de un tesoro se tratase. ¡Qué demonios! De eso mismo se trataba en realidad.
Los segundos, por obra divina, se ralentizaron, como si el cosmos quisiera que disfrutásemos de ese momento para siempre. Sus labios besaban los míos y saboreaban el dulce agrado de aquel café ardiente que aún se podía palpar en mi boca.
Ahí, en un hotel cualquiera, en un día cualquiera, el amor más vehemente, más pasional, más mágico, más supremo y más febril que el hombre jamás vio se hizo realidad. Y no hizo falta más que el cuerpo desnudo de una mujer, un soplo de aire fresco y el aroma arrebatador de una taza de café."**
martes, 1 de marzo de 2011
La hamburguesa del jefe
Hoy, sin embargo, vengo a narraros una historia real como la vida misma que me contó Iván (@ideotto) de un amigo suyo.
El caso es que este amigo que os digo se fue de cañas con su jefe y un becario que había entrado nuevo a la empresa. A eso de las cinco de la tarde y viendo que no habían comido todavía y las cañas y los vinos empezaban a hacer su efecto, decidieron acercarse a un McDonald´s a tomarse una revitalizadora hamburguesa. Al llegar al restaurante de comida rápida, el jefe pregunta qué van a tomar, a lo que el amigo de Iván responde: "yo una cerveza únicamente". El chaval se pide la cerveza y su jefe una suculenta y grasienta hamburguesa.
Cuando todo está listo para comenzar el banquete, a su jefe le entra un apretón y tiene que ir urgentemente al baño. Nadie sabe por qué razón, el amigo de mi amigo, el cual cuatro minutos antes no tenía nada hambre, comienza a tener una sensación voraz por comer y con un par de testículos dignos de mención, abre la hamburguesa de su superior y le da un bocado ante el estupor del becario que, perplejo y estupefacto por tamaña acción, le increpa: "¡Loco! ¿qué haces tío?, es la puta hamburguesa del jefe".
Nuestro protagonista prueba la deliciosa carne de vacuno y pensando "ya de perdidos al río" se zampa toda la puta hamburguesa mientras que el becario no sabe donde meterse. A pesar de lo grande de la historia, la cosa no acaba aquí. Minutos después, el jefe regresa y ve que su hamburguesa ha quedado reducida a un minúsculo trozo de carne. Con cara de enfado mira al becario y dice: ¿qué ha pasado aquí?". El pobre chaval, descompuesto por el dilema de me la voy a cargar con mi jefe por el puto borracho este o quedar bien con un compañero, no sabe que decir y espera respuesta del culpable del cabreo monumental que tiene el tío. Efectivamente la respuesta se produce: "¿Hamburguesa? ¿Qué hamburguesa?" contesta nuestro protagonista. El becario ya a punto del suicidio confiesa: "El puto borracho este se ha comido su hamburguesa señor" mientras que el mega crack lo mira y, con cara de victoria asegurada, exclama: "mentira, has sido tú"
El puto amo
miércoles, 23 de febrero de 2011
La noche que te conocí
Sería aproximadamente la una de la mañana. Llóvia fuera del bar donde el destino quiso que nos conociéramos. Era, sin embargo, una lluvia suave, casi como el rocío de la mañana, que apenas acaricia tu piel y humedece tu cabello. Un suave goteo invadía las calles de la ciudad donde tuvo Dios a bien hacernos coincidir. Entraste con el pelo mojado; todo el bar —lo recuerdo como si fuera ahora— se quedó prendado de ti. Los hombres que compartían la barra conmigo comenzaron a cuchichear sobre tus ojos, que irradiaron la luz más pura que jamás hubo en aquel antro. Tus labios consiguieron que los pocos especímenes del género femenino que había por allí se reconcomieran de envidia. Yo me quedé prendado; desde entonces hasta que mis dedos escriben ahora mismo estas líneas, me has tenido roto, inservible, más que para quererte y servir mi vida a la inestimable causa de intentar hacerte feliz.
Y desde entonces, la vida de un hombre cualquiera, la fatua y vana existencia de un pobre mortal, se convirtió en el más placentero sueño hecho realidad. Tus caricias, tu sonrisa, tus besos, tu piel, tus ojos, tu boca y todo tu ser no hicieron más que reafirmarme en el mundo, darme a entender que Dios me había postrado ante su más bella creación para luchar por ella, hacerla feliz y prestar, cual caballero andante, mi vida a defender a esa preciosa damisela. Un destino que, orgulloso y prendidamente enamorado, cumplo hasta que Él me llame a su lado, a rendir cuentas y a agradecerme el haber dedicado mi vida a la más encomiable de las misiones: luchar porque seas feliz.