Quizá, en otra vida, no tuviera que recurrir a aporrear con saña las teclas de este maltratado y apesadumbrado ordenador para decirte todo lo que, muy probablemente, no tenga otra oportunidad de detallarte a la cara.
Quizá, en otra vida, hoy habríamos vuelto juntos a casa, resacosos, despeinados, con una maleta repleta de ropa sucia y escuchando música en el coche mientras tú aprovechabas cada cambio de marcha para hacerme una caricia en la mano. Habríamos llamado a los niños para ver cómo están y habrías discutido con mi madre por haberles atiborrado a chocolate. Me habrías pedido que no corriese tanto y yo, seguramente, te habría dicho lo preciosa que eres tantas veces que habrías dejado de darle importancia, como si ya lo tuvieses tan asimilado que realmente no fueses consciente de que así es.
Quizá, en otra vida, hoy habría amanecido frente a esos dos ojos azules que no se me van de la cabeza. Te habría besado lento, suave, sin prisa, y habrías venido a anidar en mi pecho hasta que la limpiadora del hotel nos hubiese echado de la habitación. Quizá, en otra vida, no te habría visto bajar junto a tus amigas por la calle, taconeando con elegancia mientras la brisa marina ondeaba ese vestido negro como la bandera de un país tropical. Te habrías venido conmigo al apartamento, parando en cada uno de esos portales de paredes blancas y puertas de madera a comernos a besos; subiéndote el vestido mientras tú, temerosa, me instarías a esperar a llegar a la cama. Quizá, en otra vida, la noche no hubiese acabado tan pronto como lo hizo.
Quizá tus hijos se pareciesen a mí y nuestra casa hubiese estado llena de fotografías de viajes y vacaciones. El papel de la pared, garabateado de crayón; el suelo de madera, recibiendo el tacto de tus pies descalzos y yo, de vez en cuando, espiándote desde la ventana mientras tiendes la ropa en el jardín. Quizá y sólo quizá, en esa vida, hubiésemos sido felices. Vete tú a saber.
Yo, prendado de tu cabello dorado, de esa cara de niña buena que se ruboriza con cada piropo. Enamorado del perfume de tu piel, del sabor de tus labios y de ese tono de voz que se me hacía más dulce que el caramelo entre tanto ruido, entre tanto grito, entre tanto estruendo. Qué no habrías conseguido tú en una vida conmigo si me ganaste en una noche tan sólo con la primera sonrisa.
Pero es ésta y no otra, la vida que nos ha tocado. Con su distancia y sus problemas, con anillos en anulares y amores que no terminan de irse jamás. Con niños disfrazados de Spiderman, botellas de Martini, Damas milenarias, palmeras y perros de todas las razas, tamaños y colores. Tus estrellas tatuadas en el hombro y tu nombre grabado para siempre en mi mente. Apellidos de equipo de fútbol, listas de deseos y una breve conversación que aportó más que mil noches de pasión en camas ajenas. “Si no te dicen cada día lo increíble que eres es que ese tipo que duerme contigo no tiene ni idea de lo que tiene en su colchón”.
Así que si coincidimos en otra
vida no pienses que voy a desaprovechar la ocasión. Si nos vemos en un
universo paralelo, en una realidad alternativa o en un mundo mejor, estaré
pendiente de esa mirada llena de vida, de esa risa que ilumina y de cogerte la
mano para que no te sientes, salgas a bailar conmigo y me dejes acompañarte en cada uno
de esos bailes desde el mismo instante en que te vea hasta el último en que me
tenga que marchar de aquí.