Te olvidarás de mí el día en que,
cuando llamen a la puerta, no desees con todas tus fuerzas que sea yo volviendo a tus brazos. El día
en que te olvides de cómo te besaba lento, de cómo bajaba por tu cuerpo, de
cómo te susurraba al oído lo mucho que te quería o lo mucho que te quiero. Ese
día, si es que llega, te habrás olvidado de mí.
En el momento en que los labios
de otro no te sepan a los míos, en que no recuerdes mis caricias, en que tu
mente no te recrimine lo imbécil que fuiste al irte, al tirarlo todo por la
borda, al cambiarlo por nada. Ese día, querida, me habrás olvidado.
Cuando el verano no te sepa a
vino en la terraza ni a esos paseos por descampados a la luz de la luna, y el
invierno no te evoque estufas encendidas ni mantas guareciéndonos. Entonces, y
sólo entonces, me habrás olvidado.
Cuando no sueñes conmigo, cuando pasees por
la calle y tu subconsciente no te diga: esa chaqueta le gustaría, esa camisa le
sentaría genial, ojalá estuviera aquí para recordarme el nombre de esa película
o, quizá, reces para que volviera allí a quejarme otra vez de lo mucho que tardabas en
elegir vestido. Cuando otros dedos ericen tu piel, cuando otro te tape del
frío, cuando tus pies helados encuentren cobijo en una cama distinta o cuando ya no
recuerdes el olor de mi perfume. Ese día, el día en que por fin dejes atrás
todo eso, me habrás dejado a mí también.
Cuando alguien te quiera para más
de una noche o, peor aún, tú quieras a alguien para más de eso. Cuando
necesites llorar y que te abracen, que te besen con el alma y
no sólo con los labios, entonces comprenderás lo que dejaste escapar. Llegará
un día no muy lejano en el que ya no recuerdes cómo me agarraba a tu pecho para
dormir, cómo necesitaba tenerte cerca para conciliar el sueño, cómo te buscaba
en la noche cuando sentía que te habías alejado cinco centímetros y, casi sin
quererlo, te atraía a mí para no dejarte escapar. Los momentos de riñas, las lágrimas
y también las carcajadas, las noches de película y las películas en mil y una
noches. Las partidas de Trivial o los viajes a la tierra del arte, la pizza y
el imperio. Las veces en que te dije que te quería más que a nada o a nadie en
este maldito planeta que ahora parece un desierto sin ti. Cuando olvides mis
manos descendiendo por tu espalda, mi boca diciendo que nunca había querido
igual, quizá… sólo quizá, me consigas olvidar.
Y yo dejaré de recordarte la
noche en que el alcohol no vuelva a traerme la imagen tu cara, tu sonrisa, tu cuerpo
desnudo y esos ojos verdes clavándose en los míos. Entonces, cuando ya no vuelva a pensar que te quise y sólo siga aquí conmigo el daño que me hiciste, empezaré
a dejar de depender de ti. Y únicamente quedará guardado en mi mente todo lo
malo que vino después, obviando que fuiste el amor de mi vida y odiándote por
el resto de esa misma vida que te llevaste metida en tu bolso de marca. Pero
espero, de verdad, que todo eso, mi odio, mi desprecio, mi indiferencia o mi
apatía tarden mucho en llegar, pues todavía disfruto de los momentos buenos que
una vez tuvimos aunque haga tiempo que se convirtieron en ilusiones que se evaporaron como el rocío de una mañana de agosto. Al final, como te dije no hace mucho, te he convertido en algo mejor
de lo que jamás fuiste y jamás serás y eso es algo que, probablemente, ni merecías, ni mereces... ni merecerás.