El otro día contemplé cómo Will Smith mandaba, en una película cuyo nombre no importa demasiado para el caso que nos atañe, una
nota en donde le decía a una preciosa mujer una frase que, en su momento, me
pareció la más bonita de las que he escuchado en los últimos tiempos: “ojala
volviésemos a ser desconocidos”, y que, más tarde, me sirvió para escribir estas líneas con las que obsequio a quien tenga a bien hacerlas suyas.
Comencé a darle vueltas en una
noche de viernes de esas en las que ya no me pierdo en bares ni me ahogo en
vasos de alcohol y, como decía, me llegó bien dentro. “Ojalá volviésemos a ser
desconocidos”, le decía a su esposa, “ojalá volver a revivir ese primer beso
que no se olvida” – pensé yo – “esa primera caricia o el primer ‘te quiero’. Volver
a sentir mariposas surcando nuestros estómagos o volver a ver florecer la
pasión que un día pudo competir con las llamas del mismísimo infierno”.
Me maravilló aquella breve
oración y todo lo que conllevaba. Se me antojó tan romántica
que quise hacerle un homenaje escrito en este blog que hace tiempo que pasa
demasiado desapercibido en mi día a día. Ya no escribo como antes, ni bebo como
antes, ni salgo como antes y casi ni beso como antes. Y creo que todo está
íntimamente relacionado entre sí aunque ese, queridos amigos, será un tema que
abordaremos más adelante. Hoy estamos con otra cosa.
Volver a repetir cada segundo,
volver a conocernos en los pasillos de algún triste edificio o volver a pasear
bajo las estrellas una noche calurosa de junio. Volverme a enamorar de tus ojos
verdes, a nadar pensando en ti, a notar el rubor de tus mejillas o el tacto de tu
piel desnuda. Volver a perderme debajo de tu falda o a encontrarme en los
lunares de tu pecho; volver, en definitiva, a enamorarme de ti una y otra vez
como aquella primera que parece que fue ayer. ¿Ojalá volviésemos a ser
desconocidos? Pues la verdad es que no.
Porque luego de varias horas
comprendí que Will no había estado jamás tan equivocado y que el amor, el
verdadero amor, no vive ni se alimenta de primeros momentos, porque quedarse con
la primera vez significa desprestigiar a las que vienen más tarde… y no hay
nada más triste que eso. Querer es mucho más que esa primera vez, es todas las
que veces que vienen luego, las bonitas y las desagradables, las que te hartan
y las que nunca te dejan de alegrar, las que deseas que no se vayan y las que
hacía tanto tiempo que no experimentabas que creíste que no volverías a probar.
Uno ama de verdad cuando esas mariposas del estómago se fueron tan lejos que sabes perfectamente que ya no volverán pero tú sigues necesitando que esos ojos que te miraron una vez como
nunca nadie te volverá a mirar, lo sigan haciendo todos los días de tu vida y,
si Dios quiere, muchos, muchísimos más.
Así que cuando encuentres a esa
persona que te completa, que te hace ser tan tú como nunca pudiste imaginar, no
le digas lo que Will Smith le dijo al amor de su vida ni tampoco te engañe LoveStory, porque al igual que el amor es decir ‘lo siento’ incluso a veces cuando
llevas la razón, ese mismo amor en el que creo tanto que me deja sin
respiración no se basa únicamente en la primera ocasión que un día se produjo,
sino en todos los momentos de esfuerzo y sacrificio que vendrán más tarde. Nada cuesta
más que el amor verdadero, hay que cuidarlo y mimarlo, trabajarlo y dejarse la
vida por él. Por eso, porque nada es más laborioso que él, no hay nada más
valioso en toda esta vida o, por decirlo de otra manera: “lo que merece la pena cuesta y, si no cuesta, no merece la pena”.