La noche se cernía sobre el pequeño poblado costero del norte
de España. En su habitación, el chico se escondía bajo las sábanas, asustado
por la tormenta que repiqueteaba con fuerza en la ventana. Solía sacar de vez
en cuando la cabeza para observar al hombre que creía estaba sentado en el
sillón del escritorio. Esperaba a que un relámpago iluminase el cuarto para
lenta y disimuladamente, asomarse por el faldón de la cama y mirar en la
dirección donde aquel ser misterioso se encontraba.
Efectivamente, estaba allí.
Pedro, que así se llamaba el muchacho, volvió a esconderse al
borde del llanto en su refugio. Estaba demasiado asustado para huir o,
simplemente, para pedir ayuda a su padre. Probablemente, el monstruo no se
había percatado todavía de que él estaba despierto y, si se le ocurría gritar,
su papá podría tardar más de la cuenta en llegar a socorrerle mientras que
aquel ser espantoso estaría obligado a acabar con él.
La tormenta sonaba cada vez con más fuerza lo que aterraba todavía más al muchacho. Ya lo había estado otras noches cuando creía haber visto a otros seres, pero esta vez era verdad, estaba allí.
La tormenta sonaba cada vez con más fuerza lo que aterraba todavía más al muchacho. Ya lo había estado otras noches cuando creía haber visto a otros seres, pero esta vez era verdad, estaba allí.
Decidió que tenía que actuar. No podía esperar a que ese ser
se aburriese de mirarlo y le devorase. Él era demasiado pequeño para
defenderse, pero seguro que su padre le daría una buena paliza. Así que se armó
de valor y gritó con todas sus fuerzas. Fueron los segundos más tensos de su
vida. A sus cortos cuatro años no recordaba haber pasado nunca tanto miedo.
Esperó a que se produjera un ataque del intruso ahora que ya había descubierto
que lo habían atrapado. Se abrazó fuerte a la almohada, pero esa embestida no
llegó. De repente, la luz de su habitación se encendió y Pedro vio como su
padre aguardaba medio dormitando en el marco de la puerta. Increíblemente, el
malvado se había marchado. En su lugar, únicamente un montón de ropa que,
mirándolo bien, tenía cierto parecido a ese maligno ser que acababa de huir de
la habitación. De nuevo su padre le había salvado, era su héroe.