domingo, 19 de febrero de 2023

Toledo

Se posa sobre una nube de luciérnagas que uno no alcanza a terminar de contar jamás. Miles de faroles la iluminan como la imagen de un ejército acampando frente al campo de batalla la noche anterior al combate. Resplandece como las olas del mar bañadas por una luna llena y te hipnotiza desde la distancia como el canto de una sirena segundos antes de hacerte naufragar.

Tanta historia entre sus murallas que por más que se intenta volver a atrás, al punto donde comenzó todo, es imposible encontrar un principio. De día, el cielo azul la adorna como una postal medieval, como el escenario de un cuento de hadas donde druidas, caballeros andantes, princesas de cabellos dorados, reyes y dragones viven mil y una aventura. De noche, se antoja tan bonita que uno no puede evitar tomar la primera salida que lleva hasta su valle para quedarse mirándola durante horas, bien abrigado cuando el frío aprieta o tumbado en sus colinas bajo un manto de estrellas en el estío. Quedarse mirándola te convierte en Ulises llegando a Ítaca, te rebosa un hormigueo repentino que te acaricia el corazón y te hace sentir vivo, cosa que se agradece en esta época en la que parece tan difícil conseguirlo.

Sus calles adoquinadas se pierden en un sube y baja constante, los rayos de sol van muriendo entre sus tejados conforme la tarda avanza, el sonido de las copas de vino tintinea en las terrazas más céntricas y el del agua del río te arrulla si sigues andando un poquito más. El Tajo la baña como una madre lo hace con un recién nacido: con mimo y consciencia. Sus aguas se aclaran y se oscurecen con las estaciones del año y hace que la postal nunca, jamás, sea igual que la última vez que la miraste. El Alcázar y la Catedral resaltan sobre todo lo demás pero Santo Tomé, San Juan de los Reyes o El Salvador le sirven tan a la perfección de acompañamiento que uno no sabe muy bien cuál es el primer plato y cuál el postre.

El trinar de los pájaros en primavera o el susurro del viento en otoño acompañan una melodía milenaria que nunca tendrá fin, porque Toledo estuvo aquí mucho antes que todos nosotros y seguirá estando cuando nuestros corazones dejen de latir. Su casco seguirá guareciendo a amantes que buscan rincones ocultos donde besarse, a borrachos que maldicen su destino, a hombres tristes que amaron tanto en otra vida que ya sólo pueden llorar lo perdido y a jóvenes que creen que el mundo está sus pies y aún no son conscientes de que no somos más que peones en un tablero que no nos debe absolutamente nada.

Un conde moribundo se entierra en una de sus capillas y un rey eteno nació por aquí también.  Por donde discurras hay historia, encanto, belleza y eso, probablemente, sea lo más grande que tiene esta ciudad: que no conocen fin los lugares que pueden fascinarte, que todo es nuevo aunque hayas regresado cien mil veces porque la luz, el tempo, la época o el estado de tu alma le dan un prisma distinto en cada ocasión. Es una ciudad prodigiosa y el sitio perfecto para echar a andar y no querer parar jamás. Toledo es magia, de esa que uno no creerías posible más que en historietas de viejas o leyendas medievales; pero es tan real como tú y yo, tan bonita como ninguna otra y te abraza con tanta pasión que, si pruebas su tacto no querrás probar el de ninguna otra. Jamás.

Surcar sus puentes te transporta en el tiempo y escuchar su canto te libera el corazón. Es un amante fiel que te recibe cariñosa y complaciente cada vez que la visitas y te evade de una realidad digital para llevarte a otra analógica mucho más sosegada, donde reinan la quietud, el buen gusto, los sabores y la belleza. Es un paréntesis en el trasiego, un remanso de paz sanador y un oasis de divinidad en un mundo cada vez más alejado de Dios. Ciudad de reyes y santos, de golfos, trovadores, caballeros y gente de mal vivir. Toledo es un viaje en el tiempo y una cita con eternidad; es vida, esplendor y pulcritud, lo que necesita un alma para entender de qué está hecha.

miércoles, 25 de enero de 2023

Treinta y seis

Treinta y seis velas abarrotan un pastel que parece no tener hueco para albergar ni una sola más. “Pronto” – piensa él – “habrá que empezar a tirar de números para que la tarta no parezca un tiroteo”

Treinta y seis años de ilusiones y sueños, de miles de horas despegado del mundo, vislumbrando realidades paralelas, amores imposibles, lugares inhabitados y triunfos que lograr. Instantes reales y también oníricos que se vuelven tangibles; lágrimas de pena y también de felicidad.

Más cerca de los cuarenta que de los treinta, pero con la tranquilidad casi absoluta de que eso lo comencé a asimilar en el momento en que soplé la trigésimo quinta. Así que, un año después, es menos doloroso tenerlo tan claro.


Treinta y seis millones de palabras escritas, dedicadas a la vida y al amor que, cada vez lo tengo más claro, no deja de ser lo mismo. También a la cerveza y a los amigos, a ciudades que se postraron frente a mí, puestas de sol, vestidos ceñidos y besos que no volverán. A mujeres que robaron por un segundo mi corazón y a quien se lo llevó un buen día para nunca regresarlo. A esa otra en la que piensas cuando visualizas en tu mente a la madre llamada a curar las heridas de los hijos que no tienes y que no estarán nunca tan heridos como lo estás tú. Treinta y seis años de amar tanto la vida que uno siente pena de que cada vez nos quede menos por aquí. Pena de eso, que no de la muerte, porque cuando la de oscuro tenga a bien venir a buscarme, partiré con tantos paisajes en la retina como pocos podrán presumir. Con abrazos cálidos y labios húmedos, noches eternas y estrelladas y amaneceres frente a diosas de otro planeta. Y sí, también con la certeza plena que frente a mí desfiló la mejor panda de amigos de la que jamás fue testigo este planeta.

Treinta y seis años temeroso de Dios y agradecido, a la vez, por tanto que me ha dado. Sangre blanca por las venas, muchas Copas de Europa y noches sin dormir. Música y cine, libros por castigo, naturaleza, aire puro y el mundo a mis pies. Siestas de edredón, migas y gin tónic y haber comprendido que los momentos se exprimen y que el “ya lo haré mañana” nunca llega. Orgulloso de las franjas rojigualdas que visten mi bandera, de decir lo que pienso aunque moleste, de mi gente, de mi tierra y de todo lo que soy… porque todo lo que soy y lo que dicen de mí, para bien o para mal, se lo debo a ellos.

Treinta y seis años bañados en tinta y tinto, añorando vestidos amarillos que no quisieron colgarse en el armario de casa pero sabiendo que son eternos allá donde sólo podrán perfeccionarse: en lo más profundo de mi ser. Treinta y seis años de palabras y hechos, de sueños cumplidos, de piropos y besos, de corazones partidos y un amor tan grande que no cabe en el pecho. No pediré mucho más, lo que sí pido, si me lo tienen a bien, es vivir lo que me quede con la misma intensidad con que lo se ha hecho en el trayecto hasta este punto y final.

martes, 10 de enero de 2023

Tic tac

Tic tac

A lo lejos, quien aporrea con melancolía las teclas de este ordenador, puede vislumbrar la trigésimo sexta vela en una tarta, crepitando en una habitación oscura y solitaria, a la espera de armarse del suficiente valor para insuflar aire y apagarla junto al resto de sus compañeras mientras pide el mismo deseo que lleva años sin cumplirse.

Tic tac

Tiende a formarse también en su cabeza la imagen de un enorme reloj de arena que, poco a poco, deja caer sus granos a un recipiente inferior cada vez más lleno. Es recurrente y, extrañamente, cada vez rebosa más, como si su mente le fuese alertando sin él darse cuenta, que el tiempo pasa y no vuelve. El depósito va colmando y él, haciendo cuentas, entiende que quizá haya pasado ya el ecuador de una vida que transcurre tan deprisa que parece que comenzó ayer.

Tic tac

Lo decía Jonathan Rhys-Meyers en aquella escena de los Tudor y hoy, vagando de nuevo en pensamientos y memorias, viene a recordárselo él a ustedes: cada segundo cuenta. Probablemente se lo tomen a slogan publicitario o a mensaje de película de domingo tarde, pero no hay nada más cierto, nada más real ni verídico que asimilar que nos queda un segundo menos que hace un segundo y ahora, casi sin quererlo, otro menos que hace dos. La triste realidad de quien comienza a ser consciente de que las arrugas de su cara irán acrecentándose y las canas que peina su barba sólo tendrán a multiplicarse. 

Tic tac


No hace mucho, como el señor mayor que está a punto de ser, se lo comentaba entre copas a un grupo de chavales de esos con granos en la cara, vitalidad incesante, sonrisa tímida y mucho por vivir. “Si te llama un amigo para tomar una cerveza, ve”, “Si te invita una chica a su casa, ve”, “Si tu padre te pide comas con él, ve” porque llegará un día en que ya no hagas planes con tus amigos, las chicas dejen de fijarse en ti y tu padre se haya marchado a un lugar donde sólo podrás recordarlo con rezos. Ellos lo miraban obnubilados, como lo hacía él cuando tenía su edad con los pelmazos que me repetían lo mismo que ahora les narra. Y ahí, en sus caras, veía realmente el ciclo de la vida en todo su esplendor y comprendía que los viejos que ya no están tenían tanta razón como la tiene él ahora. Y esos chicos también lo entenderán algún día.

Tic tac

Porque nada importa más que las pequeñas cosas: las mañanas de frío rompiendo en tu cara mientras comienzas la subida a una montaña o los abrazos de la ronda cuando llegas al bar donde te esperan los tuyos. El primer beso o el momento de certeza manifiesta en que sabes que no querrás otros de una boca diferente. Acostarte tarde leyendo o el sonido de la primera copa de vino que nunca suena igual que las demás. Un gol en el campo, que siempre son mejores que en la tele; el sabor del perfume en el cuello de una bonita mujer, el olor a primavera o quedarse tumbado contando estrellas en la oscuridad de un cielo de verano. Despertar en el calor del edredón, bañarse en las aguas del mar de noche, el amargor de un sorbo de whisky que siempre tiende a evocar un pasado mejor y atrae al final de tus lagrimales la gota de pena más azul que nadie puede imaginar cuando has consumido media botella y recuerdas lo que te prometiste no volver a recordar.

Tic tac

Algunos minutos perdidos leyéndome y otros que perdí yo escribiéndole a ustedes. Esos, los de tinta y pluma, los disfruté como casi siempre que vago en el océano infinito de palabras queriendo abrirme de una manera que, quizá, de otra forma no sé hacer. Si alguna vez me echan en faltan recurran a estas letras para recordarme porque aquí está todo lo que soy. Y si en alguna ocasión quisieran consejo tan sólo quédense con éste: lo único que vale la pena, lo que de verdad cala y por lo que hay luchar, es por exprimir el tiempo de ese reloj de arena que no para de desgranar. Vive, coño, vive… de la manera que quieras y te hinche el corazón, pero no consientas que las manecillas se detengan un día sin haber tenido tantos momentos intensos que seas incapaz de recordarlos todos.

Tic tac 

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Sanará

El vacío que siente mi lecho, 
y que no se termina de olvidar,
el de lágrima fácil, dolor en el pecho,
triste infinita y, ¿qué pasará?
Ese pesar tan intenso... también sanará.

El recuerdo de todos tus besos
canciones, 'te quieros' y poemas de más,
las promesas que no se cumplieron,
deseos, juramentos y todo lo demás, 
todo eso, vida mía, también sanará.

El dulce sabor de tu pecho,
la certeza de no volver a amar igual,
recordar que te fuiste y estás muy lejos,
sin intención alguna de regresar.
La cruda y amarga realidad... también sanará.

El daño pasado y el que aún no está hecho,
y el otro, que no tiene intención de curar,
que dejó un corazón curtido y maltrecho,
podrido y marchito de tanto amar.
Aunque parezca imposible, eso también sanará.

Sanará el día en que ya no te sienta,
cuando contigo, una noche, no vuelva a soñar,
mi piel de la tuya no esté sedienta
ni mis labios, los tuyos, no quieran besar.
En ese momento, querida, mi corazón sanará.

Mi futuro, libre; mi alma ya exenta,
del pasado vivido que no volverá.
Un futuro abierto, sin fisuras ni grietas,
que me atan, sin dejarme avanzar.
Ojala llegue el día en que me permitas,
volver, otra vez, a querer igual.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Versos de diciembre

Un puñado de tardes repletas de sonrisas,
nadar entre las piernas de una bonita mujer,
el sabor del vino tinto o de la cerveza bien fría,
que te quieran tanto que no entiendas por qué.
Los verbos acalorados, los abrazos sinceros,
las pasiones primitivas, las noches sin dormir,
los 'nunca te he olvidado' y los 'todavía te quiero',
las caricias que no esperas, 
los besos que no ves venir.
El corazón cuando se acelera,
en el instante que empiezas a sentir,
que te estalla el alma de tanto amar,
la barriga te duele de no parar de reír,
y comprendo que, si no te tengo,
nunca estaré completo.