lunes, 11 de noviembre de 2013

Meritocracia

La edición digital de la RAE (e imagino que tampoco la edición en papel) no recoge el significado de la palabra ‘meritocracia’. No es algo que me extrañe, puesto que aquella institución que antaño presumía de ser ‘fija, dar brillo y esplendor’ se ha asentado en la conformidad del que se ve entronado por sus méritos pasados y ha caído en el ostracismo y en la incompetencia que atestiguan acepciones como ‘almóndiga’, ‘sociata’ o ‘pepero’, recientemente aceptadas.

La Real Academia de la lengua española es sólo un ejemplo más de una corriente que se antepone a aquella palabra acuñada por Michale Young en 1958 y que viene a inculcar una nueva forma de entender la sociedad, la economía, el deporte y la vida misma. La meritocracia es la forma de gobernar cualquier institución que se basa principalmente en que las posiciones más altas de los organigramas estén ocupados por los mejores. Esta concepción se asienta en valores como el esfuerzo y la constancia, la profesionalidad y el trabajo diario. No entiende de pasado sino de presente; y deja el futuro condicionado por el hoy y no por el ayer. Es la ley que impide que el niño rico de papá sea gerente de la empresa a pesar de su patente incapacidad, o que Ana Botella llegue a ser alcaldesa de Madrid con esebochornoso nivel de inglés. La meritocracia no premia las cualidades físicas o intelectuales inertes en el ser humano desde el momento de su nacimiento, sino que se fija en el esfuerzo del que, siendo más limitado en cualquiera de esas facetas, consigue superar al primero con tesón y tenacidad.

En España, la meritocracia llegó a conocerse hace relativamente poco. Fue una prensa culta e instruida, alejada de las tertulias deportivas y los diarios más sensacionalistas, la que la fue introduciendo paulatinamente en una sociedad reacia a aceptarla. ¿Cómo explicarle a un español que el trabajo es lo importante y que el esfuerzo es fundamental para la superación diaria? ¿Cómo hacerle ver a un estudiante cuyo único propósito es conseguir una plaza para ser funcionario que se puede aspirar a más en la vida? ¿Cómo instruir a una población que ha tenido catorce ediciones de Gran Hermano en que son los médicos, arquitectos e ingenieros los verdaderos héroes a los que intentar parecerse?, un difícil trabajo para un complicado país.

La meritocracia, sin embargo, da sus frutos. Tienen ustedes el ejemplo más clarividente en los dos países del planeta que la usan en sus instituciones gubernamentales (en mayor o menor medida), Finlandia y Singapur. El primero es, en proporción, una de las naciones más desarrolladas de toda la Unión Europea. El segundo ha pasado de ser la renta per cápita más baja del planeta a comienzos del siglo pasado a ser, hoy en día, la tercera del mundo más elevada.

Diego López saca una mano prodigiosa en el clásico Real Madrid-Barcelona


Acabo ya mi alegato de una mañana cualquiera donde quise dejar constancia en un blog en el que nunca (o casi nunca) se habla de nada serio, de que otra forma de gobernar un conjunto de personas (pues la sociedad en cualquiera de sus facetas no deja de ser eso) es posible. Los más madridistas de la sala echarán de menos un nombre en concreto en un texto llamado así, ‘Meritocracia’, y ha sido con él con el que he querido cerrar este pasaje recordando que fue él el que nos instruyó en todo este barullo filosófico. Decía José Mourinho: “Quizá aquí (en España) la gente no está preparada para que los jugadores sean iguales. Yo busco la meritocracia, y eso consiste en que el que esté mejor preparado, juega”. Qué grandes fuiste José, y cuánta razón llevabas.

martes, 5 de noviembre de 2013

Mis cinco nuevos héroes

"Hay que ser un puto genio o estar tremendamente mal de la cabeza para salir de fiesta una noche y robar una llama de un circo, sólo caben esas dos posibilidades en la ecuación". Aristóteles

Llevamos ya un par de días comentando en las redes sociales la espectacular noticia que ha hecho tambalear los cimientos de las noches de borrachera a nivel mundial. Han sido cinco franceses de aspecto normal y amplias sonrisas los que han cambiado para siempre el color de la fiesta planetaria. Ellos, estos cuatro individuos más el fotógrafo que prefirió permanecer en el anonimato, son los culpables de que desde ahora hasta el fin de los tiempos el listón de las barbaridades nocturnas haya subido tres o cuatro peldaños en la escala. A partir de este momento, cuando un grupo de jóvenes se reúna para hacer botellón en cualquier parque del continente y el alcohol comience a hacer mella en sus cuerpos, ya no tendrán sentido las llamadas con número oculto a mujeres, ni las fotografías de culos peludos, ni tan siquiera el celebérrimo juego de cartas 'Oh Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' (que otro día explicaré por aquí). Siempre quedará en el recuerdo, esa historia irrepetible que se ha coronado en el TOP mundial de momentos épicos de la humanidad por debajo de la invención de Internet y la rueda y muy (pero que muy) por encima de la conquista de la luna.

Los cuatro genios y la llama. F-O-T-Ó-N

Durante la pasada madrugada me he estado cuestionando profundamente una serie de interrogantes que paso a enumerar para que vosotros, libremente, deis vuestras opiniones:

1- ¿Merece la pena jugarse el tipo, el dinero y hasta la dignidad por robar una llama una noche de borrachera?
2- ¿Es necesario cargar con antecedentes policiales tu ficha personal aún a sabiendas que eso te impedirá ejercer en el futuro muchos empleos públicos?
3- ¿Le has merecido la pena a estos chavales pasar un rato en el calabozo por ser los primeros en lograr esta singular proeza?
4- ¿Ha sido rentable avergonzar a sus familias y saber que a partir de ahora serán señalados por la calle o siempre que salgan de fiesta, como les ha ocurrido a otros grandes personajes de la humanidad como éste, ese o aquel?
5- ¿Pregunto todo esto únicamente porque me jode profundamente que ninguno de la foto sea yo?

Como os decía, después de una profunda meditación he llegado a la conclusión de que todas y cada una de las respuestas a estas cinco preguntas son un 'sí' y que estos chicos, lejos de ser unos vulgares delincuentes, son unos putos genios a los que venerar, admirar y dar las gracias por el momento maravilloso que nos han hecho pasar al resto del planeta tierra. Sois grandes franchutes, allá donde estéis.


(Vídeo en franchute donde se mustra al animal en cuestión)

lunes, 4 de noviembre de 2013

Dos pájaros de un tiro

Así, como reza el título de esta entrada que escribo a intempestivas horas de la noche, se llamaba la gira que hace poco realizaron en conjunto los que probablemente sean los dos cantautores más célebres de nuestro país: Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.

Yo conocí primero al catalán. Con esa voz melosa y renqueante comencé a introducirme paulatinamente en la música y las letras de Joan Manuel con un viejo casete que mi madre tenía por ahí guardado de un concierto suyo en Buenos Aires. Serrat es el Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, Esos locos bajitos y sobre cualquiera de ellas, para mi gusto, Lucía y Fiesta. Con la primera relata una declaración de amor a cualquier fémina que tenga a bien llamarse así. "¿Lucía?, como la canción de Serrat" es la frase recurrente en cuanto te la presentan. Esa bella historia de amor que tuve y tendré, esa ley innata en el  hombre de desear lo que nunca se tuvo y amar sobre todas las cosas lo que jamás se tendrá queda plasmada como jamás se tuvo constancia en los versos de una canción eterna y demasiado infravalorada como le pasa, sin lugar a dudas, al segundo ejemplo que les comentaba.

Fiesta es la plasmación perfecta de la España tradicional. Esa verbena rural y de pueblo pequeño, con vino, mujeres y música, sin importar si las girnaldas son rojas y gualdas, verdes, lilas o amarillas. Con la alegría por himno y la dicha por bandera, como siempre debiera de ser.
Con ella cierro a Serrat y comienzo con Joaquín




Sabina posee una voz desgarrada por la vida y como la vida, nunca mejor dicho. Él es pura poesía, desecha por completo la tonalidad para centrarse en las letra que superan a cuanto se haya podido escribir en la historia de este país para después ser cantado. Él ya es un habitual en este blog, donde tantas y tantas veces lo he recordado. Hoy os dejo ese 'Y nos dieron las diez' que todavía no he plasmado por aquí y que no podía faltar en este breve recopilatorio musical que en esta velada ya de lunes, un chico cualquiera evocó para homenajear a dos poetas y a cuanto han contribuído a alegrar las noches en vela de muchos de nosotros.




lunes, 28 de octubre de 2013

I don´t know why

A Shawn Colvin la encontré en la banda sonora de Serendipity, una americanada romántica con John Cusack y Kate Beckinsale. Hoy, en uno de esos alardes romanticones que me dan, he encontrado esto.



I don't know why
The sky is so blue
And I don't know why
I'm so in love with you

martes, 22 de octubre de 2013

Microcuento (III)

No quiero más verbo que el besarte, con eso puedo comenzar a escribir. Seguiría con tu nombre, que es el único sustantivo que conozco. Te aseguro, por otro lado, que no hay nada más determinante que tu belleza y que estoy determinado a hacerte mía, a robarte morfemas inconexos y lexemas lujuriosos. Palabra de honor.

Hablaría más tarde de adjetivos, y ahí podría estar días, semanas, meses y años. Te diría: bonita, guapa, preciosa, bella, linda, hermosa y mil y uno más, porque si algo me sobran son eso, palabras. Mis artículos son pocos, de hecho; sólo tengo dos: 'la' (quiero) y 'una' (vida contigo) y estoy seguro de que con esos me sobra y me basta. Mi conjunción es un 'sino', que no es otro que pasar cada día de mi existencia junto a ti. Ni 'pero', ni 'sin embargo', 'no obstante' 'excepto' o 'a pesar de'; no me vengan ustedes con tonterías. ¿Un adverbio? ahora. ¿Quieres otro? vale, 'aquí'. Con mi interjección favorita cierro: 'puf' qué bonita te tengo en mi mente, qué preciosa que estás. Y añado, por último, el único pronombre que surca mi cabeza cada día y a cada hora: tú... sólo tú.
Poco más que decirte, creo que me ahorraré la preposición y te adjunto una proposición: que no se pase un segundo más sin que tu boca no muerda la mía. ¿Aceptas?