Que no me hablen de dioses, profetas, ángeles o demonios cuando te tengo a ti al otro lado de la cama, desnuda, ladeada y dormida. No conozco más religión que esa, la de cada poro de tu cuerpo, la de tus piernas descruzándose despacio, la de tu lengua entrando en mi boca y la de tantas caricias que, sin quererlo, transforman el cielo en infierno de un segundo para otro.
Ya sólo le rezo a tus mejillas sonrojadas y mis plegarías se centran en que te quites la ropa. Los misterios del rosario son los lunares de tu pecho, que ya tengo memorizados como el Padrenuestro, y es justo ahí, en el centro de tu esternón, donde me pierdo, como lo hizo Jesucristo en el desierto, aguantando las tentaciones de tu piel, de tus manos enredándose en mi pelo y del jadeo de pasión saliendo a bocanadas por tu boca.
Eres mi culto y mi credo. Tus ojos, el Edén; y tu nombre la única oración que invoco cada noche antes de marcharme con Morfeo. No conozco más templo que tu espalda ni quiero otra vida que no sea a tu lado. Tus brazos son los ángeles que me custodian, que me sujetan cuando voy a caer y tus piernas la serpiente que me tienta con la manzana prohibida. Tus caderas, las vigas de mi iglesia; la cruz que llevas colgada al cuello, lo primero que beso al revivir. Tú, mi diosa y señora, la luz que me guía y el fuego eterno donde me quiero consumir.
No existen más líneas sagradas que las marcas de la sábana en tus muslos ni me arrodillo ante otro altar que no sea el de tus ojos. Mi sacristía es tu vientre y el maná del cielo tus labios humedeciéndose con los míos. Eres pecado y redención, la vida eterna y la condena a las llamas que nunca perecen. Mi catecismo, mis versos más bonitos, la liturgia del domingo y la prueba irrefutable de que ahí arriba, mirándonos, hay un dios bondadoso que me ha regalado a mí, su humilde siervo, su más preciada creación. Y no sabes la de veces que doy gracias por ello.
Entra bajo palio en mi habitación, deja que ascendamos juntos esta noche a un cielo plagado de estrellas y olvidémonos de que somos mortales en un mundo que se derruye poco a poco, para sentirnos deidades sobre un colchón chirriante de placer. Y que mañana se acabe todo si es esa Su voluntad. Nada importa si te quedas aquí, conmigo, mientras quede vino, mientras el fuego siga crepitando y mientras tengamos fuerzas para volver a empezar de nuevo con el ritual.