domingo, 25 de octubre de 2015

Domingo

Sólo hay algo más triste que la mañana de un lunes: el anochecer de un domingo.

La gente siempre recurre al retemblar del despertador del primer día de la semana para volcar sobre él su mal humor, para injuriar durante toda la mañana recordando lo bien que se estaba en la terraza del bar, en el comedor de aquel restaurante o, simplemente, bajo las sábanas de la habitación. Sin embargo, ese instante es sólo la culminación de horas y horas del lamento mudo en el día de antes, de un pensamiento que te acompaña durante toda la jornada del domingo y que, aunque no lo escuches, no para de susurrarte al oído ese "disfruta, que esto se acaba" que tantísimo dolor produce.

El domingo es el día nacional de la resaca, de los partidos de fútbol y del sofá. Es el día en que más horas se duerme, el día en que se hacen juramentos vanos sobre qué cosas no volveremos a hacer o el momento en que más paellas, cocidos o lentejas se comen en todas las casas de este país. Uno intenta disimular el amargor del whisky en la lengua de alguna boca engañada la noche anterior. Se bebe tanta agua por hora que cualquier médico de cabecera podría llegar a tildarlo de peligroso. Se ama mucho, ya sea física o metafísicamente, y se sueña más con lo que se ama de lo que normalmente se suele hacer. La necesidad de cariño se torna apremiante y se escriben los mensajes más bonitos de la semana, los más sinceros, los más profundos, los más lujuriosos y los más románticos. Aunque después podamos arrepentirnos de ello.
El domingo nace como el último día de libertad plena y muere volviéndote a traer la desolación de la monotonía diaria. La belleza de la mañana contrasta con el desánimo que supone ver esconderse el sol tras el horizonte, ahora, una hora antes de lo acordado... Para joder más la marrana. 


Los pensamientos, envueltos en un manto de redundancia, regresan a tu cerebro recordándote ese informe inconcluso que quedó en la mesa del despacho, la bronca del jefe que está por llegar, las largas colas de coches que habrá que aguantar y la enorme cuesta de cinco días que se avecina a pocas horas vista. Las sonrisas del viernes van quedando opacadas por las caras largas y llega un instante, a eso de las diez y media de la noche, que las conversaciones se enmudecen y únicamente se consigue escuchar el sonido de la televisión, la radio o el tráfico del exterior. El languidecer de un domingo es, con creces, el momento más melancólico de la semana. 

Por eso, una vez, alguien me aconsejó que al domingo había que encararlo con calma, con templanza y con meticulosidad. Que ese día sagrado se regía por una norma clara y concisa: "no pisar la calle y disfrutar de todo lo que te hace feliz”. Que había que guarecerse bajo una manta con un par de buenas películas, una botella de agua y, si tienes mucha suerte, agarrado a la cadera de una bonita mujer. Me dijeron que a Dios había que honrarlo disfrutando de las cosas más bellas de la vida y creo fervientemente que es uno de los mejores consejos que me pudieron dar.
Mañana, lunes, volveremos a ser almas en pena desfilando hacia la rutina pero, mientras tanto, disfrutemos de un domingo más que se nos va. No perdamos de vista que este domingo nunca volverá y tampoco que, por suerte, otro distinto está a sólo seis días de camino. Quizá eso sea lo mejor que nos da la vida: la certeza de que, casi siempre, tenemos una segunda oportunidad.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Galicia

Lunes, primer día de trabajo después de muchos de vacaciones. La rutina y la monotonía del principio de un largo invierno comienzan a hacerse patentes en mí: el coche, la empresa, las carreteras atestadas de gente, los anocheceres tempranos, las horas que pasan sin cesar… pero aún resopla con dulzura un recuerdo todavía muy vivo, aún me parece recordar la brisa mañanera de una tierra que desconocía pero que me atrapó con tanta fuerza que, creo, no me dejará escapar jamás.

El Camino fue la excusa para volver a subirme a un avión. La redención y el reencuentro parecían los objetivos de una semana que estoy seguro que no olvidaré.
Bajé de aquel vuelo de Ryanair y comencé a notar que aquello era distinto. Allí, en el centro de las montañas de Santiago, el aire se hacía más limpio, más nítido y más apacible que en ningún otro lugar que recordase. Pasé la tarde recorriendo en bus todo el trayecto que, días después, volvería a hacer andando, y no podría asegurar en cuál de los dos comencé o terminé de enamorarme de esa tierra con olor a eucalipto, sabor a pan de pueblo, sonido a gaita y tacto de preciosa mujer.

Galicia es tan verde que parece que vives en una película. No había visto jamás tanta vida como en sus bosques, tanta paz como en las calles de sus aldeas, tanta armonía como en el cauce de sus ríos y tanta riqueza como en cada uno de los caminos de flechas doradas que me llevaban, paso a paso, al destino final.

En Galicia se come bien, se bebe bien, se duerme bien, se vive bien y se besa bien. De todo ello dan fe mis pies cansado, mis piernas agarrotadas y mi estomago saciado kilómetros después del inicio. De todo ello dan testimonio los miles de peregrinos que, como yo, se enamoraron alguna vez de esa tierra que parece escondida en un cuento de hadas pero que tenemos a apenas un tiro de piedra de nosotros. Qué estúpidos somos a veces los españoles, qué manera de desperdiciar nuestras riquezas en luchas fratricidas y en éxodos voluntarios. Aquí tenemos todo y parece que no nos damos cuenta de nada. El mejor país del planeta tierra está habitado por imbéciles desagradecidos que no saben valorarlo. La triste historia de una triste nación.


Desde aquí, con vuestro permiso, os aconsejo que vayáis; que os perdáis como lo hice yo por entre sus caminos pedregosos o sus calzadas adoquinadas. Que descubráis uno a uno los pueblecitos que van a apareciendo en el horizonte, la hospitalidad de una gente que te cautiva con el habla y te conquista por su amabilidad. Que bebáis buena cerveza y probéis los manjares que tienen por allá. Os recomiendo que no perdáis un minuto más, cojáis el medio de transporte que tengáis más a mano y viajéis a Galicia, sea de peregrinación, por trabajo o simple placer; pero id. Y cuando lleguéis allí dejad el móvil en la mochila, pasad de los auriculares y la televisión, usad la habitación del hotel únicamente para dormir unas pocas horas o comeros a besos, y salid a la calle cuanto antes. Allí, fuera, hay tanto por descubrir que una semana os parecerá un día y un año apenas siete. Yo me volví de allí sabiendo que me traigo mucho de ella y ella se queda mucho mío. Y algún día, Dios quiera que más pronto que tarde, volveremos a encontrarnos frente a la Catedral de Santiago y emprenderemos un nuevo viaje juntos. Qué bonita eres, Galicia querida. Gracias por todo, de corazón.

martes, 8 de septiembre de 2015

Fiesta

Allá, a lo lejos, se puede sentir ya el sabor a fiesta en Elche de la Sierra; mi zona, mi pueblo, mi sitio… mi hogar.
Se atisban a ver guirnaldas y farolillos adornando las peñas, luces coloridas en las entradas del lugar, colores chillones en las camisetas y una semana grande para disfrutar. 

El olor a cerveza por las calles, adoquines manchados de vino, alcohol y sal; noches de luces y música, días de duro, tableros y juegos de azar. Sonrisas en cada esquina, pañuelos rojos y verdes, pantalones cortos, gafas de sol, morenos que se borran y amores que nunca se van.

Se acerca la semana más esperada del año, la de las gambas y la caña, la de los encierros y las verbenas, la del calor humano y las ganas de saltar, la de la noches de dormir poco y los días de reír sin parar; la fiesta más cálida del año está ahí, si te estiras un poquito, casi la puedes palpar. 

El ambiente por esos lares, me cuentan, se comienza a engalanar: preparativos de última hora, compras, decoraciones, días tachados en el calendario de un año que ya casi se nos va. Se nota la inquietud en el ambiente, el deseo de que comience ya, de pinchar el primer barril de cerveza o descorchar la primera botella de champagne. 

Comienza una semana de esas que, por un motivo u otro, nunca consigues olvidar.
“¿Te acuerdas aquellas fiestas en que…?” es una frase que se repite una vez más, porque creo que por eso son precisamente tan grandes: porque siempre ocurre algo digno de mencionar, algún suceso que siempre recuerdas, que se te queda grabado a fuego y donde nadie te lo puede borrar. Una tarde llorando de la risa o una noche haciéndolo de tristeza frente a cualquier bar, el primer beso con esa chica que tanto te gustaba o la discusión con que la dejaste marchar. Unos días que son tan intensos que todo puede pasar, sea para bien… o sea para mal.

Se vienen los paseos de local en local, los bailes intempestivos y en cualquier lugar, la necesidad apremiante de encontrar unos labios que besar. Sudaderas, chaparrones y noches sin descansar; sabor a arroces, gazpachos, paellas y fideuás. Litros de café y whisky corriendo por tus venas, camas aguardando a dos amantes que todavía no saben que se van a encontrar. 

Siete largos días donde todo puede pasar, ciento sesenta y ocho horas que quieres exprimir, más de diez mil minutos para disfrutar y un porrón más segundos para secundar el sentimiento que más importancia cobra en ese espacio de tiempo: la amistad.

Los días grandes de mi pueblo están por comenzar. En apenas un suspiro nos veremos por las calles, te saludaré y me saludarás; brindaremos por los que nos encontramos y por los que se fueron para no volver jamás. Y, cuando queramos darnos cuenta, todo quedará atrás. Así que no caigas en el error de dejar las horas pasar. Exprime todo lo que puedas a la gente que tienes y con la que coincidirás. Sonríe, bebe, come y ama hasta reventar, no dejes que se te vayan los días porque estas, las fiestas de 2015, ya no van a regresar jamás. Rodéate de quien te quiere y a esos, los que de verdad lo hacen durante los otros 358 días, no los dejes escapar.

lunes, 17 de agosto de 2015

Antónimos

Perderme sin rumbo bajo tu falda,
Encontrarte al despertar a mi lado,
Hacerme el dueño de toda tu espalda,
Esclavizarme a tu lengua y tu pelo dorado.

Bajar lentamente por tu ombligo,
Hacerte subir al mismísimo cielo,
Acallar con mis manos tus gemidos,
Gritarle al universo que te quiero.

Amar cada una de tus manías,
Odiar al mundo si te me alejas,
Comprar un ramo de tus caricias,
Venderte mi alma a tocateja.

Humedecer con mis labios tu boca,
Secar de tu cuerpo el sudor de la noche,
Amarrarte tan fuerte que te vuelvas loca,
Dejar que te vayas sin ningún reproche.

Crear con tus ojos una religión entera,
Destruir a cualquiera que te haga sufrir,
Sentir con mi pecho que tu corazón se acelera,
Saberme vacío si no estás aquí.

Decir un ‘te amo’ cuando estás dormida,
Callarme las ganas que tengo de ti,
Porque sin ti, cariño, me falta la vida
Porque sin ti, mi amor, no puedo vivir.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Microcuento (VIII)

Que me apaguen el mundo, que me quiten la luz; que apenas entre un rayo por la persiana de mi habitación mientras te desnudo poco a poco, mientras la ropa va cayendo al suelo frío y mi boca se enreda en tu cuello erizándote la piel, volviendo a sentirte conmigo, aquí, a mi lado, olvidándonos del mañana para regresar al ayer, centrándonos en lo querido y olvidándonos de lo odiado, saber que aunque nos fuimos nunca nos hemos olvidado.

Que me quiten los días, que se lleven el sol y las tardes de calor con mar y sonrisa. Que me roben todo y me dejen a oscuras leyendo tu piel en braille, aprendiendo el idioma de tus besos y sintiendo tus manos perdiéndose en mi espalda. Que se lleven la música y el cine, el mar y el balón de cuero, la luna y la playa; que se lo lleven todo, que si te dejan a ti no me hace falta nada.

Que me roben el olor del rocío de la mañana si me queda el tuyo perdiéndose en mis fosas nasales. Que se lleven el sabor de los manjares o el tacto del vino en mi lengua si a ésta le concenden libertad  para explorar toda tu anatomía y hacer que te aferres a la almohada con la pasión de una adolescente, sintiendo tu boca mordiendo la mía, saber que nos faltan noches y nos sobran los días.

Que el cuento no termine nunca, que se lleven el castillo y el dragón, las perdices y el caballero andante, pero que, por favor, no se lleven a la Princesa Prometida, a esa dejádmela aquí, para que la devore con la pasión del animal más fiero, para que te repita que sí, que te quiero, y consiga gritar al mundo que si no te tengo, me muero.