Hoy es uno de los días más tristes que recuerdo.
A muchos les extrañará, y otros tantos no podrán comprender cómo un deporte puede despertar tanta pasión, tanta exaltación, tanta vida. Pero eso es lo grandioso del fútbol: por eso es el deporte más importante del planeta, porque te conmueve, te sacude, te exacerba como nada más puede hacerlo.
Hoy se despide Raúl González Blanco del Real Madrid.
Hoy, el club de mis amores se queda cojo. Por supuesto que seguiré siendo madridista, por supuesto que seguiré queriendo al club de Chamartín con todo mi corazón, pero este corazón hoy es más pequeño de lo que era ayer.
Yo comencé en esto del fútbol con Raúl. Empecé a enamorarme de este deporte hace unos dieciséis años, cuando un chaval debutaba en La Romareda. Entonces yo tenía seis años y soñaba con hacer algún día lo que él hacía. Han sido muchos títulos, muchos goles, muchísimos momentos de emoción. Creo que Dios me ha dado la oportunidad de vivir una de las mejores épocas del Real Madrid: he visto tres Copas de Europa, seis Ligas, dos Intercontinentales (entre otros muchos trofeos), y todo eso lo he vivido junto a Raúl.
Él levantaba los títulos y millones de niños llorábamos de emoción en casa. Él marcaba los goles y millones de chavales corríamos a comprarnos su camiseta. Él besaba su anillo, y cientos de miles de mocosos hacíamos lo mismo en las pachangas del colegio.
Un futbolista al que nunca se le podrá agradecer lo suficiente todo lo que ha hecho por nosotros, por el Madrid, y sobre todo, por España.
Un futbolista que, en cualquier otro país del mundo, habría sido elogiado hasta la saciedad, encumbrado hasta los cielos y alentado sin descanso. Pero claro, esta España es demasiado lamentable como para eso.
Se va mi ídolo. Una de las personas que, sin haberla conocido, se convirtió en alguien fundamental en mi vida.
El "7" de mi equipo.
El capitán que nunca tuvo un mal gesto, que jamás dijo una mala palabra a nadie, ni siquiera —y eso que muchas veces tenía razón—.
Hoy se marcha un símbolo.
Pero lo bueno de los símbolos es que no se destruyen: siempre estarán presentes por el resto de la historia en nuestros corazones, en los de los madridistas de verdad, los que sabemos agradecer todo lo que nuestro gran capitán nos ha dado.
Un caballero dentro y fuera del campo.
Un ganador absoluto, que se lo llevó todo… quizás también el mal sabor de boca de no haber podido jugar con esta selección, que le llegó cuatro años tarde.
Se va mi infancia.
Se van mis tardes de fútbol en el colegio, mis camisetas Kelme con patrocinio de Teka y el número 7 a la espalda. Se van mis noches frente al televisor.
Se va el gol de la Octava.
Se va el de la Novena.
Se va el que calló a 80.000 culés en su propia casa.
El 7 de España se va.
Y con él se va, por desgracia, media historia reciente del Real Madrid.
Y yo, me voy con él.
Porque siempre te acompañaré.
Porque siempre me tendrás a tu lado, estés donde estés, vayas donde vayas.
Es lo menos que puedo hacer por ti.
Es lo mínimo que puedo hacer por todo lo que me has dado.
Hasta siempre, capitán.
Jamás te olvidaremos.