martes, 14 de mayo de 2013

El mordisco en el labio

Creo que empecé a fijarme en ella en el preciso instante en que se mordió frente a mí el labio inferior. Tantos años de amistad y tuvo que ser un detalle casi insignificante el que consiguió que mi corazón diera un vuelco. Esto del amor no deja de sorprenderme. 
Lo hizo involuntariamente, no me cabe la menor duda. Probablemente si el movimiento hubiese sido forzado o premeditado, con más mordiente que una simple mordedura, el lienzo no habría quedado tan bien. Ya saben ustedes, las cosas cuanto más naturales, mejor.

Fue pausado, como todo lo que de verdad engancha a uno, pero sin llegar a la lentitud que desemboca inevitablemente en el aburrimiento. Su incisivo frontal superior derecho acarició suavemente la zona labial inferior del mismo signo y ella ni se dio cuenta. Fue más un impulso nervioso que un movimiento consciente que se trasladó, como por arte de magia y sin carrerilla, hacia otro músculo involuntario que en ese momento bombeaba sangre a presión bajo mi ropa: mi corazón, malpensados.

Aquel órgano siguió tocando su melodía durante mucho tiempo, el recuerdo del mágico instante trascendió el tiempo y el gran reloj de la memoria venció a un olvido que, hasta ese momento, no había perdido batalla alguna en mi corta existencia.
Nunca me olvidaré de ti, de ese labio y de ese mordisco suave que bien pudo haber sido inspiración para una crónica de Gistau o una fábula shakespiriana. Yo me conformé con menos, con grabarte a fuego en el único sitio donde nadie podrá tocarte más que yo y que no será otro, por supuesto, que en lo más profundo de la memoria que Blogger me propicia para escribir estas cosas. En la otra, en la de verdad, sigue la guerra contra el alcohol con el que brindo cada noche por tu ingrata ausencia y que me va borrando paulatinamente todos los rasgos de tu físico menos esa mordedura mágica que sigue impertérrita con el paso de los años.

Allí surgió, en un parque abarrotado de chiquillos sonrientes correteando hacia el sol poniente de una tarde cualquiera de mayo. Sin mucho romanticismo ni reprocidad absoluta pues ella, como suele pasar en estos cuentos, no me correspondió. Así concluyó la historia en la que yo sí me enamoré de su piel, de su sonrisa y de su total inocencia. Algunos dicen que no es suficiente, que sin el triunfo final de un beso la historia queda inconclusa. Yo me río de ellos y les digo que no, que los besos han existido en mi cama aunque ella no estuviera presente, que ya me encargaba yo de inventarla ayudado por esas compañeras que jamás se alejarían de mí y que algunos llaman imaginación y desesperación. Yo creo que es una mezcla de ambas la que me sigue llevando a rellenar páginas en blanco en honor a un mordisco del que sólo yo fui testigo.

viernes, 10 de mayo de 2013

miércoles, 8 de mayo de 2013

Una triste historia de amor

La anciana sujetaba la mano de su esposo mientras le leía con voz suave y dulce las últimas páginas de su libro preferido. Él languidecía postrado en la cama sabiendo que su enfermedad le impedía más que esperar junto a su amada, la mujer con la que había pasado los últimos cuarenta y cinco años de su vida, a que el terrible momento de la partida final llegase.

     Las palabras de sus mujer salían a cuentagotas de sus labios, pronunciando hasta la última de las ‘eses’ que rara vez alguien decía en aquella región española. En ese momento la interrumpió:  
  
      "Mi amor, mientras tú mano no me suelte y tus palabras calmen mi dolor, yo no me moriré".

Ella, emocionada por aquel comentario, tuvo que hacer un esfiuerzo titánico para aguantar un llanto que tantas y tantas noches atrás había brotado de sus ojos cuando él no la veía. El dolor que soportaba su marido, brutal y absolutamente físico, no podía compararse con el que ella llevaba en lo más profundo de su corazón y que, según creía, quintuplicaba al que cualquier cuerpo enfermo y dolorido puede llegar a sentir.
Las horas pasaron y las palabras se iban acabando como los copos de nieve de aquel invierno tortuoso que daría en pocas semanas paso a una primavera tremandamente colorida. El ciclo de la vida se completaba una vez más, sin importarle quien o quienes tuvieran que sufrir sus consecuencias.

El cansancio fue haciendo mella en los dos y él le rogó que le alcanzase un vaso de agua para saciar su sed, a lo que su fiel compañera no pudo negarse. Anduvo hasta la cocina de la casa con la jarra en la mano y abrió entonces el grifo para llenarla. Cuando hubo terminado se dio media vuelta para regresa a su labor y fue en ese preciso instante cuando un escalofrío de terror invadió su cuerpo agotado. La jarra se destrozó en mil pedazos en el frío suelo de adoquines y ella, a sus ochenta y siete años, corrió hacia su marido ahora sí, con los ojos empapados en lágrimas del más romántico dolor. Recordó esa frase que su marido había dicho hacía pocas horas y cómo ella, agotada y servicial, había soltado la mano tal y como él le dijo que no hiciera y ahora ya era demasiado tarde. 

El cuerpo yacente de aquel hombre sin vida seguía encima de aquella colcha que tantas noches de pasión había presenciado y el destino quiso que esa noche se enterraran en la misma tumba el corazón de un hombre enfermo y el de una mujer que no aguantó la vida sin él.

jueves, 2 de mayo de 2013

Microcuento (I)

-Que fuerte tia, estábamos en la cama y de repente me lo soltó.
-¿El qué? - contestó su amiga.
-Pues eso, ¿qué va a ser? - replicó ella.
-¡¿De verdad?!.
- Sí - asintió - que me quería, que se había enamorado de mi.
-¿Y que le dijiste? - preguntó otra de ellas.
-Fue patétitco tia, me quedé sin palabras y sólo le pude contestar con un mísero 'gracias'.
-¡¿Gracias?!, ¿y qué te dijo después?.
-Me contestó: "no, gracias a ti por hacerme el hombre más feliz del mundo y por llenar una vida que hasta el primero de tus besos estaba más vacía que la sala de trofeos del Atleti".
-...
-...
-¿Y?.
-Pues desde ese momento creo que empecé a enamorarme de él.
-¡¡¡Pero si tú eres del Atleti!!!.
-No, ya no... ahora sólo soy de él.

jueves, 25 de abril de 2013

El sueño

Dormía plácidamente aquella noche primaveral y su subconsciente lo había transportado a una cama donde ella, por fin, lo acompañaba. La tenía entre sus brazos y la apretaba tan fuerte contra sí, que durante un segundo pensó que le estaba haciendo daño. Apaciguó su abrazo tan solo mínimamente, no podía consentir que se la arrebataran de nuevo.

Notaba su aliento en el pecho y su perfume inundando sus fosas nasales. Estaban totalmente desnudos y la brisa matutina levantaba suavemente las sábanas, dejando entrever muy de vez en cuando, su piel casi tostada por los primeros rayos de sol de la temporada. Se enamoró de nuevo y comenzó a reflexionar sobre cuántas veces lo había hecho hasta ese momento, el número era demasiado alto como para recordarlo. La besó en la frente y ella, más instintiva que conscientemente, levantó la cara para que aquel beso bajase a sus labios, a lo que él respondió de buena gana y encantado de la vida.

De repente, uno de los primeros rayos de sol de la mañana rebotó en su cara adormecida y lo trajo de nuevo al mundo de los mortales. No quiso abrir los ojos, su cuerpo se contrajo por el temor absoluto de quien comprende que todo ha sido un sueño, que la ilusión ha acabado y la cruda realidad te golpea incansable otra vez. Entonces lo comprendió con total certeza: nada de eso había ocurrido.
Abrió los ojos y se dio cuenta de que así era. Pudo ver que no la tenía abrazada ni que aquel beso había sido real. Estaba de cara a esa ventana que le había arrancado a su amada de una fantasía que parecía tan veraz que él, enamorado hasta la extenuación, lo había llegado a creer. 

Odió con todas sus fuerzas aquel rectángulo de cristal transparente que había acabado con su placentera alucinación y, en señal de protesta, se giró ipso facto dándole la espalda. Entonces se dio de bruces con otra realidad pararela, comprendió que, muy de vez en cuando, en este planeta de miseria y desdicha, los sueños se cumplen y la encontró  tumbada y dormida, como si él la hubiera creado aquella misma noche en lo más profundo de su mente y alguien la hubiera transportado allí para su disfrute personal. Como había hecho anteriormente en sus más profundas ensoñaciones, la abrazó con fuerza apretándola contra sí… esta vez se iba a encargar personalmente de que ni el mismísimo Morfeo se la pudiera arrebatar.