martes, 20 de agosto de 2013

El boli Bic

El examen comenzaba en diez minutos y él, a diferencia de sus compañeras de clase, no estaba para nada nervioso. La preocupación por el test existía, pero nunca tuvo esa sensación de inquietud que sí tuvieron aquellas chicas con carpetas forradas y apuntes coloreados que habían estudiado mucho más. Siempre pasaría lo mismo durante el resto de su vida académica y él jamás llegaría a entender porqué.
El timbre anunciaba que ya era el momento, el estridente sonido del repiquetear del martillo contra la chapa puso en alerta a un alumnado que enmudecía ante la que se avecinaba. La profesora entró en clase y advirtió: “no quiero nada encima ni debajo de la mesa, sólo un bolígrafo y el DNI”. Todos obedecieron exceptuando, por supuesto, aquellos enamorados de la adrenalina y de las tardes en el parque que se negaban a memorizar todos los elementos de la tabla periódica y se ayudaban de un trozo de papel escondido en uno de los bolsillos del pantalón. Pocas cosas más españolas que las chuletas, qué pesar más grande surca mi cuerpo cada vez que pienso que hay un día mundial para casi todo y menos para ellas. Injusticia, que diría Cristiano Ronaldo.
 
El protagonista cayó en la cuenta de que su desordenada cabeza había olvidado, una vez más, algo tan fundamental para la realización de la prueba como el bolígrafo. Con decisión, una pizca de temor y una gran dosis de desfachatez, levantó la mano y comentó en voz alta: “Profesora, me he dejado el bolígrafo en casa”. Nadie pareció extrañarse de que así fuese, ni siquiera la maestra que, más por cansancio psicológico que otra cosa, contesto desganada: “pues pídeselo a alguien, que ya me tienes muy harta”. 

El alumno comenzó a demandar entre los más allegados un arma con la que defenderse frente a aquel combate que iba a librarse en pocos segundos. Nadie podía ayudarlo, ninguno de sus compañeros tenía un bolígrafo de sobra para él y, si lo tenían, la experiencia les había enseñado que dejarle algo a ese chico implicada casi con total seguridad perder el objeto para siempre. El chaval se impacientó y por un momento pareció incomodarse con la situación y preocuparse con la posible expulsión del aula si no encontraba la solución a su problema. Nadie lo ayudaba, nadie se interesaba por su pesar y todos parecían omitir de sus mentes que un compañero necesitaba ayuda. El egoísmo de la especie humana plasmado en un aula de secundaria de un instituto cualquiera.

lunes, 19 de agosto de 2013

El niño de la hipoteca

Lo conocí el otro día, le escuché cantar, le invité a un cubata y puedo decir que hacía años que no disfrutaba tanto de una canción en directo. Es El Niño de la Hipoteca, y nos deleitó con esto.


He decidido arrancarme la piel
te la mando por correo que sepas que
están ahí los besos que me diste ayer
ya no te debo nada que te vaya bien

lunes, 12 de agosto de 2013

Con tu falda más bonita

Hay faldas que merecerían una poesía, una relato o una canción; hoy os dejo la última opción cantada por 'El Viaje de Elliot' y con la promesa de que pronto pondré mi grano de arena en un homenaje a la prenda femenina por excelencia.


martes, 30 de julio de 2013

La siesta

Cuando pienso (cada vez con más asiduidad) en huir despavorido de este país podrido que antes respondía al nombre de España, me paro a reflexionar sobre qué cosas echaría de menos. Este verano me gustaría aprender a cocinar los tres platos que para mí, representan el culmen culinario nacional: las migas, la paella y el gazpacho manchego. Además, el fútbol, las tapas, la cerveza de los domingos por la mañana, el botellón, los campos abiertos de mi tierra, el cubata, los caracoles en verano, las fiestas patronales o el calor floreciente en primavera, serían recuerdos difícilmente borrables de mi mente allá donde el destino se atreviese a llevarme. Sin embargo, hay una cosa que creo que destronaría a todo lo anteriormente nombrado para convertirse en la principal forma de morriña nacional: la siesta.


Tomar una siesta fuera de España no tiene sentido. En un país que vive desde las siete de la mañana y muere poco después de las ocho de la noche, perder un par de horas en un sueño ligero a media tarde carece de fundamento alguno. España está hecha para la siesta como la siesta a esta nación y una va pegada a la otra tanto que es imposible no nombrarla cuando se habla de cualquiera de ellas.
La siesta es el mejor invento español de la historia, no hay duda de ello. Ese sueño de después de comer es el digestivo más efectivo que se recuerda. Pocas cosas mejores que pasar de la mesa a la cama para después volver a la mesa. Esa siesta hiperbólica y destinada sólo a los verdaderos profesionales del sueño en el oscuro invierno debería estar ya catalogada como patrimonio de la humanidad. Ese tramo choca irremediablemente con el de verano, donde los minutos de adormecimiento se acortan para dar lugar a otros de calentamiento corporal junto a esa mujer que te mira pecaminosamente desde que el camarero os trajo la carta del restaurante. Ahí radica un estilo tan contrapuesto como igualmente maravilloso. Una comida copiosa, un par de copas de vino, una subida a la habitación del hotel entre besos y caricias lascivas que termina en una previa de sudor y amor culminada por el más bello sueño cuando el sol más calienta en lo alto del cielo. Un par de horas de relajación después de haber tocado lo más parecido a la gloria bendita que un hombre puede soñar en la cruel monotonía de este planeta tierra. Eso es la siesta de verano, pura magia.

Y no hay mejor despertar del sueño vespertino que más cansado de lo que uno se fue a dormir. Suele pasar. De repente, uno se levanta exhausto y deseoso de volver a los brazos de Morfeo lo más pronto posible, con un charquito de saliva en la almohada que nos apresuramos por tapar con rubor en las mejillas mientras nuestro cuerpo, agotado de haber surcado mil y una aventura que probablemnte jamás recordaremos, se esfuerza por volver al mundo de los vivos.

Sólo, acompañado, envuelto entre mantas o completamente desnudo. En invierno, verano, primavera u otoño; inmediatamente después de comer o una hora después con la celebérrima excusa de "bueno, me voy a acostar media horita". Tenemos tantas y tantas cosas malas que, en ocasiones, no nos paramos a pensar que como aquí, dejando hijos de puta a parte, no se vive en ningún otro lado. Me acabo de despertar de un siestón espectacular y quería invitaros a todos a ahogar las penas en el sueño, en cualquiera de sus fases y en cualquier momento, aunque ahora, en el ecuador del verano, nada mejor que hacerlo entre besos y amor para posteriormente descansar al calor de una buena siesta.

domingo, 28 de julio de 2013

Adiós, amigo

Es casi una obligación moral para todos los que una vez interactuamos con Juanan hacerle un sincero y profundo homenaje para conseguir que el hombre que ya no está, siga presente entre nosotros. Ya saben ustedes: la única muerte es el olvido y es, por tanto, con el recuerdo como se inmortaliza la vacuidad y el efímero paso terrenal para conseguir ese estatus de leyenda al que aspiramos muchos y sólo algunos logran. GesiOH ilustraba con una de sus celebérrimas viñetas la más que segura llegada de @Van_Palomaain al cielo. Gistau o Ampudia lo hacían entre las más bellas palabras en sus respectivos medios, virtuales o convencionales, y hasta Álvaro Arbeloa tuiteaba palabras de luto meses antes de dedicarle el homenaje que sin duda más ilusión le hará: esa décima Copa de Europa. A mí me queda dejar la penúltima deferencia al amigo que nunca conocí en estas tristes y casi anónimas líneas. Me resulta un acto aliviador y conciliador el sumergirme en mi blog personal para inmortalizar al personaje que nos dejó hace unos días. Difícil de explicar el por qué de ello, aunque trataré de hacerlo lo mejor posible en su recuerdo.

Yo no conocí a Juan Antonio Palomino más que por leer cada día sus mensajes en 140 caracteres. Jamás me tomé una cerveza con él, tuve una charla cara a cara, le apreté la mano o lo abracé amistosamente. Sin embargo, la noticia de su fallecimiento en el ya de por sí tristísimo accidente de Santiago, me cayó como una losa. Me resultaba complicado aquella noche explicarles a mis amigos ‘reales’ el porqué de ese sufrimiento. Intentaba hacerles entender algo que ni siquiera yo comprendo, que todavía hoy sigue siendo un enigma del que intento encontrar solución. Me esforzaba por encontrar las palabras que pudieran revelar cómo he podido cogerle cariño a un avatar o, mejor dicho, a la persona que se escondía tras él y que tantos buenos momentos nos hizo pasar. Aún es difícil conseguirlo aunque intentaré por medio de estas líneas acercarme lo máximo posible a ello.

Viñeta de GesiOh en homenaje a Juanan

A @Van_Palomaain lo comencé a conocer en profundidad hará casi un año. No recuerdo muy bien si fue él o por el contrario lo hice yo, el que ‘followeó’ al otro en primera instancia. Lo que sí tengo presente es que la respuesta no se hizo esperar y el follow back fue casi instantáneo. Nos conocíamos de amigos en común, clara señal por la rapidez del intercambio ‘followesco’. Yo lo había leído con asiduidad por algún retuit de ese elenco de genios que puebla mi TL y me gusta pensar que a él le ocurría lo mismo conmigo. Comenzamos a charlar y a intercambiar pareceres. Aprendí de él un gusto por la música inglesa que jamás tuve, esa corriente pop noventesca que tanto arraigo encuentra en el madridismo underground twittero, sirvió para enterarme un poco mejor de cómo era la persona que había detrás de esa cuenta. Le cogí cariño, como tantos otros. Es extraño y parece tan jodidamente peliculero que hasta produce cierto rubor plasmarlo por aquí ante el temor que infunde que el homenaje al amigo pueda parecer forzado o mal intencionado, y es entendible que así sea, probablemente yo también lo pensaría.