Colorea con sus rayos una noche
que hasta hace poco era oscura, tanto que apenas se conseguía ver desde el balcón. Los árboles parecen dorados y las calles,
vacías de almas, se asemejan a dibujos en acuarela pintados por la brocha de sus destellos. No se ven casi nubes en el cielo y eso se agradece porque te permite maravillarte con ella,
deleitarte con lo bonita que está.
Me siento en la butaca arropado
por una manta que a duras penas me cubre las rodillas. De fondo, la lista de
reproducción que tantas veces me ha acompañado en tu ausencia y que,
extrañamente, más me ha acercado a ti. De vez en cuando añado alguna canción,
otras, quito unas cuantas; pero siempre tengo las necesarias para aguantar las tres cosas que más me calman en este mundo: un
baño de espuma, una botella de vino o ponerme a pensar en nosotros.
Ella, la luna, me recuerda mucho a ti, como casi todo.
Llevo muchos años en esa faceta en la que a todo le saco punto en común contigo
y de ahí no hay cojones a salir. Recurro a esa frase de taza cursi que reza
algo que, sin embargo, tiene mucho sentido: no podemos estar muy lejos si vemos
la misma luna. Y aunque a veces parezca que estás en la otra punta del mundo,
la verdad es que siempre estás cerca. Aunque no lo quieras, aunque no seas consciente, aunque ni siquiera sepas que es así.
La suave brisa de una primavera
extraña resopla desde lo más alto de un ático de un pueblo cualquiera, justo cuando dejamos atrás un día y comenzamos uno nuevo. Hace
tanto que no salgo que parece que siempre he estado aquí y que cualquier
novedad, por estúpida que parezca, es una excusa para darle una vuelta de
tuerca a la monotonía. Hoy la excusa era la luna, salir a la terraza a
disfrutarla, pero realmente es que me he acordado de ti otra vez y
quería verla a ella por los dos, ya que tú no puedes.
El móvil sigue sin sonar y hasta el
horóscopo me dice que me olvide, que no hay nada que hacer. Y así llevo tanto
tiempo que hace mucho que perdí la cuenta. Pruebo otros labios y duermo en
otras camas; abrazo a otra gente y bebo hasta caer rendido, pero ahí sigues,
como la misma luna llena, llegando al menos una vez al mes para hacer que no te
olvide, para volver a mi cabeza cuando creías que te iba a echar, por fin, de ella. Me gustaría decirte que no es necesario, que no lo voy a hacer, que
sigo esperando aquí, mirando a la luna, a que tú te decidas a volver, y que si ya he
aguantado media vida qué más me da aguantar la otra mitad. Total, he descubierto en todo este tiempo que no voy a encontrar a nadie mejor que tú: ni ahora, ni en un año, ni en un siglo... ni en toda la eternidad.