Cruncho era un pequeño sapo que vivía en una charca pegada a una enorme autopista. Era un sapo feliz y dicharachero muy querido por sus vecinos, familiares y amigos. Toda su vida se la había pasado en aquella charca, con el ruido de los coches de fondo pero disfrutando de su tranquila y pacífica vida de sapo. Por las mañanas, se levantaba bien tarde e iba, aún con legañas en los ojos, a cazar mosquitos con sus amigos. Se pasaban allí horas, degustando los manjares que la naturaleza les proporcionaba y de los que no tenían apenas que esforzarse para conseguir. Cuando tenían sus estómagos repletos, corrían a bañarse en el agua de aquella inmensa piscina natural que nunca terminaba de secarse. En verano bien es cierto que disminuía su caudal, pero siempre había agua suficiente para que todos disfrutasen de una vida apacible y gratificante.
Un día, sin embargo, la tranquilidad terminó. Cruncho paseaba tranquilamente por la orilla de la autopista cuando observó algo que lo dejó atónito en el otro lado de la misma. Era una hermosa rana que, al igual que él, se había quedado anonadada al verle. Fue amor a primera vista, ambos lo supieron. Sin embargo, el mayor de los peligros de aquel planeta se interponía entre ellos. Aquella autopista era extremadamente grande para que cualquier sapo o rana pudieran cruzarla. Muchos lo habían intentado y ninguno había sobrevivido. Por esta razón, estaba terminantemente prohibido intentar cruzarla. El corazón de Cruncho dio un vuelco y se enamoró al instante de aquella preciosa ranita. No sabía su nombre, ni siquiera sabía como era su croar o su forma de saltar, pero si sabía una cosa con certeza: estaba prendado de ella.
Cada día, en un acuerdo no escrito, ambos iban a esa misma hora a su respectivo borde de la autopista para verse. No podían tocarse, ni besarse, ni tan siquiera hablar; pero ninguno de los dos fallaba jamás. Era un amor que trascendía lo físico.
Pasaron los meses y ellos no faltaron ni un solo día a su cita. A pesar de ello, su amor no era completo. Tenían que encontrarse cara a cara, debían tocarse, hacer el amor como dos adolescentes, besarse y abrazarse por el resto de sus vidas. Cruncho, veía en la cara de su amada una pena inmensa, una tristeza procedente de la impotencia que daba no poder esta más cerca el uno del otro. Así que se prometió así mismo que al día siguiente intentaría cruzar la autopista.
Se lo contó a todos sus familiares y amigos. Les habló de un amor inconmensurable, imperecedero y total; y de cómo tenía pensado cruzar aquella vía endemoniada para estar con su amada. Todos lo tomaron por loco y le suplicaron que no lo hiciese, que moriría con total seguridad en el intento, pero él no les escuchó. el amor que sentía era demasiado grande como para dejarlo ir, estaba decidido y lo iba a conseguir.
Al día siguiente se levantó y fue con paso firme hacia la autopista. Todos sus seres queridos le acompañaron. Antes de comenzar, Cruncho se giró y habló:
"Queridos amigos, hoy vengo a realizar quizás la locura más grande de mi vida, la que probablemente me cueste la piel y la que me lleve al más allá. Sé que algunos no entendéis el por qué de mi decisión, pero espero que lo hagáis pronto. Todo esto es por amor, por un amor más grande del que jamás hayáis sido testigos. Me he enamorado de aquella rana y pienso acostarme esta noche junto a ella. Sé que tengo de mi parte a todo el universo, al cielo y a la tierra... y a todos vosotros. Sé que voy a conseguirlo porque es mi destino estar junto a ella, sólo os pido que tengáis fé, yo la tengo"
Tras observar las lágrimas floreciendo en los ojos de su madre, Cruncho se armó de valor convencido de que todo saldría bien, debía salir bien ya que el amor, todo lo puede. Así que comenzó a andar. Dio su primer salto y entró en la autopista. Corrió y corrió animado por su suerte mientras que esquivaba los coches y los camiones que pasaban. ¡Todo iba bien! ¡todo estaba saliendo a la perfección! ¡lo iba a conseguir! ¡su amor estaba más cerca! estaba casi llegando cuando ... puffff
Un día, sin embargo, la tranquilidad terminó. Cruncho paseaba tranquilamente por la orilla de la autopista cuando observó algo que lo dejó atónito en el otro lado de la misma. Era una hermosa rana que, al igual que él, se había quedado anonadada al verle. Fue amor a primera vista, ambos lo supieron. Sin embargo, el mayor de los peligros de aquel planeta se interponía entre ellos. Aquella autopista era extremadamente grande para que cualquier sapo o rana pudieran cruzarla. Muchos lo habían intentado y ninguno había sobrevivido. Por esta razón, estaba terminantemente prohibido intentar cruzarla. El corazón de Cruncho dio un vuelco y se enamoró al instante de aquella preciosa ranita. No sabía su nombre, ni siquiera sabía como era su croar o su forma de saltar, pero si sabía una cosa con certeza: estaba prendado de ella.
Cada día, en un acuerdo no escrito, ambos iban a esa misma hora a su respectivo borde de la autopista para verse. No podían tocarse, ni besarse, ni tan siquiera hablar; pero ninguno de los dos fallaba jamás. Era un amor que trascendía lo físico.
Pasaron los meses y ellos no faltaron ni un solo día a su cita. A pesar de ello, su amor no era completo. Tenían que encontrarse cara a cara, debían tocarse, hacer el amor como dos adolescentes, besarse y abrazarse por el resto de sus vidas. Cruncho, veía en la cara de su amada una pena inmensa, una tristeza procedente de la impotencia que daba no poder esta más cerca el uno del otro. Así que se prometió así mismo que al día siguiente intentaría cruzar la autopista.
Se lo contó a todos sus familiares y amigos. Les habló de un amor inconmensurable, imperecedero y total; y de cómo tenía pensado cruzar aquella vía endemoniada para estar con su amada. Todos lo tomaron por loco y le suplicaron que no lo hiciese, que moriría con total seguridad en el intento, pero él no les escuchó. el amor que sentía era demasiado grande como para dejarlo ir, estaba decidido y lo iba a conseguir.
Al día siguiente se levantó y fue con paso firme hacia la autopista. Todos sus seres queridos le acompañaron. Antes de comenzar, Cruncho se giró y habló:
"Queridos amigos, hoy vengo a realizar quizás la locura más grande de mi vida, la que probablemente me cueste la piel y la que me lleve al más allá. Sé que algunos no entendéis el por qué de mi decisión, pero espero que lo hagáis pronto. Todo esto es por amor, por un amor más grande del que jamás hayáis sido testigos. Me he enamorado de aquella rana y pienso acostarme esta noche junto a ella. Sé que tengo de mi parte a todo el universo, al cielo y a la tierra... y a todos vosotros. Sé que voy a conseguirlo porque es mi destino estar junto a ella, sólo os pido que tengáis fé, yo la tengo"
Tras observar las lágrimas floreciendo en los ojos de su madre, Cruncho se armó de valor convencido de que todo saldría bien, debía salir bien ya que el amor, todo lo puede. Así que comenzó a andar. Dio su primer salto y entró en la autopista. Corrió y corrió animado por su suerte mientras que esquivaba los coches y los camiones que pasaban. ¡Todo iba bien! ¡todo estaba saliendo a la perfección! ¡lo iba a conseguir! ¡su amor estaba más cerca! estaba casi llegando cuando ... puffff
Descansa en paz, Cruncho querido.