Al alba, en las primeras horas de la
mañana, era el único momento del día en que la temperatura se hacía respirable
en esa casa. La brisa entraba por la ventana de la habitación a hurtadillas,
haciendo su aparición cuando el único sonido que se escuchaba en el ambiente
era el de los pájaros dándole los buenos días a un mundo que se desperezaba con
brío. La suave corriente impregnaba el ambiente y se adentraba entre las paredes
blancas de la habitación acariciando dócilmente los dos cuerpos desnudos,
exhaustos de toda una noche sin conciliar el sueño y que habían quedado
tendidos sobre un colchón empapado de sudor, pasión y restos de lujuria.
Ella tenía entrelazada su pierna a la de él como un
ancla, como si temiese que se le pudiera escabullir en la oscuridad de la
noche. Él, estaba tan preso de esos ojos castaños ahora cerrados que no habría
podido escapar aunque quisiese. Cautivo, absolutamente sumiso a un cuerpo que trascendía
lo terrenal, que lo llevaba a lo divino, que lo envolvía con un manto de besos
y caricias transportándolo a lugares nunca antes conocidos, nunca antes
habitados, nunca antes explorados por civilización alguna.
La piel de ella aún conservaba el aroma de la madrugada: una mezcla de sal, deseo y algo que no habría podido describir con palabras pero que le causaba una profunda adicción. No sabía muy bien qué sentimiento le despertaba aquella mujer que había entrado en su vida un buen día sin avisar o, quizá, fuesen tantos que su corazón no podía quedarse tan sólo con uno. Se preguntaba si aquello era amor o si era algo todavía más humano: una necesidad ancestral de rendirse ante lo bello.
La miró durante unos segundos mientras sentía su
aliento cálido rompiendo en su pecho, aún impregnado del murmullo de los restos
de un jadeo que horas antes se habían elevado por encima del silencio y con la
marca en los dedos de su mano intentando acallarlos. Nada en ella
era profano, nada parecía hacerse mortal: sus caderas se antojaban puentes para
cruzar el umbral de lo terrenal; sus muslos, un santuario donde se disolvía la
razón. Sus labios todavía seguían enrojecidos de pasión, con resquicios de una
guerra sin cuartel librada poco antes y donde se habían enfrentado dos
ejércitos armados con besos, dentelladas y tanta pasión como el mundo jamás
conoció. Sus senos caían voluptuosos sobre el colchón, su espalda manchada de
lunares y pecas dibujaba un mapa hacia el paraíso y un mechón dorado tapaba con
dulzura unos ojos agotados de toda una noche sin dormir.
La textura de su piel aún ardía en sus palmas, como si
la memoria del tacto pudiera permanecer más allá del tiempo. Había algo sagrado
y demoníaco en ella, en esa mujer que aunaba todo lo pecaminoso del infierno
con la quietud del paraíso.
Comenzó a recordar. Su cuerpo, bajo él, bullendo como
un volcán en erupción. Sus manos perdiéndose en cada recoveco, la comisura de sus labios recorriendo su pecho y su pubis; sus ojos clavados unos en otros, impertérritos
al paso del tiempo, al qué dirán, al sentido de la vida y a todo lo demás. El
sabor de su lengua, el amargor que el perfume de su cuello dejaba en su boca.
La vio calmada y dormida y se preguntó si era posible que ese ser ahora
impávido pudiese ser el mismo que lo había transportado hacia un placer de otro
mundo tan sólo unas horas atrás.
Afuera, el mundo comenzaba a echar a andar entre prisas y rutina, pero allí dentro el mundo no importaba porque ellos tenían el suyo propio. Cerró los ojos por un instante y se permitió grabar la escena en su memoria. Guardó la imagen a fuego en su alma y quedó ahí exánime, notando cómo la película tocaba a su fin y dándose un último lujo, un último capricho: No la tocó. No porque no quisiera, sino porque entendía que hay silencios que no deben interrumpirse y cuerpos que, después de arder juntos, merecen reposar en calma para conseguir recomponerse en paz. Eso sí, cinceló el momento en su mente y en su alma y nadie más se lo pudo arrebatar jamás y de ese segundo nació una oda a una bella mujer, a una noche de sexo y pasión y a la vida misma, que no es más que todo lo anteriormente nombrado y tan sólo un poquito más.