miércoles, 1 de mayo de 2019

Lunares blancos

Lunares blancos sobre una tela negra como la oscuridad, la mirada perdida en todos y en nadie, como si nada fuera con ella, como si no supiese dónde mirar. La sonrisa tímida y la voz más dulce que el mundo ha escuchado, la típica mujer que sin decirte nada te lo ha dicho todo y que cuando quieres darte cuenta de lo que está pasando, ya te tiene enamorado.

Unos ojos marrones que te atrapan y no te dejan ir, la sensación de que ha sufrido tanto que está cerrada para siempre, que no quiere cuentas con nadie, que nunca, jamás, se va a volver a abrir. La dulzura personificada, valentía y pasión, de esas chicas que se cruzan una vez en tu vida y, si la pierdes, ya no tienes otra ocasión.


Se movía por el suelo descalza como una gata sobre el borde de una cornisa, a veces se molesta por el fútbol y, dos segundos después, cuando piensas que se está enfadando, de repente, se parte de la risa. Recuerdo que dormíamos juntos en una cama a la que alguna vez llamamos nuestra, recuerdo que me hizo el desayuno, que se adornaba con flores y que le dije muy serio en una ocasión que las cosas no se prometen, sino que se demuestran. Le enseñé que hay tres cosas importantes en la vida: dónde trabajas, con quién te juntas y el colchón donde te echas a dormir y ella, minutos más tarde, me demostró que por muy mal que te vayan la vida siempre tienes que sacar ganas para vivir. Que todo tiende a solucionarse, que el universo conspira a tu favor, que el frío se queda atrás y las flores nacen cuando comienza a hacer calor. Me enseñó muchas cosas en todo el tiempo que estuvimos juntos, que ahora no recuerdo si fueron dos años o apenas un segundo, porque a veces, cuando pasas el tiempo con la persona indicada, las manecillas del reloj se mueven tan rápido que parece que no se mueven nada de nada. 

Le gustaba sentarse sobre mí y mirarme fijamente a la cara y no había nada que más me gustase a mí que sostenerle la mirada. Y darle besos en el cuello, en la boca, en la frente y en el corazón; decirle, aunque sé que le molestaba, que estaba preciosa… Y que sepan todos ustedes que no me faltaba razón. Sus manos se entrelazaban en las mías y su risa se perdía en la habitación; me besaba lentamente al principio y luego, poco a poco, fundía su lengua a la mía con pasión. Recuerdo que hubo un momento, entre tanto calor, que tuve que tranquilizarme y pensar que debía andar con cuidado, que mujeres como esta son las que te vuelven loco de remate, son las que te hacen perder la razón.

Y toda la historia empezó con un centenar de lunares blancos sobre un vestido negro y otras dos docenas desperdigados al azar sobre su espalda, un llamada entre el ruido y unas piernas infinitas que se pierden como dos luceros del alba por debajo de su falda. Lunares blancos que resultaron no ser lunares; noches que pudieron ser de pasión y al final fueron normales y otras que parecía que sólo iban de dar un paseo y se quedaron en tu mente para siempre, imborrables. La vida es tan complicada que lo que pensabas encontrar en el cielo al final te lo encuentras en los bares. La vida, por otro lado, es tan maravillosa que el día más bonito que recuerdas hace mucho nació de uno de esos días que parecía que iban a ser de lo más normales.