Las últimas gotas de cera de la
vela del año 2014 van cayendo sobre la gran mesa del infinito espacio-tiempo
mientras, casi sin darnos cuenta, la mecha de la siguiente comienza a
calentarse al fondo de la habitación para iluminar, ya mismo, el nuevo
2015 que se nos ha echado encima. ¡Qué nervios, qué emoción!
El año del ébola, el pequeño
Nicolás, Felipe VI, Pablo Iglesias o el mordisco de Suárez a Chiellini se va
cabizbajo en un taxi después de haberse puesto las botas en media docena de
cenas navideñas, comilonas de empresa y quedadas de amigos o compañeros de
clase. En la memoria, mil y una historias que contar, doscientos millones de
momentos, algún que otro beso robado, cientos de resacas y, todavía, algunas lágrimas
que, por desgracia, no se terminan de ir.
Trescientos sesenta y cinco días que
ya no volverán. Doce meses con 109 casos (conocidos) de corrupción, casi a diez
por cada uno tocamos. Ocho mil setecientas sesenta horas que parecían
interminables y que ya están a punto de clausurar un calendario que se nos
queda sin hojas. Más de medio millón de minutos donde todavía sigue resonando
con fuerza ese maldito vocablo al que juramos que desterraríamos y que no se acaba
de marchar. Esa crisis déspota y asquerosa que sigue instalada en cada
provincia, en cada ciudad y en cada barrio de un país al que ya no se le puede
exigir un sacrificio más, al menos no a los que vienen sacrificándose desde
hace ya demasiado tiempo: a tu vecino y al mío, a su abuelo, primo, sobrino o amigo
de éste, suyo o el de aquel que tienes ahora mismo al lado o te mira de reojo
desde la butaca del salón.
El 2014 ya se encuentra
en el hall de casa intentando cerrar la última de las maletas para transitar hacia
algún desconocido lugar. Mientras, afuera, otro caballero con traje gris y
corbata color caoba enciende la alarma de su coche para subir después los
peldaños que los separan de la cena de fin de año que le espera calentita en la
cocina. El primero se lleva consigo a Robin Williams, Lauren Bacall, Luis Aragonés,
Cayetana de Alba, Adolfo Suárez o don Alfredo Di Stéfano. El segundo, por su
parte, nos trae alguna cigüeña que otra para compensar. Siempre ha sido así y
siempre así será.
El año del fracaso del Mundial deja
paso a otro sin Campeonato del Mundo, Eurocopa, juegos Olímpicos o tan siquiera
esa apestosa Copa Confederación. Se avecina uno de esos ‘verano de mierda’ como
se conoce vulgarmente en mi círculo más cercano a los estíos donde no hay más fútbol
que las pachangas de las ocho de la tarde en la pista del pueblo. Finiquitamos
el año de la décima, el de Mireia Belmonte y Marc Márquez, aquel en que Alonso
dejó Ferrari para poder ganar y Roger Federer no dejó de hacerlo. Hay cosas que
parece que nunca van a cambiar.
A lo lejos se atisba a ver de nuevo una ceremonia de los Oscar donde DiCaprio no lo ganará, como tampoco lo hizo meses atrás ante un Matthew Mcconaughey que le arrebató merecidamente la estatuilla más preciada a uno de los actores que, seguramente, más la ha merecido. Star Wars, Jurassic World y hasta si me apuran 50 Sombras de Grey coparán la celulosa de las grandes salas mientras Intellestelar, El Hobbit o la infravaloradísima Her quedan desterradas a la quietud de la estanterías de grandes DVD´s de casa. Por otro lado, peores sitios hay que ese.
A lo lejos se atisba a ver de nuevo una ceremonia de los Oscar donde DiCaprio no lo ganará, como tampoco lo hizo meses atrás ante un Matthew Mcconaughey que le arrebató merecidamente la estatuilla más preciada a uno de los actores que, seguramente, más la ha merecido. Star Wars, Jurassic World y hasta si me apuran 50 Sombras de Grey coparán la celulosa de las grandes salas mientras Intellestelar, El Hobbit o la infravaloradísima Her quedan desterradas a la quietud de la estanterías de grandes DVD´s de casa. Por otro lado, peores sitios hay que ese.
Se despide un año de amor y besos
y les deseo otro con mayor porcentaje de estos en sus vidas. Que el confeti los
empape y las lágrimas sólo sean de felicidad. Que disfruten del buen cine, de
las grandes series y de la mejor compañía, desterrando de sus vidas la
mediocridad, lo grotesco y lo tosco. Que el 2015 los encuentre bañados en
alcohol y sonriéndole a un mundo que cada vez parece más mustio, más gris,
menos alegre y más pútrido en muchos lugares del país, comenzando por ese
hemiciclo flanqueado por leones. Les deseo salud, dinero y amor, como ya hacían
Cristina y los Stop allá por el año
67 del pasado siglo. Que no les falten buenas películas en el año en que se
cumplen cien del nacimiento de Orson Welles; sexo en el que Linda Evangelista
cumple cincuenta (un saludo para Linda, que sé que nos lee), o música cuando
pasa un cuarto de siglo desde aquel Blaze
of Glory de un Jon Bon Jovi que se iniciaba en solitario.
En definitiva, espero de corazón, un final de año tan increíble
que sólo pueda ser eclipsado por un principio de 2015 mil veces mejor. Que se
pierdan en noches interminables, que se encuentren en días que deseen que no
terminen jamás. Que los acompañe la dicha, la lujuria, la fortuna y la felicidad
y que recordemos el nuevo 2015 que ya comienza por ser el mejor de nuestras
vidas. Intentémoslo al menos, que no se diga que no pusimos toda la carne en el
asador, que no nos tachen de cobardes, que no puedan reprocharnos que no
exprimimos cada instante como si fuera el último. Que lo que viene sea siempre
mejor que lo que se va. Ojalá sea así, para ustedes y, si mi permiten decirlo,
también para mí. Ojalá todo venga a mejor, ojalá lo malo lo podamos, de una vez
por todas, terminar de desterrar.