sábado, 11 de diciembre de 2010

El taxista enamorado

Hace un par de noches una vez más me volví a encontrar una maravillosa sorpresa en este loco mundo que a veces parece tan monótono pero que realmente no deja de sorprenderme a diario.
En el taxi de vuelta a la residencia, volvía con Maca (@macaflai) y Raquel cuando escuché una historia preciosa, quizás más por la belleza de cómo fue contada que por la propia historia en sí. Era un taxista de cuarenta y tantos, que nos narró en un viaje de menos de quince minutos algo parecido a esto:

“Disfrutad ahora que podéis (el tema era la edad que teníamos). Yo recuerdo cuando tenía vuestra edad y lo bien que nos lo pasábamos. Todo el mundo de mi edad dice que ojala pudiera volver para atrás, a los años en que todo era juerga, diversión, fiesta y demás, yo sin embargo, no lo haría. Ni sabiendo lo que sé ni sin saberlo. Ya viví esa época y fue maravillosa, pero no tiene nada que envidiar a la de ahora. Bien es cierto que las cosas han cambiado, que los problemas son mayores pero, quizás por eso mismo, las alegrías también lo sean. Tengo en casa una mujer a la que adoro, la que me tiene loco perdido, a la que amo con locura. También dos hijos: el mayor de vuestra edad, un trasto, como el padre. La pequeña, mi pequeña, mi tesoro, mi princesita de siete años, otro trasto. Son mi todo. Hemos pasado por mucho juntos, por muchas andaduras, por crisis y también por momentos geniales. He tenido que trabajar en otras cosas, en oficios que me obligaban a estar lejos de ellos pero ya no. Ahora, con esfuerzo y perseverancia he conseguido un trabajo que me gusta y que me hace que cada día les pueda abrazar. No volvería a vuestra edad porque la mía también es maravillosa. Quiero a mi Loli con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi vida… quiero a mis hijos de la misma manera y eso es muy muy grande, demasiado grande como para cambiarlo”

Quizás mis palabras escritas no dejen la impresión que aquel hombre consiguió en nosotros. Yo recuerdo que lo miraba embobado, en mí sólo se reflejaba una sonrisa de admiración, de envidia sana, de ilusión desbordada porque mi teoría se hace realidad: en cualquier momento y en cualquier lugar, en este mundo que supura odio, encuentras a un hombre felizmente enamorado de la vida.