jueves, 11 de octubre de 2012

La canción infravalorada


No hay en toda la discografía de Joaquín Sabina una canción más infravalorada de la que tengo el gusto de ofreceros.



"Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
 sobre un cascarón de nuez, 
mi corazón de viaje"



miércoles, 10 de octubre de 2012

La vieja, triste y ruin España

Normalmente no suelo dejar cosas que escribo por ahí en este blog. Ya sabéis que es un sitio donde prefiero no hablar mucho de política, religión y demás temas que puedan herir sensibilidades. Sin embargo, hoy os dejo un pequeño texto que he escrito para los amigos de Punto de Encuentro, donde hablo de este país nuestro querido, que tiene toda la pinta de irse a la mierda (si no se ha ido ya)

"Es muy común en esta, nuestra querida nación, aprovecharnos de la situación de una manera demagógica y barata. Los españoles, entre los que orgullosamente(aunque las palabras que voy a escribir lleven a pensar lo contrario) me incluyo, tenemos muchas virtudes pero un muy agrandado defecto, tal y como decía el filósofo Ortega y Gasset: “Los que nos pasó y nos pasa a los españoles es que no sabemos que nos pasa”. Una frase que encierra un contexto mucho más amplio que el que parece encerrar.
En España la opinión popular varía con la dirección del viento, con el cambio en las corrientes marinas, con la salida del sol o el ciclo lunar. Unos días somos europeos, otros americanos, otros catalanes, otros españoles y otros ciudadanos del mundo, en otras palabras, que no sabemos qué somos y por qué lo somos"...

Si queréis leer más AQUÍ

lunes, 1 de octubre de 2012

Preparado para escribir

Se levantó con fuerza, con ánimo, con el deseo inalterable de que esa mañana sí, se pondría a escribir de nuevo. Fue como todos los días a la cocina después de lavarse la cara en el lavabo. Fuera llovía, lo que lo animaba más todavía para sentarse a garabatear la libreta en la que siempre comenzaba sus borradores. Se enfundó una sudadera y puso agua a calentar. Echó cuatro cucharadas de café soluble en la taza y la llenó hasta arriba de agua bien caliente, a punto de hervir.

Sintonizó su emisora favorita y le bajó el volumen, le gustaba tener un sonido de fondo pero  no lo suficientemente alto como para que lo distrajera. Subió todas las persianas posteriormente hasta la mitad, perfectamente alineadas para que la luz de aquella mañana otoñal fuera la idónea y para que el golpear de las gotas contra los cristales embellecerán todavía más el nuevo día que comenzaba. Puso un posavasos en la mesa y encima su taza de café caliente, se acercó un radiador a los pies y se enfundó unos calcetines bien gruesos, odiaba sentir frío en ellos.

Posteriormente, desconectó el teléfono fijo y puso el móvil en silencio. Sacó punta a tres lápices y los puso perfectamente alineados a la izquierda de su libreta. Después, buscó un bolígrafo con el que hacer anotaciones en otra hoja y lo colocó al lado de los lapiceros. Se sentó y buscó la postura idónea para comenzar a escribir la que, a buen seguro, sería su mejor obra.

Ahí estaba: sentado, con los lápices afilados y en orden, el bolígrafo para las anotaciones, los pies calientes, la lluvia repiqueteando contra la ventana, la música a su nivel idóneo, la temperatura de la habitación no podía ser mejor, su delicioso café en la mesa aromatizando todo el cuarto y el ánimo por las nubes. Era perfecto.

Entonces dio un sorbo al café, se deleitó con su sabor y agarró un lápiz. Lo acercó lentamente a la hoja en blanco y se quedó petrificado frente a ella. Todo era perfecto, todo estaba colocado tal y como él deseaba, lo tenía todo... excepto algo que decir.

lunes, 24 de septiembre de 2012

La cárcel

Se despertó en medio de la noche, asustado, con lágrimas en los ojos y todavía sin saber muy bien dónde estaba, como le había ocurrido durante los últimos siete días de su vida. Ahí se encontraba una noche más, acostado en un colchón rodeado de barrotes, en una celda penumbrosa de un lugar sin nombre ni ubicación conocida. Estaba asustado, melancólico, evocando aquel lugar cálido donde apenas unos días ante había dormido plácidamente antes de que lo trajesen por la fuerza hasta la celda donde se hallaba. ¿Qué había hecho él para merecer eso? se preguntó.

Las primeras lágrimas brotaron de sus ojos, al principio suavemente, aunque pronto el leve llanto comenzó a crisparse, a aumentar su tono y, finalmente, se convirtió en un berrido desolador que atestiguaba su malestar.
Las luces del corredor se encendieron y el miedo se acrecentó tensando sus músculos como las cuerdas de una guitarra. ¿Quién sería esta vez? ese lugar estaba lleno de sorpresas y hasta ahora sólo habían sido desagradables: baños fríos, paseos continuos, gente desconocida... Ya no podía aguantarlo más. Ni un segundo más.


Los pasos se hicieron cada vez más cercanos. Él miraba fijamente la puerta y veía a través de los barrotes cómo una sombra se acercaba. Estaba pálido, aterrado, con los ojos abiertos de par en par esperando a saber qué le depararía el destino que tan mal se estaba comportando con él desde que alcanzaba a recordar.

Y entonces, ocurrió.

La sombra se paró justo enfrente de él y sus ojos se cruzaron. Esa cara le resultaba familiar, la había visto mucho los últimos siete días de su vida. La mujer, con una sonrisa en la boca a pesar de sus ojeras, lo agarró por los brazos y lo sacó de la cuna. Desprendía un aroma embriagador y su pijama era suave y cálido. Él se dejó llevar, eso no parecía tan malo. La señora comenzó a cantarle una canción que, extrañamente, parecía gustar a su minúsculo cuerpo. Poco a poco, el miedo fue cesando y alejándose de ese bebé de apenas una semana de vida. La melodía lo acunó en un sueño placentero y los barrotes de su cuna dejaron de ser una cárcel para siempre. Él no podía saberlo en ese instante pero, justo ahí, en ese preciso momento, se encontraba en casa y más a salvo de lo que jamás volvería a estar ya que, cuando uno está en los brazos de mamá, no hay nada que temer.