Me recibió húmeda, como la amante agradecida que siempre fue
para mí. La lluvia adornó nuestro primer paseo juntos después de tanto tiempo,
de tantísimos meses sin vernos. El aroma a café precedió a las cervezas, y es que
bien sabe Dios que una caña no sabe igual en Madrid que en cualquier otro
sitio; y acabamos como siempre, queriéndonos entre sus calles, amándonos entre
las esquinas de esa ciudad maravillosa a la que volví después de una eternidad.
No defraudó, ella nunca lo hace.
Se nos hizo demasiado corto. Casi sin darnos cuenta el reloj
ya marcaba la hora de la despedida, de la partida a la otra punta del mundo
para, de nuevo, volver a dejarla sola y lejos de mí. Ella se despidió sonriendo
y me obsequió con una tarde soleada en el centro, de nuevo entre birras y luz
en el asfalto. Volví a compartir momentos con grandes amigos y, de soslayo, con
ese club de fútbol que ya se ha convertido en algo más que una pasión. Torné a
disfrutar de la diosa, de Sol, de la Gran Vía y de una ciudad que inspira
pasión, libros, cine y sonrisas como ninguna otra que haya conocido. De nuevo
volvimos a reír hasta llorar, esa extraña forma que tiene la vida de darte a
entender que en ese preciso momento no puedes ser más feliz. En esta ocasión,
un sándwich de jamón y queso tuvo la culpa, una gilipollez como cualquier otra,
como las cientos de miles que la precedieron y las miles de millones que, Dios
mediante, la seguirán. En Madrid el que no sonríe es porque no sabe hacerlo o
porque no le da la gana, no hay más explicación.
Y, como decía, al final me volví a marchar. Dejé atrás
Atocha y la M30 sirvió de antesala para una A3 extremadamente larga cuando uno
se aleja de la ciudad donde más feliz ha sido. Cientos de kilómetros de
reflexión sosegada y melancolía contenida en una nueva despedida. Un ritual que
se repite una y otra vez y una frase que la acompaña: “tengo que venir más a
menudo a verla, pasa demasiado tiempo sin que la estreche entre mis brazos”. Esa
promesa que después, por unas cosas u otras, no se cumple en la medida que uno
quisiera. Pero lo que sí es cierto es que ella no cambia y que aunque las
horas han seguido su curso desde ese momento en que me robó el corazón y nunca
me lo ha vuelto a devolver, cuento cada día las que faltan para volverla a tener a mi lado.
Ya queda menos, casi te vuelvo sentir, no te vayas muy lejos, que pronto vuelvo
a ti, mi amada, mi vida, mi Madrid.