Cuando ella bailaba el mundo se
ralentizaba. Uno perdía la noción del tiempo, de la realidad, de lo que era
onírico o tangible, verdadero o falso. Las horas no pasaban, los minutos se
hacían años y uno quería quedarse allí por todos y cada uno de los que le
quedasen por delante. Cuando ella bailaba las agujas se movían más lento, el
tiempo parecía detenerse, la vida merecía la pena y sus piernas se convertían
en tu condena.
Cuando ella bailaba la
temperatura ascendía. Entrecerraba los ojos y dejaba volar sus caderas con las
sensualidad de una tigresa paseando por en medio de una selva de acólitos
perdiendo la cabeza por ella. La recuerdo meciéndose como una cuna, abrazada a
una copa de vino en el centro del salón, olvidándose de los ojos libidinosos de
todo aquel que la miraba. Cuando ella bailaba los grados se incrementaban, el
invierno más crudo se convertía en una noche de verano, el hielo se derretía y
el fuego todo, absolutamente todo, lo envolvía.
Cuando ella bailaba los hombres
enloquecían. La observaban desde todos los puntos de vista: de arriba abajo, de
norte a sur y de este a oeste. Se perdían en ensoñaciones eróticas y en
fantasías acaloradas. Imaginaban un beso suyo, una caricia de sus manos, el
sabor de su lengua en la boca, el tacto de su piel muriendo en las suyas.
Cuando ella bailaba la gente soñaba, las mentes echaban a volar, los
subconscientes creaban historias de pasión. Cuando ella bailaba el mundo se
convertía en un lugar mejor.
Cuando ella bailaba a mí me daba
por escribir. La recordaba con su vestido azul marino cayéndole por debajo de
las rodillas y cincelando su cuerpo a la luz del neón, subida en esos tacones
finos que parecían pegados al suelo. Sus labios rojos se marcaban en la copa de
cristal y sus ojos verdes, de vez en cuando, lo hacían a fuego en los míos. Su
pelo dorado cayendo sobre sus hombros, su espalda al aire y sus uñas sin
pintar, su boca esperando la mía, y la mía muriéndose por dejarse besar.
Cuando
ella bailaba destrozaba corazones, abría heridas y cerraba noches frías, volvía
locos a todos con cientos de fantasías, pero aunque ella bailase para todos, yo
sabía que ella... era solamente mía.