La edición digital de la RAE (e imagino que tampoco la
edición en papel) no recoge el significado de la palabra ‘meritocracia’. No es
algo que me extrañe, puesto que aquella institución que antaño presumía de ser ‘fija,
dar brillo y esplendor’ se ha asentado en la conformidad del que se ve
entronado por sus méritos pasados y ha caído en el ostracismo y en la incompetencia
que atestiguan acepciones como ‘almóndiga’, ‘sociata’ o ‘pepero’, recientemente
aceptadas.
La Real Academia de la lengua
española es sólo un ejemplo más de una corriente que se antepone a aquella
palabra acuñada por Michale Young en 1958 y que viene a inculcar una nueva
forma de entender la sociedad, la economía, el deporte y la vida misma. La
meritocracia es la forma de gobernar cualquier institución que se basa principalmente en que
las posiciones más altas de los organigramas estén ocupados por
los mejores. Esta concepción se asienta en valores como el esfuerzo y la
constancia, la profesionalidad y el trabajo diario. No entiende de pasado sino
de presente; y deja el futuro condicionado por el hoy y no por el ayer. Es la
ley que impide que el niño rico de papá sea gerente de la empresa a pesar de su
patente incapacidad, o que Ana Botella llegue a ser alcaldesa de Madrid
con esebochornoso nivel de inglés. La meritocracia no premia las cualidades físicas o
intelectuales inertes en el ser humano desde el momento de su nacimiento, sino
que se fija en el esfuerzo del que, siendo más limitado en cualquiera de esas
facetas, consigue superar al primero con tesón y tenacidad.
En España, la meritocracia llegó
a conocerse hace relativamente poco. Fue una prensa culta e instruida, alejada
de las tertulias deportivas y los diarios más sensacionalistas, la que la fue
introduciendo paulatinamente en una sociedad reacia a aceptarla. ¿Cómo
explicarle a un español que el trabajo es lo importante y que el esfuerzo es
fundamental para la superación diaria? ¿Cómo hacerle ver a un estudiante cuyo único
propósito es conseguir una plaza para ser funcionario que se puede aspirar a más
en la vida? ¿Cómo instruir a una población que ha tenido catorce ediciones de
Gran Hermano en que son los médicos, arquitectos e ingenieros los verdaderos héroes
a los que intentar parecerse?, un difícil trabajo para un complicado país.
La meritocracia, sin embargo, da
sus frutos. Tienen ustedes el ejemplo más clarividente en los dos países del
planeta que la usan en sus instituciones gubernamentales (en mayor o menor
medida), Finlandia y Singapur. El primero es, en proporción, una de las
naciones más desarrolladas de toda la Unión
Europea. El segundo ha pasado de ser la renta per cápita más
baja del planeta a comienzos del siglo pasado a ser, hoy en día, la tercera del
mundo más elevada.
Diego López saca una mano prodigiosa en el clásico Real Madrid-Barcelona
Acabo ya mi alegato de una mañana
cualquiera donde quise dejar constancia en un blog en el que nunca (o casi
nunca) se habla de nada serio, de que otra forma de gobernar un conjunto de
personas (pues la sociedad en cualquiera de sus facetas no deja de ser eso) es
posible. Los más madridistas de la sala echarán de menos un nombre en concreto
en un texto llamado así, ‘Meritocracia’, y ha sido con él con el que he querido
cerrar este pasaje recordando que fue él el que nos instruyó en todo este
barullo filosófico. Decía José Mourinho: “Quizá aquí (en España) la gente no está
preparada para que los jugadores sean iguales. Yo busco la meritocracia, y eso
consiste en que el que esté mejor preparado, juega”. Qué grandes fuiste José, y
cuánta razón llevabas.