jueves, 4 de abril de 2019

Matar de amor


Siempre he creído que el destino último de cualquier poeta es morir de amor, desfallecer para no levantarse más por un sentimiento tan inconmensurable, para bien o para mal, que no le permita a tu corazón seguir latiendo. Morir de amor es la batalla final a la que todo hombre de arte aspira, pero, matar de amor o, como realmente se dice, matar por amor... eso ya es otra historia.


Hoy me despertaba con la historia de Ángel y su esposa, María, y de cómo el primero había resultado detenido por darle a la segunda un veneno que había acabado con su vida. Una historia a todas luces terrible pero que, tras una capa de barniz mediático, escondía algo mucho más profundo.
Resulta que María llevaba treinta años postrada en una silla de ruedas y le había pedido insistentemente a su incansable y fiel esposo que acabase con su vida. En el vídeo que se ve a continuación y que la propia pareja habría grabado para paliar la condena del hombre, se entiende un poco mejor de qué va todo esto.


Es al verlo cuando la cabeza deja de dar vueltas y el corazón comienza a latir. Ahí lo tienes a él, intentado explicarle a la cámara de un móvil que ella, el amor de su vida, le está pidiendo que la mate, que no puede ni quiere seguir, que no tiene más fuerzas para levantarse otro día más. Ponerse en la piel de ella es lo más natural del mundo, imaginarse una vida postrada en una silla casi sin movilidad y deseando no despertar más. Todos, creo, lo hemos hecho en alguna ocasión y en todos queda, finalmente, la decisión o el pensamiento de lo que haríamos si llegásemos a esa situación. Sin embargo, a mí hoy me ha dado por pensar en él.


Imagino o, mejor dicho, intento imaginar la vida Ángel, sus últimas tres décadas de dedicación absoluta a la mujer que una vez le robó el corazón para no devolvérselo jamás. Imagino cómo debe ser acordarse de cuando corrían juntos por los campos, cuando hacían en al amor en el coche, cuando paseaban por el centro o iban juntos al cine y verla ahora sin vitalidad, casi sin poder hablar y sumergida en una tristeza tan profunda como continuada y sí, se me parte el alma entera. Me imagino la impotencia de ese hombre al escuchar a su mujer pidiéndole entre lágrimas que le quite la vida y él negándose a hacerlo una y otra vez porque no quiere perderla, porque prefiere tenerla en una silla de ruedas a dejarla ir para siempre. Lo veo llorando junto a ella, acariciándole el pelo e intentando consolar una pena que no tiene consuelo posible. Así noche tras noche, durante muchos meses, durante muchos muchos años.
Lo veo llevándola a la cama y limpiándole el cuerpo, ese cuerpo que un día hizo suyo y ahora no pertenece a nadie, ni siquiera a su mujer. Vislumbro como buenamente puedo miles de noches de pena y congoja, de peleas y discusiones, de maldecir a Dios por la vida que les ha dado y no puedo dejar de sentir cómo un pinchazo de rabia, dolor y lástima me perfora el corazón. Vuelven a mí interrogantes demasiado profundos para poder responderlos como siempre que un tema tan trascendental como este surge, pero me apasiona la idea de que todavía, en un mundo donde las parejas se rompen por cualquier estupidez, hay gente que está dispuesta a dar la vida por aquello que más ama. No creo que jamás conozca en persona a Ángel o que ni tan siquiera pueda hacerle llegar estas palabras, pero más allá de que su acción sea correcta o no, lo que no tengo duda alguna es de que ese hombre amaba a su mujer.

Y de esta noticia que hoy media España leía se abre el debate sobre eutanasias, abortos, muertes dignas o suicidios. Hoy los bares, las calles, los comercios y las oficinas de todo el país juzgan a Ángel y a María para bien o para mal, recriminándoles cobardía o alabando su valor, pero a mí no se me ocurre hacer una cosa ni la otra, no creo que pueda ni deba. Muchas veces juzgamos las cosas sin saber absolutamente nada de lo que pasa, sin tener ni puta idea de qué sucede, siente, quiere o busca el otro y nos subimos en la poltrona moral del que se ve conocedor de la verdad absoluta para sentirnos los reyes del mambo… sin ser más que una panda de imbéciles que no saben nada de nada. Por eso hoy lo único que quería al escribir estas líneas es pedirle a los cielos que acojan a esa mujer que ya no sufre más y que le dé todas las fuerzas del mundo a ese hombre que, desde ayer, con todo el amor que es capaz de albergar un corazón humano, hizo feliz a la mujer que quería arrebatándole la vida y consiguió, sin quererlo, arrebatarse la suya también. Y sólo por eso, por preferir destrozar su existencia para darle la felicidad que buscaba a su ser más querido, ya merece todo mi respeto. Y lo tienes, querido Ángel... lo tienes para siempre.