Agosto se deja ya ver por el
horizonte. Si entrecierras los ojos e
inspiras bien hondo, te darás cuenta de que ya alcanzas a sentir el aroma de un
mes distinto, de una época diferente, de un mundo que sólo podrás exprimir una vez
cada trescientos sesenta y cinco días.
Porque agosto es un mes especial, eso es
una realidad incontestable. Todavía colea el calor de un verano que, sin
embargo, empieza a caérsenos de entre los dedos como un puñado de arena. El calor domina
los días y parece escabullirse por las noches. Esa tremenda contradicción
veraniega de pantalón corto y sudadera empieza a hacerse más y más patente
entre los jóvenes enamorados que bajan a hurtadillas al parque a comenzar a
sentir unos labios ajenos besando los suyos. O al revés.
Porque agosto es el mes de los besos,
eso lo sabe todo el mundo. Es el mes donde se consolidan los amores de verano,
donde los mensajitos de texto y las miradas en la piscina ya quedaron atrás y
ahora se queda con ella para tomar un helado e intentar meterle mano por debajo de la blusa en los bancos del
parque, mientras el sonido del agua de la fuente acompaña como si de un violinista romano
en un café de la Fontana di Trevi se tratase. Por lo menos antes era así… ahora vete tú a
saber.
Agosto llega como lo hacen las
grandes estrellas de cine, sabiendo que con él se empieza la verdadera fiesta
pero también, irremediablemente, está más cerca su final. Comienzan las
verbenas y los bailes de plaza de pueblo, las playas se masifican y los atascos
desde Madrid parecen no tener final. Las faldas siguen ondeando al viento como
banderas de países por explorar (Nota: el verdadero verano se termina cuando la
última mujer guarda su falda más blanca en el baúl, ni equinoccios ni polladas
similares) y las terrazas fluyen como el agua de un río, dejando atrás cualquier
atisbo de crisis económica que pueda haber existido, exista o existirá. “Ya
llegará septiembre” nos decimos cuando nuestra conciencia empieza a llamarnos
la atención por la asiduidad con que sacamos la cartera a pasear. Y
efectivamente, ya queda menos también para eso.
Con agosto termina todo y vuelve
a empezar también. No es casualidad el que, a pesar de que su predecesor tenga
treintaiún días, a él también le concedieran el honor de ostentar veinticuatro
horas más. Fue un homenaje a un mes de transición que separa la alegría del
verano, del cobijo y el frío de un otoño que ya está a la vuelta de la
esquina. En él quisieron los románticos depositar el último resquicio de calor
y sensualidad de la época más febril de todo el año. Agosto, con sus siestas y
sus noches, con sus tardes y sus amaneceres, vuelve a ser el cobijo de aquellas
almas que anhelan sobre cualquier otra cosa el roce de un cuerpo junto al suyo,
de esos hombres que siempre preferirán un mundo de piernas al aire a otro de
vestidos largos y abrigos de lana. Comienza un mes donde todo es posible y
donde la temperatura corporal llega a cotas suficientemente altas como para
considerar que ninguna señorita pueda estar fuera de tu alcance. Y eso va por
ti, desdichado amigo que lloras porque apenas consigues que ella te mire. Ahora
es tu oportunidad, agosto te la brinda. Acércate y susúrrale algo al oído,
escríbele unas bonitas palabras o mírala fijamente bajo una noche estrellada. Si
ha de caer ese muro, no será en otra época que la que vives ahora mismo. Si has
de tomar ese castillo, no esperes más. Agosto te servirá de ejército, de
escenario y de telón de una función que está a punto de comenzar. Tu mayor
aliado está a sólo un par de días de camino y tu misión ya está por empezar.
Disfrútala, de cada trozo de su piel y cada gemido que salga de su boca. Ve, vence y no dejes títere con cabeza.