viernes, 11 de diciembre de 2015

Te aviso

Te aviso que te queda poco tiempo, que puedes correr o esconderte, montarte en un avión, en el coche o subir a un barco y cruzar horizontes de tiempo y espacio hasta llegar al fin del mundo…y más allá.
Te aviso que no hay nada que puedas hacer aunque lo hagas todo, de que no tienes más destino que el que te narro, que ese que te voy a contar en tres, dos, uno…

Te espera una noche de frío en la calle y calor en mi alcoba, de abrigos de piel volando por el aire y pieles desnudas sirviendo de cobijo. Una noche donde el silencio quedará desquebrajado por el sonido de tu ropa rompiendo contra el suelo de mi habitación. Donde ese preámbulo quedará después enmudecido por gemidos de pasión y el eco de nuestros besos a la luz de la luna. Te aviso que mis manos van a surcar tu cuerpo como un barco perdido en medio del océano y después, cuando consiga encontrarse, se quedará varado ahí por el resto de los días. Hazme caso, no te resistas, déjate llevar.

Deja que levante el pelo que cae sobre tu nuca y empiece a besarla despacio, con la tranquilidad que me da saber que el sol aún nos da tiempo, que la noche se alía con nosotros como tenía que pasar hace tanto, como estaba destinado desde el principio de los tiempos y como lleva demasiado tiempo esperando suceder. Las agujas siguen corriendo pero la dirección la marcamos nosotros, así que no hagas muchos planes para el resto de tu vida.


Y acuérdate de lo que te digo: va a pasar.

Tus ojos perdiéndose en los míos, mi boca peleando con la tuya; nuestras manos entrelazadas, nuestros cuerpos fundiéndose, rompiendo termómetros, batiendo récords, parando el tiempo, deteniendo el mundo, enloqueciendo mentes; sabiendo, en definitiva, que todo ha merecido la pena y que tú y yo, como no podía ser de otra manera, teníamos que estar en ese lugar concreto  en ese preciso momento. Apúntate bien esa fecha en la agenda… sea cuando tenga que ser.

Avisada quedas. Ponte guapa, un poquito más que de costumbre. No pongas trabas, déjate mecer por la melodía de tus tacones caminando hacia mí. Piensa que, en poco tiempo, estas palabras se han de convertir en realidad y que esa realidad superará el significado de estas palabras. Olvídate de todo, sólo recuerda lo que te digo: que tú y yo estamos irremediablemente condenados a la mejor de las condenas, que no es otra que pasar el resto de nuestra vida juntos… y mucho más, muchísimo más.
Sal a la calle, encuéntrame o quédate, si te place, en ese bar que sueles frecuentar y yo iré a encontrarte a ti. No hay prisa pero tampoco pausa, como dicen los doctos en esto del amor. El mundo sigue su curso y ya queda un segundo menos para ese momento, y ahora otro menos… y otro menos ahora mismo. Escóndete o sal gritando a la calle, no importa; ponte un vestido amarillo o aguarda en casa viendo la tele, da lo mismo; te voy a encontrar. Y cuando lo haga, o lo hagas tú, sabremos que todo cuanto ha pasado antes dejará de tener importancia y será entonces, después de esa noche, cuando empezaremos a vivir y a darle trascendencia a todo este lío llamado vida.

Avisada quedas. Y ya sabes, el que avisa no es traidor.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Piropos en verso

"Es que hace mucho tiempo que no me dices nada bonito" – dijo apoyándose sobre la encimera de la cocina mirando al infinito, sabiendo que decía la verdad y que no cometía por ello ningún delito.

Él se acercó despacio, la cogió de las manos, le levantó la mirada y con la firme intención de hacerle ver que estaba, por supuesto, equivocada; le contestó con voz tierna, dulce y delicada:

"Tú haces que mis lunes parezcan viernes por la tarde, que le encuentre sentido a una tarde lluviosa de invierno, que viva en un sueño eterno, que sólo piense en ti, que no sepa cuando estoy despierto y cuando estoy durmiendo, que todo este mundo parezca más decente, menos moderno; que tenga, cada mañana, todas las ganas  de vivir. 

Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Así, tal y como suena, sin adornos y sin mentiras: eres mi viaje sólo de ida, mi casa, mi hogar, mi guarida; la mujer que me ama, me quiere y me cuida; la chica más lista, guapa, buena y divertida. Eres una joya que no merezco, que me es absolutamente inmerecida. El premio gordo de la lotería, un bote del Euromillón o de la Primitiva; mi mujer, mi amiga, mi confidente, mi musa, mi diosa… mi diva.

Me gustan tus ojos, me encantan tus manos, adoro cómo tu pelo cae sobre los hombros y también cómo me frunces el ceño cuando estás enfadada. Suspiro por tu boca y no hay nada que no hiciera por tus besos... Nada de nada. Me enamora tu voz, me excitan tus piernas, me enloquece tu ombligo y me trastorna el modo con el que dices mi nombre cuando me llamas. Me pierde tu piel, me encuentro en tu espalda y de poco puedo presumir más que de que digas que me amas.


Quizá las reiteración de palabras durante todo este tiempo haya servido para que, poco a poco, su significante adormezca tus oídos, es parte de la rutina. Pero no olvides, por favor, que el significado no ha cambiado, sigue presente y no se me olvida. Ese “te quiero tanto como el primer día” grábalo a fuego porque jamás se termina. Y ese otro “te amo más que a ninguna otra mujer que haya existido en este universo”, tenlo presente, es más que un verso, es más que eso: es el testimonio del que no creía y, un día cualquiera, se hizo converso.

Y te digo, por último, que si volviera a nacer acabaría de nuevo aquí, en la cocina de casa, diciéndote esto otra vez. ¿Por qué? Porque no cambiaría nada, ni una ficha en este tablero de ajedrez, ni una de mis cagadas, ni una sola idiotez. Volvería a hacer lo mismo, del derecho y del revés, para tener la certeza absoluta de que paso contigo mi infancia, mi juventud y mi vejez. Nadie en este terco planeta puede presumir de ser, como tú, a la única que no miento cuando digo: te quiero menos que mañana, pero mucho más que ayer". 

domingo, 25 de octubre de 2015

Domingo

Sólo hay algo más triste que la mañana de un lunes: el anochecer de un domingo.

La gente siempre recurre al retemblar del despertador del primer día de la semana para volcar sobre él su mal humor, para injuriar durante toda la mañana recordando lo bien que se estaba en la terraza del bar, en el comedor de aquel restaurante o, simplemente, bajo las sábanas de la habitación. Sin embargo, ese instante es sólo la culminación de horas y horas del lamento mudo en el día de antes, de un pensamiento que te acompaña durante toda la jornada del domingo y que, aunque no lo escuches, no para de susurrarte al oído ese "disfruta, que esto se acaba" que tantísimo dolor produce.

El domingo es el día nacional de la resaca, de los partidos de fútbol y del sofá. Es el día en que más horas se duerme, el día en que se hacen juramentos vanos sobre qué cosas no volveremos a hacer o el momento en que más paellas, cocidos o lentejas se comen en todas las casas de este país. Uno intenta disimular el amargor del whisky en la lengua de alguna boca engañada la noche anterior. Se bebe tanta agua por hora que cualquier médico de cabecera podría llegar a tildarlo de peligroso. Se ama mucho, ya sea física o metafísicamente, y se sueña más con lo que se ama de lo que normalmente se suele hacer. La necesidad de cariño se torna apremiante y se escriben los mensajes más bonitos de la semana, los más sinceros, los más profundos, los más lujuriosos y los más románticos. Aunque después podamos arrepentirnos de ello.
El domingo nace como el último día de libertad plena y muere volviéndote a traer la desolación de la monotonía diaria. La belleza de la mañana contrasta con el desánimo que supone ver esconderse el sol tras el horizonte, ahora, una hora antes de lo acordado... Para joder más la marrana. 


Los pensamientos, envueltos en un manto de redundancia, regresan a tu cerebro recordándote ese informe inconcluso que quedó en la mesa del despacho, la bronca del jefe que está por llegar, las largas colas de coches que habrá que aguantar y la enorme cuesta de cinco días que se avecina a pocas horas vista. Las sonrisas del viernes van quedando opacadas por las caras largas y llega un instante, a eso de las diez y media de la noche, que las conversaciones se enmudecen y únicamente se consigue escuchar el sonido de la televisión, la radio o el tráfico del exterior. El languidecer de un domingo es, con creces, el momento más melancólico de la semana. 

Por eso, una vez, alguien me aconsejó que al domingo había que encararlo con calma, con templanza y con meticulosidad. Que ese día sagrado se regía por una norma clara y concisa: "no pisar la calle y disfrutar de todo lo que te hace feliz”. Que había que guarecerse bajo una manta con un par de buenas películas, una botella de agua y, si tienes mucha suerte, agarrado a la cadera de una bonita mujer. Me dijeron que a Dios había que honrarlo disfrutando de las cosas más bellas de la vida y creo fervientemente que es uno de los mejores consejos que me pudieron dar.
Mañana, lunes, volveremos a ser almas en pena desfilando hacia la rutina pero, mientras tanto, disfrutemos de un domingo más que se nos va. No perdamos de vista que este domingo nunca volverá y tampoco que, por suerte, otro distinto está a sólo seis días de camino. Quizá eso sea lo mejor que nos da la vida: la certeza de que, casi siempre, tenemos una segunda oportunidad.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Galicia

Lunes, primer día de trabajo después de muchos de vacaciones. La rutina y la monotonía del principio de un largo invierno comienzan a hacerse patentes en mí: el coche, la empresa, las carreteras atestadas de gente, los anocheceres tempranos, las horas que pasan sin cesar… pero aún resopla con dulzura un recuerdo todavía muy vivo, aún me parece recordar la brisa mañanera de una tierra que desconocía pero que me atrapó con tanta fuerza que, creo, no me dejará escapar jamás.

El Camino fue la excusa para volver a subirme a un avión. La redención y el reencuentro parecían los objetivos de una semana que estoy seguro que no olvidaré.
Bajé de aquel vuelo de Ryanair y comencé a notar que aquello era distinto. Allí, en el centro de las montañas de Santiago, el aire se hacía más limpio, más nítido y más apacible que en ningún otro lugar que recordase. Pasé la tarde recorriendo en bus todo el trayecto que, días después, volvería a hacer andando, y no podría asegurar en cuál de los dos comencé o terminé de enamorarme de esa tierra con olor a eucalipto, sabor a pan de pueblo, sonido a gaita y tacto de preciosa mujer.

Galicia es tan verde que parece que vives en una película. No había visto jamás tanta vida como en sus bosques, tanta paz como en las calles de sus aldeas, tanta armonía como en el cauce de sus ríos y tanta riqueza como en cada uno de los caminos de flechas doradas que me llevaban, paso a paso, al destino final.

En Galicia se come bien, se bebe bien, se duerme bien, se vive bien y se besa bien. De todo ello dan fe mis pies cansado, mis piernas agarrotadas y mi estomago saciado kilómetros después del inicio. De todo ello dan testimonio los miles de peregrinos que, como yo, se enamoraron alguna vez de esa tierra que parece escondida en un cuento de hadas pero que tenemos a apenas un tiro de piedra de nosotros. Qué estúpidos somos a veces los españoles, qué manera de desperdiciar nuestras riquezas en luchas fratricidas y en éxodos voluntarios. Aquí tenemos todo y parece que no nos damos cuenta de nada. El mejor país del planeta tierra está habitado por imbéciles desagradecidos que no saben valorarlo. La triste historia de una triste nación.


Desde aquí, con vuestro permiso, os aconsejo que vayáis; que os perdáis como lo hice yo por entre sus caminos pedregosos o sus calzadas adoquinadas. Que descubráis uno a uno los pueblecitos que van a apareciendo en el horizonte, la hospitalidad de una gente que te cautiva con el habla y te conquista por su amabilidad. Que bebáis buena cerveza y probéis los manjares que tienen por allá. Os recomiendo que no perdáis un minuto más, cojáis el medio de transporte que tengáis más a mano y viajéis a Galicia, sea de peregrinación, por trabajo o simple placer; pero id. Y cuando lleguéis allí dejad el móvil en la mochila, pasad de los auriculares y la televisión, usad la habitación del hotel únicamente para dormir unas pocas horas o comeros a besos, y salid a la calle cuanto antes. Allí, fuera, hay tanto por descubrir que una semana os parecerá un día y un año apenas siete. Yo me volví de allí sabiendo que me traigo mucho de ella y ella se queda mucho mío. Y algún día, Dios quiera que más pronto que tarde, volveremos a encontrarnos frente a la Catedral de Santiago y emprenderemos un nuevo viaje juntos. Qué bonita eres, Galicia querida. Gracias por todo, de corazón.

martes, 8 de septiembre de 2015

Fiesta

Allá, a lo lejos, se puede sentir ya el sabor a fiesta en Elche de la Sierra; mi zona, mi pueblo, mi sitio… mi hogar.
Se atisban a ver guirnaldas y farolillos adornando las peñas, luces coloridas en las entradas del lugar, colores chillones en las camisetas y una semana grande para disfrutar. 

El olor a cerveza por las calles, adoquines manchados de vino, alcohol y sal; noches de luces y música, días de duro, tableros y juegos de azar. Sonrisas en cada esquina, pañuelos rojos y verdes, pantalones cortos, gafas de sol, morenos que se borran y amores que nunca se van.

Se acerca la semana más esperada del año, la de las gambas y la caña, la de los encierros y las verbenas, la del calor humano y las ganas de saltar, la de la noches de dormir poco y los días de reír sin parar; la fiesta más cálida del año está ahí, si te estiras un poquito, casi la puedes palpar. 

El ambiente por esos lares, me cuentan, se comienza a engalanar: preparativos de última hora, compras, decoraciones, días tachados en el calendario de un año que ya casi se nos va. Se nota la inquietud en el ambiente, el deseo de que comience ya, de pinchar el primer barril de cerveza o descorchar la primera botella de champagne. 

Comienza una semana de esas que, por un motivo u otro, nunca consigues olvidar.
“¿Te acuerdas aquellas fiestas en que…?” es una frase que se repite una vez más, porque creo que por eso son precisamente tan grandes: porque siempre ocurre algo digno de mencionar, algún suceso que siempre recuerdas, que se te queda grabado a fuego y donde nadie te lo puede borrar. Una tarde llorando de la risa o una noche haciéndolo de tristeza frente a cualquier bar, el primer beso con esa chica que tanto te gustaba o la discusión con que la dejaste marchar. Unos días que son tan intensos que todo puede pasar, sea para bien… o sea para mal.

Se vienen los paseos de local en local, los bailes intempestivos y en cualquier lugar, la necesidad apremiante de encontrar unos labios que besar. Sudaderas, chaparrones y noches sin descansar; sabor a arroces, gazpachos, paellas y fideuás. Litros de café y whisky corriendo por tus venas, camas aguardando a dos amantes que todavía no saben que se van a encontrar. 

Siete largos días donde todo puede pasar, ciento sesenta y ocho horas que quieres exprimir, más de diez mil minutos para disfrutar y un porrón más segundos para secundar el sentimiento que más importancia cobra en ese espacio de tiempo: la amistad.

Los días grandes de mi pueblo están por comenzar. En apenas un suspiro nos veremos por las calles, te saludaré y me saludarás; brindaremos por los que nos encontramos y por los que se fueron para no volver jamás. Y, cuando queramos darnos cuenta, todo quedará atrás. Así que no caigas en el error de dejar las horas pasar. Exprime todo lo que puedas a la gente que tienes y con la que coincidirás. Sonríe, bebe, come y ama hasta reventar, no dejes que se te vayan los días porque estas, las fiestas de 2015, ya no van a regresar jamás. Rodéate de quien te quiere y a esos, los que de verdad lo hacen durante los otros 358 días, no los dejes escapar.