Te llevaste lo mejor de mí
aquella fría noche de invierno y tantos años después, aún espero que me lo
devuelvas, que te sientas un poco culpable por habérmelo arrebatado todo y, un día
de estos, aparezcas en mi puerta para compensarme.
Mis ganas de reír se fueron con
el último coletazo de esa sonrisa tuya que tanto me gustaba y que pareció perderse
en los meses finales de aquel tiempo maravilloso que vivimos juntos. El tacto
de mi piel desapareció cuando tus manos dejaron de entrelazarse con las mías,
cuando tu espalda desnuda comenzó a ser surcada por otras bocas y tus piernas
no se amarraban con fuerza a mi cadera cuando no había nadie más en el planeta que tú, yo y una cama para guarecernos. El mundo dejó de tener tonalidades el
día en que te marchaste por esa puerta, el día en que dejamos de hablar, el día
en que todo lo que parecía eterno comenzó a volverse tan efímero que, desde
entonces, parece que nada ha vuelto a pasar con realidad manifiesta.
Te llevaste los colores de una
paleta que ahora es blanca y negra. El sonido de tu voz, que era la banda
sonora de toda mi existencia, se fue contigo convirtiendo la película en muda,
como si fuera de esas de principios de siglo que ya nadie quiere ver. Te
llevaste tu ropa y mi armario sigue mustio, trise y decaído desde entonces. Te fuiste con todo lo material, con todo lo banal, lo que menos importancia tiene pero que, curiosamente, es lo que más me recuerda lo importante que fuiste. Porque sigo viendo aquellos zapatos de
tacón, tus colgantes, tu secador de pelo y los mil potingues que adornaban el
mismo cuarto de baño que ahora te llora como un crío pequeño y me pregunta cada
mañana dónde estás, cuándo vuelves o cuándo volveremos a llenar la bañera de
agua, espuma y vino otra vez.
Te llevaste tantas cosas que todavía me pregunto si me dejaste
algo que tener. Te llevaste todo lo que no valía para nada, lo que lo valía
todo y lo que ya no volverá a valer.
Te llevaste los momentos y me
dejaste los recuerdos, te llevaste las palabras y me dejaste los silencios, te
llevaste los besos y me dejaste el sabor de tu boca impregnado para siempre en
mis labios. Te llevaste todo lo bueno que tenía, que era mucho; y me dejaste
con la imagen de una vida que ya no volverá a ser igual, que ya nada tiene que
ver con lo que fue, que nunca será como era y como siempre quise que fuera y
pensé que sería como tuvo que ser. Te lo llevaste todo y me dejaste aquí,
recordándote cada puñetero día, cada hora, cada minuto. Te fuiste y te llevaste
tus cosas, tu cuerpo, tu mente, tu espíritu, tu alma y tu ser y, sin darte
cuenta y aunque quizá no lo sepas, metiste en tu maleta todo lo mejor que tenía
yo también.