miércoles, 15 de julio de 2020

Guerra en verso

Se declara una guerra
sin armas, banderas ni soldados.
Tu mirada fija en la mía,
el carmín enrojeciendo tus labios.
Tus manos, serenas,
las mías, tiritando.
La piel erizada, el mundo varado,
el alma desnuda, el pulso acelerado.
Siento que me hieren,
sin que suenen bombas ni disparos.
Te sigues acercando y
lo tengo más y más claro:

Acabo de perder la guerra
sin que la batalla haya comenzado.

Me miras a los ojos
desde el pelotón de fusilamiento.
Me apuntas con el dedo,
sin rubor ni miramientos.
Te acercas, despacio,
quitándome el aliento.
Cierro los ojos y los noto:
tus labios besándome muy lento.
Quería salvarme pero, me temo,
me arrastras al infierno.
Y, claro, me dejo llevar
sin dudas, sin prisas, sin frenos.

Que pase lo que tenga que pasar...
carguen, apunten... ¡fuego!

domingo, 7 de junio de 2020

Quise

Quise hacerte reina de mis siete mares, princesa del cuento de mi vida, dueña de mis noches, guardiana de mis días, cobijo de mis penas, mi fortaleza, mi guarida. Quise que fueras la última de la lista, los ojos donde se reflejasen mis pupilas; mis discusiones, mis peleas, mis enfados y mis riñas. Quise que después de ti tan sólo hubiera vacío, quise, con todo mi corazón, hacerme tan tuyo que dejase de ser mío.

Quise que fueras el último queso de la partida, mis días lluviosos, mis penas y, por supuesto, también mis alegrías. Quise surcar tu cuerpo como el buque perdido en alta mar y que los lunares de tu pecho fueran mis estrellas, quise que la vida no nos volviese a separar jamás y, si por casualidad lo conseguía, regresase a casa valiéndome de ellas.

Quise tu sonrisa despertándose en mi cama y tu melena castaña clareándose a mi lado. Tus ojos vidriosos, tus pies congelados, tu cara de buena y el sabor a vino en tus labios. Quise tenerte desnuda y que el frío erizase tu piel, verte resoplando de gozo, de pura lujuria, extasiada de placer. Quise que todo fuese de otro modo, distinto a como es ahora, un poco más como fue ayer, quise que dejásemos de ser dos personas y nos convirtiésemos en un solo ser.

Quise que sólo conciliases el sueño si mis manos te acariciaban el pelo, que cada noche nos despidiésemos, hasta nuevo aviso, con un beso y un ‘te quiero’; que nos comiésemos enteros, que al encerrarnos en la alcoba la ropa volase por los aires y hielo se tornase fuego. Quise que fueses mi compañera de viaje, mi mejor amiga, la mujer con la que pasar todos y cada uno de los días que me queden de vida. Quise meterme de lleno en un callejón sin salida, quise que me quisieras tanto como yo te he querido desde el primer día.


Tenía pensado el nombre de los niños y los apellidos quedaban fenomenal. Habríamos sido muy felices, lo he soñado tantas veces que, al menos eso, ya nadie me lo puede quitar. Quise una vida que, sin embargo, tú no quisiste siquiera empezar y un día me di cuenta de que los sueños, aunque preciosos, son eso… sueños y nada más. Me hubiese gustado seguir dormido, pero era hora de despertar, hubiese querido que aquellos pensamientos que tan felices me hicieron se hicieran realidad. Sin embargo, ahora me despido, con esta carta que te escribo con el corazón herido, que no se si leerás algún día o, quizá, ya la hayas leído. Sólo quiero que tengas claro una cosa de todo este sinsentido: por mucho tiempo que pase, no vas a encontrar a nadie que te quiera la mitad de lo que yo te quiero y siempre te he querido.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Cuaderno de bitácora

Sesenta días sin ponerme vaqueros son muchos días, aunque también es verdad que no los he echado  de menos.
Cuatro camisetas con dibujitos me llegan por correo y la repartidora, con mascarilla, las deja a las puertas de un ascensor que me esfuerzo por coger lo menos posible. “Vida activa, niño”, me dice un amigo.
El sol brilla con tanta fuerza que se asemeja a una bombilla gigante y el cielo es tan azul que parece recién pintado. Esto lo apunto por si algún día me publican un libro, que me ha gustado. 

A ella, está visto, le queda todo bien. Es algo sobrenatural, inexplicable, algo que mi mente no alcanza a comprender. Las flores estampadas, los mofletes colorados de tomar el sol, la alergia, las camisas de chico, la voz ronca o hasta esa manía de añadirle brócoli a cualquier plato. Todo lo hace bien, todo le queda genial. Es, sin lugar a dudas, lo más perfecto que hay en este mundo de imperfecciones.

La peluquería está distinta. Ya no se ofrecen cervezas ni hay gente esperando en el sofá. Todo se ha vuelto más frío en estos dos meses y hay gente que parece que está conforme con ello. Ya no hay abrazos, los saludos se hacen con un simple gesto de mentón y los besos quedan relegados a un plano más íntimo, a una escapada nocturna sin que nadie se entere. En definitiva, el mundo se ha vuelto una puta mierda.

Ya casi no me acuerdo de lo que era tener resaca un domingo aunque, de vez en cuando, me bebo un par de cervezas para que no se me olvide del todo. Los días pasan y la incertidumbre sobrevuela el horizonte como una gaviota perdida a kilómetros de la costa. La tensión se palpa en el ambiente y, después de mucho tiempo, he vuelto a ver en un noticiero a una señora rebuscar en la basura. Qué enferma tiene que estar una sociedad para que eso ocurra y, tristemente, parece que nos tendremos que acostumbrar a ello.

Me centro en aporrear las teclas de un ordenador cansado de noches sin dormir, de lamentos mudos y llantos secos, de escuchar quejas y cantos de amor. El motor sisea como pidiéndome que le dé un respiro pero, hijo, qué quieres que te diga, es la carga que te ha tocado llevar. 


Mi mente vuelve a divagar en ese túnel oscuro en el que todavía estamos aunque parece que ya se ve algo de luz. Mientras discurro por él, vienen a mí cabellos dorados, pecas en la cara, noches de verano y paseos a la luz de la luna. Vestidos azules, ojos castaños, pieles tostadas y besos que saben a miel. La echo tanto de menos que la invento y parece que así se pasan mejor las horas. La música se escucha en el ambiente, los pájaros trinan y el móvil sigue sin sonar. Quizá sea hora de que deje de pensar en que algún día lo hará y vaya buscando otro número al que llamar. Vete tú a saber.

El folio se acaba, la cerveza se enfría y mañana el día volverá a nacer. ¿Qué será de nosotros? Nadie lo sabe, probablemente por ello la existencia es tan maravillosa, porque no somos conscientes de si la luz que se ve al final del túnel es el sol reluciendo o el principio del más allá. Así que me quedo con una reflexión: 

“Sólo tenemos una vida, por mucho que nos quieran decir. Guardar en el tintero palabras es morir un poco, dejar para mañana lo que se puede hacer hoy, también. Olvidarse de disfrutar es un insulto a la creación y colmarse de placer en todos y cada uno de los momentos en que podamos, una obligación. Que este sea el primero de muchos instantes de gozo, que nunca más vuelvas a sentir un vacío en tu interior”

Me gusta. Lo mismo algún día hasta me la publican.

jueves, 23 de abril de 2020

Poema al libro


Donde cabe el mundo en la palma de la mano
y vives mil aventuras sin moverte de casa.
Allá donde el fuego moja, hace frío en verano,
la pena colma, el silencio espera y la pasión abrasa.

El lugar donde se hacen posibles los sueños,
la mansión de las mil puertas abiertas,
el reino donde no hay siervos ni dueños,
ni días insulsos, ni noches desiertas.

Hogar de princesas, elfos y dragones,
corsarios, gigantes, musas y hechiceros,
donde ríen los sauces y lloran los bufones
y los que nunca ganan son los primeros.

Podrás ver locos peleando con molinos
y a cuerdos encerrados en manicomios.
Hacerte amigo del pirata más mezquino
o firmar un pacto de sangre con el demonio.

Jugar a las cartas con la misma muerte,
caer preso por el beso del traidor,
desafiar al destino, probar tu suerte,
nacer siendo un viejo o morir por amor.

El universo cabe entre dos tapas de cartón
y la vida se escribe sobre el blanco de las hojas
con la tinta de un maltrecho corazón
y la ilusión por que vayas y la cojas.

martes, 7 de abril de 2020

Luna

Colorea con sus rayos una noche que hasta hace poco era oscura, tanto que apenas se conseguía ver desde el balcón. Los árboles parecen dorados y las calles, vacías de almas, se asemejan a dibujos en acuarela pintados por la brocha de sus destellos. No se ven casi nubes en el cielo y eso se agradece porque te permite maravillarte con ella, deleitarte con lo bonita que está.

Me siento en la butaca arropado por una manta que a duras penas me cubre las rodillas. De fondo, la lista de reproducción que tantas veces me ha acompañado en tu ausencia y que, extrañamente, más me ha acercado a ti. De vez en cuando añado alguna canción, otras, quito unas cuantas; pero siempre tengo las necesarias para aguantar las tres cosas que más me calman en este mundo: un baño de espuma, una botella de vino o ponerme a pensar en nosotros.


Ella, la luna, me recuerda mucho a ti, como casi todo. Llevo muchos años en esa faceta en la que a todo le saco punto en común contigo y de ahí no hay cojones a salir. Recurro a esa frase de taza cursi que reza algo que, sin embargo, tiene mucho sentido: no podemos estar muy lejos si vemos la misma luna. Y aunque a veces parezca que estás en la otra punta del mundo, la verdad es que siempre estás cerca. Aunque no lo quieras, aunque no seas consciente, aunque ni siquiera sepas que es así.

La suave brisa de una primavera extraña resopla desde lo más alto de un ático de un pueblo cualquiera, justo cuando dejamos atrás un día y comenzamos uno nuevo. Hace tanto que no salgo que parece que siempre he estado aquí y que cualquier novedad, por estúpida que parezca, es una excusa para darle una vuelta de tuerca a la monotonía. Hoy la excusa era la luna, salir a la terraza a disfrutarla, pero realmente es que me he acordado de ti otra vez y quería verla a ella por los dos, ya que tú no puedes.

El móvil sigue sin sonar y hasta el horóscopo me dice que me olvide, que no hay nada que hacer. Y así llevo tanto tiempo que hace mucho que perdí la cuenta. Pruebo otros labios y duermo en otras camas; abrazo a otra gente y bebo hasta caer rendido, pero ahí sigues, como la misma luna llena, llegando al menos una vez al mes para hacer que no te olvide, para volver a mi cabeza cuando creías que te iba a echar, por fin, de ella. Me gustaría decirte que no es necesario, que no lo voy a hacer, que sigo esperando aquí, mirando a la luna, a que tú te decidas a volver, y que si ya he aguantado media vida qué más me da aguantar la otra mitad. Total, he descubierto en todo este tiempo que no voy a encontrar a nadie mejor que tú: ni ahora, ni en un año, ni en un siglo... ni en toda la eternidad.