La encontré riéndole a la vida
con una cerveza en la mano mientras el sol de un otoño que comenzaba a
despuntar se entremezclaba con los rizos de su pelo. La encontré sentada, con
las piernas cruzadas y con el meñique estirado como si fuese a beber el té, la encontré
tan bonita que, cuando creía que me moría, de repente y, casi sin darme cuenta,
comencé a nacer.
La encontré degustándose de
pequeñas cosas: resguardarse del frío bajo el edredón o en el vapor de un plato
de sopa caliente; en el sabor de una copa de vino o en el aroma de un buen café. Vislumbrando los planes del mañana o recordando los que hicimos ayer; buscándole,
como siempre hace, el lado positivo a una vida que ella ve de color de
rosa y yo, cuando estoy a su lado, también. La encontré cuando todo se hacía oscuro
y desde ese momento empecé otra vez a ver.
La encontré desnuda en mi cama
poco tiempo después y me empeciné en contar los doscientos cincuenta lunares que tiene
grabados en la piel. Dibujé un mapa con todos ellos y, uno a uno, los memoricé.
Y ahora, de lo único que estoy seguro algunos meses después, es que podré
olvidarme de cualquier cosa en esta vida menos del sitio donde los dejé.
La encontré cuando la noche se hacía más opaca que nunca y en vez de quejarse por no ver la luna, ella se sentó conmigo a ver amanecer.
La encontré cuando la noche se hacía más opaca que nunca y en vez de quejarse por no ver la luna, ella se sentó conmigo a ver amanecer.
La encontré un día por vicisitudes del destino en el pasillo de un edificio viejo de piedra, hormigón
y escayola. La encontré tan guapa que, incluso hoy, no sé cómo pude armarme de
valor para decirle ‘hola’. Cruzaba de un bloque a otro como si se tratase de
una pasarela, zigzagueando sobre las baldosas bajo el contonear de sus caderas.
La encontré rodeada de libros, películas y velas, de inciensos, toallas,
vestidos y cajas de madera. Dos ojos del color de la avellana, las manos más
frágiles que se han creado y un lunar en la cara del que hace tiempo que estoy
absolutamente apresado. La encontré un día que parecía a todas luces normal, y
desde entonces no volverá a haber días
normales nunca más.
La encontré hace tanto que ni me
acuerdo y siempre ha estado aquí conmigo aunque muchas veces, estoy de acuerdo,
ha estado más lejos de lo que habría querido. La encontré hace mucho y mucho
hace que la tengo, pero tengo que decir que nunca la había visto con los ojos
que ahora la miro y nunca quise mirarla, hasta ahora, con estos ojos que tengo.
Pero, ahora que la tengo, ahora que la he encontrado y ahora que la miro como
nunca antes la había mirado, puedo decir, alto y claro, que no hay día en que no
le agradezca al cielo que la haya puesto aquí a mi lado, que no hay día en que no piense que es lo más maravilloso que me ha pasado.