Y después, cuando hayáis acabado esta maravilla, echad un ojo a 'El viaje de Peter Mcdowell'
La repolla
Recopilación de todo lo que veo, escribo, escucho, hago, siento y quiero... o simplemente me invento.
Me levanto esta mañana después de una noche de sueño profundo y placentero. Con una mano quitándome las legañas y con la otra rascándome el paquete, me dirijo al cuarto de baño. Enciendo la luz y me miro al espejo.
—¡La Virgen, qué pelo! —pienso.
Una mezcla entre el peinado de Son Goku, Álvaro Benito y Maki Navaja transforma mi cara en una especie de nueva tez desastrosamente fea (y no, no es lo normal, cabrones). Pienso: "Bah, si total, para estar aquí no me peino. Después me ducho antes de ir a la facultad".
Pasa la mañana. Tras varios capítulos de Friends (la octava temporada es vomitiva), me entra hambre y decido ponerme a cocinar. La grasa, el humo y el aceite se me pegan en las gafas, produciendo una especie de costra asquerosa en los cristales. Todo completo, vamos.
En ese mismo instante, y con el capítulo más desastroso de la mejor serie de la historia de fondo, llaman a la puerta. Pienso que es mi hermano o algún NI-NI, así que contesto con voz de camionero (aún no había pronunciado ni una sola palabra en toda la mañana):
—¿Quién es?
No recibo respuesta…
Me levanto y miro por la mirilla. Una diosa increíble, ataviada con una camiseta blanca y unos pantalones muy muy cortos, está justo enfrente.
“Dios… ¿qué hago?”
Corriendo, cojo una camiseta del suelo y, de una patada, mando mis calzoncillos, mis pantalones y mis zapatillas (todo de una) a un rinconcito fuera de su vista. Me acerco a la puerta y recuerdo que tengo en la cabeza un auténtico "gato enfadado". Entro al baño e intento peinarme, pero es imposible: solo el agua puede arreglar ese desastre.
La chica se empieza a impacientar; sabe que hay alguien dentro por el sonido de Friends y porque ya he contestado. Me veo obligado a abrir sí o sí. Me echo una manguzá de agua e intento peinarme lo mejor que puedo.
Abro la puerta y ahí está: preciosa, iluminada por la luz de la ventana del pasillo. Me dice:
—Hola, perdona… ¿me podrías dar un poco de sal?
¡Vamos, no me jodas! ¿¿Te cachondeas de mí?? ¿¿Dónde está la cámara??
—Claro, un momento —le contesto.
Me giro, me doy con el armario y ella se descojona. Todo es demasiado lamentable. Le doy el salero entero y le digo:
—Coge lo que quieras… y ahora me lo traes.
Se marcha. Entro al baño a ver qué demonios ha visto mi amiga. La imagen es dantesca: un tío con el pelo mojado y desastroso, camiseta empapada, gafas llenas de grasa… Lamentable.
Pero no queda ahí la cosa. De repente, vuelve a sonar el timbre. Efectivamente, es ella. Viene a devolverme el salero.
Sabiendo lo ridículo de la situación, no me quedan más cojones que volver a abrir la puerta y mostrarle, una vez más, mi fealdad absoluta. Esta vez ni la miro a los ojos. Me da las gracias y se va.
Esa ha sido mi mañana. Verídica al 100%, aunque suene demasiado lamentable como para creerla.
Me voy a seguir llorando.