jueves, 6 de septiembre de 2012

El sufrimiento animal

Está mal reirse del mal ajeno, pero esto es que es muy gracioso



Vía @guillenfran

miércoles, 29 de agosto de 2012

El curriculum de David Heredia


Llega un punto en que muchos de nosotros tenemos que recurrir a cualquier cosa por encontrar trabajo. En este caso, David Heredia, al que no tengo el gusto de conocer pero que ya cuenta con mi admirtación eterna, lo ha hecho de esta manera.



Desde luego talento en este país no falta, quizás sobra... como sobran cientos de personajillos que nos están jodiendo mucho, muchísimo.

David, amigo, si yo pudiera... te contrataba.


martes, 7 de agosto de 2012

El despertar

Los primeros rayos de sol comenzaban a entrar por los pequeños orificios que la persiana de la habitación, casi cerrada, dejaba entrever. Él fruncía el ceño molesto con ese despertar incómodo que lo alejaba del mundo del sueño y lo acercaba inevitablemente a un nuevo día.

Se giró hacia su derecha para esquivar, en la medida de lo posible, la luz que entraba por la ventana. Entonces la vio. Ahí estaba de nuevo, a su lado, dormida como él había estado hasta hacía apenas unos segundos. Desnuda, al alcance de su mano, apenas a unos centímetros de él. Preciosa, con una belleza insaciable, difícilmente describible, perfectamente modelada, esculpida por las manos de un ser superior, porque nadie de este planeta o de otros por conocer habría cincelado esas curvas con ese grado de perfección. Él alargó tímidamente la mano, como si todavía no creyera que aquello estaba sucediendo, que su suerte era tal que podía acariciar esa piel a su antojo, cuando gustase, todos los días de su vida. Con una mezcla de temor e indecisión acercó su dedo índice y lo paso lentamente por la espalda de su amada lo que hizo que se estremeciese. La más bella postal descrita con la yema de una falange se provocaría segundos después, cuando ella, aquel ángel que había caído inexplicablemente del cielo a su cama, se giró y lo abrazó. Un leve susurro salió de sus labios, él no alcanzó a comprender lo que decía, pero tampoco le importó. En aquel momento los idiomas, las palabras, los morfemas, lexemas, las oraciones, las sílabas, las yuxtaposiciones o las figuras literarias, quedaban totalmente eclipsadas por un lenguaje mucho mayor, por un sistema de signos apasionados, basados en besos, caricias, gemidos y abrazos que avergonzaban a los clásicos shakespirianos, humillándolos y dejándolos como vacuas y meras uniones de garabatos sin sentidos. El lenguaje más poderoso volvía a triunfar de repente, en una mañana de verano. Nada podía hacerle frente, de nuevo todo se reducía a lo mismo, la esencia de la vida plasmada bajo las sábanas, cercadas por las fronteras de un colchón y secundada por dos jóvenes amantes que se quisieron durante horas para la envidia del mundo entero. 

martes, 31 de julio de 2012

Partida hacia la guerra

Ahí estaba él, en el umbral de la puerta esperando el momento que tanto había temido durante años. Su madre desconsolada lloraba y su padre se mantenía en un segundo plano con semblante serio y cara de preocupación.

El joven vestía el uniforme y llevaba puestas las botas, la guerra le esperaba más allá de las fronteras de su hogar. Apartó con cariño a su madre que lo abrazaba y que le mojaba con sus lágrimas el hombro. Le dio un beso en la mejilla y le aseguró que no le pasaría nada, que todo iría bien, que volvería a casa sano y salvo.

Avanzó con paso presto y la mirada fija en la puerta. El silencio invadía la casa e incluso su hermanita pequeña, que no pasaba de los dos años, lo miraba con aire incrédulo y expresión de temor. Anduvo con todo el equipamiento necesario: uniforme, botas, mochila con provisiones y todo lo imprescindible para entrar a la batalla, a su primera gran guerra.

Su madre se abrazó a su esposo y ambos miraron distancia al hijo que ya abandonaba la casa. El joven cogió el picaporte y abrió la puerta. Fuera, el autobús con todos sus compañeros lo esperaba, ellos también estaban serios, acobardados por el qué les pasaría allá donde iban. La guerra iba a comenzar pronto y todo el barrio parecía notarlo, se respiraba el peligro, se mascaba la tensión en el ambiente.

Era hora de afrontar su destino, suspiró y se armó de valor. Inició la marcha hacia el transporte que lo llevaba al campo de batalla, no avanzó más de dos pasos cuando se frenó en seco, giró la cabeza y miró a su madre. Con expresión de chulería, esa que había adornado su semblante desde que tuvo memoria le dijo: "tranquila mamá, hay cosas peores que el primer día de escuela"


domingo, 29 de julio de 2012

La carta de amor en el clinex

Estaba seguro, ese día le diría lo mucho que la quería. Se había concienciado durante toda la semana, por fin, le abriría su corazón. Sus amigos habían quedado para comer en el bar que solían frecuentar. El joven entró y ella fue su primera visión, todo lo demás, todo lo que la rodeaba sólo emborronaba una imagen perfecta, única, exquisita, magistral... preciosa. Estaba sentada con un vaso de vino en la mano, increíblemente bonita. Llevaba un vestido azul con rayas blancas que caía casi al nivel de la rodilla. El moreno veraniego había hecho presencia en su cuerpo y se acentuaba más si cabe por el brillo de sus ojos azules. Estaba tan bonita que en un principio estuvo a punto de echar al traste los planes de su enamorado, pero finalmente no fue así. El destino se alió con él y vio como la silla que había inmediatamente a la derecha de Sara (que así se llamaba ella) se quedaba libre. "Es una señal" se autoconvenció.

Avanzó presto y sin dilación a enfrentarse con su destino de una vez por todas. Se sentó junto a ella y la saludó. Ella respondió con una sonrisa espectacular, de película, de cuento de hadas.
Una brisa veraniega surcaba el restaurante y llevó el perfume de Sara hasta las fosas nasales del chico, que se deleitó con él hasta embriagarse profundamente. Estaba locamente enamorado, no había duda sobre eso. No era un amor cualquiera, era mucho más. Un sentimiento único que él jamás había sentido pero que había comenzado a despertar en él hacía casi un año y ahora era mucho más poderoso que nunca. Se había enamorado de Sara desde el primer momento, desde la primera vez que la vio en el comienzo del verano anterior. Había llegado al pueblo a veranear y al mismo verla sintió que se le quebraba el corazón. Hasta entonces no más de unas pocas palabras y algún roce involuntario lo habían mantenido vivo. No sabia si ella le correspondía o no, según le habían dicho sus amigos la cosa pintaba muy bien pero claro, en esto del amor nunca se tiene la certeza absoluta. Así ha sido siempre y siempre así será.

Un estornudo surgió de su boca y el chico se interesó por ella con un "¿qué te pasa?" y ella le comentó que siempre por esa época solía coger algún catarro sin importancia por el brusco cambio de temperatura. A él le pareció tremendamente dulce, pero claro, su objetividad hacía tiempo que había sido asesinada por la cursilería romántica.

La noche avanzó entre copas de vino, risas y deliciosos platos. El chico sabía que era ahora cuando debía actuar, cuando tenía que decirle todo lo que sentía, todo lo que la amaba, todo lo que iba a hacer por ella: cuidarla, protegerla y quererla hasta el fin de los tiempos. Pero no era tan sencillo. Aunque le había costado siete días y siete noches tomar la decisión, no había caído hasta aquella noche cómo lo haría. El ambiente no era el más propicio para hacerlo directamente, quizás con un mensaje en el móvil... sí, eso podría ser hasta romántico: escribirle un mensaje aunque la tuviera al lado, algo más o menos como: "Te quiero como nunca he querido y como no creo poder volver a querer. Después alargo el mensaje pero quiero que lo sepas" 140 caracteres que le hicieran una primera idea de por donde iban los tiros. ¿Lo tomaría bien? ¿era un poco precipitado? ¿le correspondería?. Entonces cayó en la cuenta de que ella no tenía el bolso encima. ¡Maldita sea! lo había dejado colgado en la silla y probablemente no oyese el sonido y tuviera que esperar hasta más adelante y eso conllevaba un riesgo implícito: podría ser que entonces no estuviera sola.

Así que se armó de valor, cogió una clínex de su bolsillo y le pidió un bolígrafo, ella extrañada se lo dio. Le escribió en menos de 50 palabras todos sus sentimientos (más o menos) le explicó (más o menos) todo lo que había sentido y le pidió (más o menos) que ella le contestase con todo lo que sentía por él (más o menos). En ese papel viajaban todas sus esperanzas, sus sueños, todos y cada uno de los sentimientos que su pequeño corazón albergaba. Ahí iba media vida, en un papel esponjoso y suave con el que se podía limpiar el culo literal y metafóricamente. 
La miró, le tocó en el hombro y con una expresión de felicidad patente se lo entregó: "toma, aquí tienes" fueron sus últimas palabras. Ella, con otra sonrisa de oreja a oreja y con una mirada que hubiese enloquecido al más casto y puro de los hombres contestó: "muchas gracias".

Inmediatamente después, lo abrió y se sonó la nariz con él. Una mancha de tinta en la cara de su amada fue lo único que quedó de esa declaración de amor y, por qué no decirlo, de la poca dignidad que le quedaba a nuestro querido protagonista.