sábado, 12 de septiembre de 2020

Tú,

Princesa de cabellos dorados,

ojos celestes y corazón ajado.

La chica de la sonrisa infinita,

de piel cobriza, perfume delicado,

sabor a caramelo y mirada marchita.

 

Tú,

capitana de un barco a la deriva,

losa de mármol repleta de mentiras.

Huiste del bote en plena tormenta,

dejando a este marinero de vida nociva,

luchando con ella en batalla cruenta.

 

Tú,

te llevaste contigo todo lo bueno,

disparaste tu odio y me diste de lleno,

naufragué por días en la mar revuelta,

esperando que Caronte me llevase al infierno

o que los dioses te trajesen de vuelta.

 

Tú,

la brújula que marca mi destino,

aire en los pulmones, señal en el camino,

oasis del desierto, el cofre del tesoro,

si algún día recibes este pergamino,

vuelve a mi lado, te lo imploro.

jueves, 27 de agosto de 2020

Liturgia

Que no me hablen de dioses, profetas, ángeles o demonios cuando te tengo a ti al otro lado de la cama, desnuda, ladeada y dormida. No conozco más religión que esa, la de cada poro de tu cuerpo, la de tus piernas descruzándose despacio, la de tu lengua entrando en mi boca y la de tantas caricias que, sin quererlo, transforman el cielo en infierno de un segundo para otro.

Ya sólo le rezo a tus mejillas sonrojadas y mis plegarías se centran en que te quites la ropa. Los misterios del rosario son los lunares de tu pecho, que ya tengo memorizados como el Padrenuestro, y es justo ahí, en el centro de tu esternón, donde me pierdo, como lo hizo Jesucristo en el desierto, aguantando las tentaciones de tu piel, de tus manos enredándose en mi pelo y del jadeo de pasión saliendo a bocanadas por tu boca. 

Eres mi culto y mi credo. Tus ojos, el Edén; y tu nombre la única oración que invoco cada noche antes de marcharme con Morfeo. No conozco más templo que tu espalda ni quiero otra vida que no sea a tu lado. Tus brazos son los ángeles que me custodian, que me sujetan cuando voy a caer y tus piernas la serpiente que me tienta con la manzana prohibida. Tus caderas, las vigas de mi iglesia; la cruz que llevas colgada al cuello, lo primero que beso al revivir. Tú, mi diosa y señora, la luz que me guía y el fuego eterno donde me quiero consumir.

No existen más líneas sagradas que las marcas de la sábana en tus muslos ni me arrodillo ante otro altar que no sea el de tus ojos. Mi sacristía es tu vientre y el maná del cielo tus labios humedeciéndose con los míos. Eres pecado y redención, la vida eterna y la condena a las llamas que nunca perecen. Mi catecismo, mis versos más bonitos, la liturgia del domingo y la prueba irrefutable de que ahí arriba, mirándonos, hay un dios bondadoso que me ha regalado a mí, su humilde siervo, su más preciada creación. Y no sabes la de veces que doy gracias por ello.

Entra bajo palio en mi habitación, deja que ascendamos juntos esta noche a un cielo plagado de estrellas y olvidémonos de que somos mortales en un mundo que se derruye poco a poco, para sentirnos deidades sobre un colchón chirriante de placer. Y que mañana se acabe todo si es esa Su voluntad. Nada importa si te quedas aquí, conmigo, mientras quede vino, mientras el fuego siga crepitando y mientras tengamos fuerzas para volver a empezar de nuevo con el ritual.

miércoles, 15 de julio de 2020

Guerra en verso

Se declara una guerra
sin armas, banderas ni soldados.
Tu mirada fija en la mía,
el carmín enrojeciendo tus labios.
Tus manos, serenas,
las mías, tiritando.
La piel erizada, el mundo varado,
el alma desnuda, el pulso acelerado.
Siento que me hieren,
sin que suenen bombas ni disparos.
Te sigues acercando y
lo tengo más y más claro:

Acabo de perder la guerra
sin que la batalla haya comenzado.

Me miras a los ojos
desde el pelotón de fusilamiento.
Me apuntas con el dedo,
sin rubor ni miramientos.
Te acercas, despacio,
quitándome el aliento.
Cierro los ojos y los noto:
tus labios besándome muy lento.
Quería salvarme pero, me temo,
me arrastras al infierno.
Y, claro, me dejo llevar
sin dudas, sin prisas, sin frenos.

Que pase lo que tenga que pasar...
carguen, apunten... ¡fuego!

domingo, 7 de junio de 2020

Quise

Quise hacerte reina de mis siete mares, princesa del cuento de mi vida, dueña de mis noches, guardiana de mis días, cobijo de mis penas, mi fortaleza, mi guarida. Quise que fueras la última de la lista, los ojos donde se reflejasen mis pupilas; mis discusiones, mis peleas, mis enfados y mis riñas. Quise que después de ti tan sólo hubiera vacío, quise, con todo mi corazón, hacerme tan tuyo que dejase de ser mío.

Quise que fueras el último queso de la partida, mis días lluviosos, mis penas y, por supuesto, también mis alegrías. Quise surcar tu cuerpo como el buque perdido en alta mar y que los lunares de tu pecho fueran mis estrellas, quise que la vida no nos volviese a separar jamás y, si por casualidad lo conseguía, regresase a casa valiéndome de ellas.

Quise tu sonrisa despertándose en mi cama y tu melena castaña clareándose a mi lado. Tus ojos vidriosos, tus pies congelados, tu cara de buena y el sabor a vino en tus labios. Quise tenerte desnuda y que el frío erizase tu piel, verte resoplando de gozo, de pura lujuria, extasiada de placer. Quise que todo fuese de otro modo, distinto a como es ahora, un poco más como fue ayer, quise que dejásemos de ser dos personas y nos convirtiésemos en un solo ser.

Quise que sólo conciliases el sueño si mis manos te acariciaban el pelo, que cada noche nos despidiésemos, hasta nuevo aviso, con un beso y un ‘te quiero’; que nos comiésemos enteros, que al encerrarnos en la alcoba la ropa volase por los aires y hielo se tornase fuego. Quise que fueses mi compañera de viaje, mi mejor amiga, la mujer con la que pasar todos y cada uno de los días que me queden de vida. Quise meterme de lleno en un callejón sin salida, quise que me quisieras tanto como yo te he querido desde el primer día.


Tenía pensado el nombre de los niños y los apellidos quedaban fenomenal. Habríamos sido muy felices, lo he soñado tantas veces que, al menos eso, ya nadie me lo puede quitar. Quise una vida que, sin embargo, tú no quisiste siquiera empezar y un día me di cuenta de que los sueños, aunque preciosos, son eso… sueños y nada más. Me hubiese gustado seguir dormido, pero era hora de despertar, hubiese querido que aquellos pensamientos que tan felices me hicieron se hicieran realidad. Sin embargo, ahora me despido, con esta carta que te escribo con el corazón herido, que no se si leerás algún día o, quizá, ya la hayas leído. Sólo quiero que tengas claro una cosa de todo este sinsentido: por mucho tiempo que pase, no vas a encontrar a nadie que te quiera la mitad de lo que yo te quiero y siempre te he querido.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Cuaderno de bitácora

Sesenta días sin ponerme vaqueros son muchos días, aunque también es verdad que no los he echado  de menos.
Cuatro camisetas con dibujitos me llegan por correo y la repartidora, con mascarilla, las deja a las puertas de un ascensor que me esfuerzo por coger lo menos posible. “Vida activa, niño”, me dice un amigo.
El sol brilla con tanta fuerza que se asemeja a una bombilla gigante y el cielo es tan azul que parece recién pintado. Esto lo apunto por si algún día me publican un libro, que me ha gustado. 

A ella, está visto, le queda todo bien. Es algo sobrenatural, inexplicable, algo que mi mente no alcanza a comprender. Las flores estampadas, los mofletes colorados de tomar el sol, la alergia, las camisas de chico, la voz ronca o hasta esa manía de añadirle brócoli a cualquier plato. Todo lo hace bien, todo le queda genial. Es, sin lugar a dudas, lo más perfecto que hay en este mundo de imperfecciones.

La peluquería está distinta. Ya no se ofrecen cervezas ni hay gente esperando en el sofá. Todo se ha vuelto más frío en estos dos meses y hay gente que parece que está conforme con ello. Ya no hay abrazos, los saludos se hacen con un simple gesto de mentón y los besos quedan relegados a un plano más íntimo, a una escapada nocturna sin que nadie se entere. En definitiva, el mundo se ha vuelto una puta mierda.

Ya casi no me acuerdo de lo que era tener resaca un domingo aunque, de vez en cuando, me bebo un par de cervezas para que no se me olvide del todo. Los días pasan y la incertidumbre sobrevuela el horizonte como una gaviota perdida a kilómetros de la costa. La tensión se palpa en el ambiente y, después de mucho tiempo, he vuelto a ver en un noticiero a una señora rebuscar en la basura. Qué enferma tiene que estar una sociedad para que eso ocurra y, tristemente, parece que nos tendremos que acostumbrar a ello.

Me centro en aporrear las teclas de un ordenador cansado de noches sin dormir, de lamentos mudos y llantos secos, de escuchar quejas y cantos de amor. El motor sisea como pidiéndome que le dé un respiro pero, hijo, qué quieres que te diga, es la carga que te ha tocado llevar. 


Mi mente vuelve a divagar en ese túnel oscuro en el que todavía estamos aunque parece que ya se ve algo de luz. Mientras discurro por él, vienen a mí cabellos dorados, pecas en la cara, noches de verano y paseos a la luz de la luna. Vestidos azules, ojos castaños, pieles tostadas y besos que saben a miel. La echo tanto de menos que la invento y parece que así se pasan mejor las horas. La música se escucha en el ambiente, los pájaros trinan y el móvil sigue sin sonar. Quizá sea hora de que deje de pensar en que algún día lo hará y vaya buscando otro número al que llamar. Vete tú a saber.

El folio se acaba, la cerveza se enfría y mañana el día volverá a nacer. ¿Qué será de nosotros? Nadie lo sabe, probablemente por ello la existencia es tan maravillosa, porque no somos conscientes de si la luz que se ve al final del túnel es el sol reluciendo o el principio del más allá. Así que me quedo con una reflexión: 

“Sólo tenemos una vida, por mucho que nos quieran decir. Guardar en el tintero palabras es morir un poco, dejar para mañana lo que se puede hacer hoy, también. Olvidarse de disfrutar es un insulto a la creación y colmarse de placer en todos y cada uno de los momentos en que podamos, una obligación. Que este sea el primero de muchos instantes de gozo, que nunca más vuelvas a sentir un vacío en tu interior”

Me gusta. Lo mismo algún día hasta me la publican.