lunes, 9 de abril de 2012

Cruzando el río

Ahí estaba él, ilusionado ante el reto que se le presentaba. En sus manos, la posibilidad de alcanzar la gloria eterna si conseguía atravesar aquel río. Se plantó firme frente al bote y de un empujón lo llevó dentro del agua. Se armó de fuerzas, inspiró fuerte y se introdujo en él. Rápidamente se enfundó el mono de trabajo y comenzó a remar, quedaba mucho por delante.

El viento le era favorable, la corriente apenas tenía fuerza y todo parecía ir sobre ruedas, sobre un bote, en este caso. El chico disfrutaba del paisaje, el aire acariciándole con suavidad la cara, la naturaleza en perfecta consonancia para hacerle su tarea lo más llevadera posible. Ahí estaba él, en aquel momento, el rey del puto mundo, sin nada ni nadie que pudiera hacerle sombra y con su remo a forma de espada para enfrentarse a los demonios que, en un más que improbable caso, quisieran intentar desembarcarlo de aquel sueño. Pero nadie se atrevería.

Pero entonces, de un plumazo, todo cambió. Al principio fue un nubarrón que parecía no tener importancia. Después, las primeras gotas de lluvia lo pusieron en alerta y, sin saber muy bien cómo, se vio envuelto en una tormenta que lo sorprendió por completo. ¿Y ahora qué?

Pues no quedaba otra que remar, nadie dijo que fuera a ser sencillo.

El viento se había transformado en un huracán que mecía a su antojo esa barca que pareció algún día un transatlántico y ahora no era más que un conjunto de maderas y clavos. El agua, antes una suave cuna en la que mecerse, inundaba la barcaza y el que pareció un héroe hacía no más de diez minutos, no podía más que desgañitarse maldiciendo su suerte.

Seguía remando, se esforzaba por achicar el agua que ya cubría casi toda su barca y la tormenta no cesaba, es más, arreciaba. ¿Qué hacer ahora? Se preguntó. No vale de nada quejarse, recordó aquella frase de un sabio: “Reza, pero no dejes de remar hacia la orilla” y eso hizo. Lo intentó de todas las maneras posibles, dejó su vida, su alma y su cuerpo aferrándose a ese remo, rogando a la madre naturaleza o a algún dios que pudiera oírlo, que le dejase un margen para completar su tarea, que su castigo, por muy merecido que lo tuviese, estaba siendo demasiado… pero no encontró respuesta. Y poco a poco dejó de confiar en que la naturaleza le ayudase, poco a poco dejó de esperar que su cuerpo pudiese con aquello y que su alma soportarse ese olor a fracaso. Poco a poco dejó de confiar en que ese dios le echase una mano y le ayudase a sobrellevar la tarea. Poco a poco, aquel héroe se dio cuenta de que era en realidad, el villano de un cuento que nunca fue con él. Frente a ese panorama de desolación no pudo más que pararse, ver en qué se había convertido su tarea y muy lentamente, soltar el remo.

Ahora estaba a merced del mundo y de aquella tormenta. Pronto el mar se lo tragó y aquel cuento épico terminó como suele hacerlo la vida, con un final no demasiado feliz.